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Entrevista:Maurizia Cacciatori | Deportista | UN SIGLO DE MUJERES

"Entrenar es el esfuerzo sin victoria"

Uf, nada, yo a estas horas no puedo tomar nada. El estómago, cómo decirlo, aún no tengo el estómago abierto. No, ni zumos ni café. ¡Ni agua! Hablemos, luego tomaré. Yo soy de Carrara, toscana. Mi abuela era austriaca y mi madre es sueca. O sea que mi italianidad sólo es indiscutible por parte de padre. Ahora mi familia se dedica al mármol. Carrara. Pero mi padre fue muy deportista. Era portero de fútbol. Un buen portero. Siempre he vivido en el estadio. El estadio es estupendo. Los colores. Los gritos. La compañía de la gente. No puede pasarte nada malo. Porque estamos juntos y vamos a lo mismo. En la escuela era una niña lista, de las mejores de la clase. Y quería ser maestra. Las cosas de las niñas. Quieren ser maestras, enfermeras. Ser buenas. Hacer buenas obras. Pasó.

"El deporte es una droga. Entras un día en el estadio y ya no lo puedes dejar nunca más. No es sólo eso. El deporte ocupa todos los minutos del día"
" El deporte de élite no es compatible con los hijos. Pero los hombres sí pueden ser padres y jugadores de élite. Nadie se asombra de ello"
"Yo no sé si hay alguna otra actividad humana donde las diferencias entre hombres y mujeres sean tan claras... y tan injustas... y tan imposibles de corregir"
"Se dice que en el deporte femenino no hay tanta competencia como en el masculino. Si pudieran sentir las miradas de odio que nos dirigimos en la pista..."
"Soy una persona popular en mi país, pero no necesito tener un cinturón de gorilas que me protejan de los demás. Hablo con mis 'fans'. Me cuentan sus vidas"
"El voleibol, y especialmente el voleibol de las mujeres, se ha convertido en un espectáculo también erótico. ¿Para qué vamos a engañarnos?"

Dependencia

El deporte se lo comió todo. El deporte es una droga. Entras un día en el estadio y ya no lo puedes dejar nunca más. No es sólo eso. El deporte ocupa todos los minutos del día. Todo lo que hagas. En todo lo que pienses. Es verdad. Los deportistas no pensamos en nada más que en nosotros mismos y en nuestro cuerpo. Y en la victoria. ¡Por fortuna sólo dura unos años! Luego puedes volver a ocuparte de la vida y de las cosas normales. Vencer es una dependencia, porque es una cosa bellísima. Tiene una gran ventaja sobre todas las demás cosas del mundo: no tiene discusión. Es muy tranquilizador. La mañana después de la victoria te sientes plena. Redonda. Y lo mejor: ¡sin haber comido! Era lo que te proponías. Lo has conseguido. Inmediatamente empieza otra vez la angustia. El partido siguiente. Pero hay un momento en el que está sólo la victoria y tú estás arriba de una montaña en el centro del mundo.

Empecé haciendo gimnasia. Craccccc... Mis huesos. Me duelen sólo con recordarlo. Mamá estaba muy preocupada por mis huesos y se alegró de que lo dejara. En cierto modo tengo envidia de la niña que podía hacer todos aquellos movimientos. Ya no. Tengo treinta años y he perdido flexibilidad. Como si dijéramos, ya veo el final. Bueno, relativamente lo veo, porque puedo jugar muy bien, en la élite, hasta los 35 años. Amenaza la artrosis. Pero el voleibol es un deporte sin contacto físico, donde hay pocas lesiones. Y permite una larga vida deportiva. Pero, en fin, es verdad que ya he jugado más de lo que jugaré. Esto no pasa con ningún otro oficio. Sólo pasa con el deporte o con algún otro trabajo que dependa mucho del esfuerzo. Sólo en ese caso uno ve el final. Me parece... ¡Exacto!: los deportistas mueren dos veces. Exacto, exacto. Los signos de que el final va llegando son variados. No es tanto un problema de fuerza. Lo poco de fuerza que vayas perdiendo puedes suplirlo con madurez y con inteligencia. No, los problemas son de otro tipo. Más bien psicológicos. El problema es que llegar puntual al entrenamiento de la mañana te cuesta más que antes. En todo caso me parece que estoy preparada para envejecer. Especialmente porque me imagino una vida sin entrenamientos y me pongo en seguida muy feliz. El entrenamiento es el esfuerzo sin victoria. Este tipo de sacrificios los llevo mal. Cada vez peor.

Si esta mañana, por ejemplo, tuviera que entrenar... Mal asunto. Demasiado tarde ayer. Barcelona es bellísima. Es la primera vez que estoy aquí. Mala ciudad para los entrenamientos. Seriamente: he tenido que renunciar a algunas cosas normales para las chicas de mi edad. Las discotecas. O los hijos. Ja, ja, uno lleva a lo otro. He tenido que renunciar a un estilo de juventud. El deporte de élite no es compatible con los hijos. En la élite no se puede estar un año parado. Se comprende. Cualquiera lo entiende. Pero los hombres sí pueden ser padres y jugadores de élite. Nadie se asombra de ello. Se encuentra naturalísimo. Y lo es. Naturalísimo y conveniente. Es muy posible que a un deportista le venga muy bien ser padre. Que mejore su rendimiento. En la élite... a partir de unas características determinadas, iguales para todos, el mejor es el que tiene... cómo decirlo... un plus de fuerza psicológica. La estabilidad de los hijos. La fuerza de eso. Influye mucho en los deportistas. Las mujeres han de renunciar, por lo general. Las deportistas suelen ser madres tardías. Bien: no pasa nada. Hoy en día se puede ser madre tardía con garantías plenas. Pero la mujer que hace deporte tiene que renunciar a los hijos a la edad en que la mayoría de las mujeres empiezan a tenerlos. Y esa renuncia no es la misma que la renuncia a la discoteca.

Renuncias y más renuncias

No, Cristiano, no. No puedo desayunar todavía. Ni beber... Luego. Renuncias. Más renuncias. A los hombres. Bueno, a los maridos, mejor. ¡Claro! ¡Qué hombre va a seguir a su mujer deportista por todos los estadios del mundo, por todos los lugares de concentración, qué hombre admite eso! No. Eso sólo lo admiten las mujeres. Que van con sus maridos al fin del mundo. O que se quedan en las ciudades cuidando, justamente, de los hijos. Entre mis compañeras yo he visto deportistas casadas. Son, generalmente, de países pobres, donde cuesta encontrar trabajo. Se comprende más. Además hay otra cultura diferente, de relación diferente entre los hombres y las mujeres. Bueno, no quiero ir por ahí mucho, porque es un terreno... delicado. Pero he visto a sus maridos. Sus maridos se pasan las mañanas y las tardes y las noches dándole al mando a distancia de la televisión del hotel, mientras sus mujeres trabajan en el polideportivo y se sacan el dinero para llevar la vida. Uf, la verdad es que prefiero ir sola y lo preferiré siempre. Un hombre así, tirado todo el día. El muermo. Sin objetivos. ¿Qué hace un hombre así si una se rompe la rodilla? Yo quiero hombres que saquen adelante lo suyo. Que luchen y tenga por qué.

Espere. Hay otra renuncia. La más importante. Respecto a los hombres es la más importante y la más dolorosa. Si no la viera como lo más importante y la más dolorosa no sería una deportista. La renuncia a ser mejor que ellos. Cualquier mujer que se dedique al deporte sabe que esta renuncia es obligatoria. Yo no sé si hay alguna otra actividad humana donde las diferencias entre hombres y mujeres sean tan claras... y tan injustas... y tan imposibles de corregir. Trabajo lo mismo que un hombre. Me sacrifico más que él: ya he dicho lo de los hijos, o lo de los maridos. Pero si juego directamente contra él me vencerá. Y si los dos luchamos para obtener una buena marca, la de él va a ser siempre mejor que la mía. Son más fuertes. El deporte es algo exacto. Indiscutible. No puedes decir que... Victoria moral, victoria moral... ¡Una victoria moral siempre es una derrota! El deporte deja a todo el mundo en su lugar exacto. Es la pura fuerza. O la pura habilidad. Pero el que gana tiene más fuerza o más habilidad que el que pierde. Y el mejor hombre gana a la mejor mujer. Y el peor hombre gana a la peor mujer. Es mentira que una compita sólo con su sexo. Una verdadera deportista compite con... ¡la perfección! Y tener siempre un hombre delante acaba por resultar desmoralizador y...

Rodeada de hombres

Éste es mi hermano pequeño. Siéntate por ahí. Ha venido conmigo en este viaje. Rodeada de hombres. Cristiano, mi hermanito. Hombres. Grrrr... ¿Sí? ¿En qué? ¿En qué pueden estar por debajo nuestro? ¿La belleza? Ah, ya entiendo. El deporte como erotismo. Sí, hay algo de esto. Pero... ¡Beckham! ¿Y Beckham? ¿Qué hay que decir de Beckham? Ja, ja. No estoy muy segura de que los hombres se dejen arrebatar la posibilidad de ser también los más guapos. Pero, bueno, es cierto. El erotismo puede ser una manera de intentar equilibrar las cosas. La bella y la bestia. Ja, ja. Sííiiiiiiiiiiiiiii. Al final estaremos en lo de siempre. El voleibol, y especialmente el voleibol de las mujeres, se ha convertido en un espectáculo también erótico. ¿Para qué vamos a engañarnos? Desde luego, yo no. Sé perfectamente que la mayoría de los que vienen a verme jugar no están interesados en la perfección técnica de mi bagher. El bagher es el golpe básico del voleibol, que se hace con las dos manos. El interés de buena parte del público es de otro género. A mí no me hace especialmente feliz eso. Y me repugna cuando se hace muy... visible, muy evidente. Pero bien: ¿qué podemos hacer?

Algo hicimos en Italia. Hubo un plante porque nos obligaban a llevar un body demasiado ceñido. Era al principio. Protestamos y acabamos jugando con el body. Las protestas se han acabado. El voleibol es un deporte muy popular en mi país. Y el voleibol femenino ha acabado por superar al masculino en popularidad e interés. Los espectadores vienen a ver a mujeres jóvenes, bien hechas, generalmente guapas. Ellos saben a qué vienen y nosotros también. ¡Nadie es tonto! Los que nos obligan a llevar body y las que nos ponemos el body sabemos perfectamente a qué estamos jugando. ¿Hay algo de malo? ¿A qué van al cine, muchos hombres y mujeres? Supongo que a pasar un buen rato. Y en ese buen rato ¿qué hay? Supongo que también la belleza. La belleza de las mujeres y de los hombres. Ellas son buenas actrices. Nosotros somos buenas jugadoras. Ahora bien: no vamos a pedir explicaciones a nadie sobre los motivos por los que van al cine o a los polideportivos. Me exhibo. Lo sé. El deporte de élite es siempre una exhibición. Tiene que ver, en algún sentido, con el sexo. Nadie habla de esto claramente. Pero no me parece que deba estar prohibido hablar.

Ohhh, mis admiradores son casi familiares. Domésticos. A veces un poco pesados. Como la familia. Yo no soy Beckham. Soy una persona popular en mi país, pero no necesito tener un cinturón de gorilas que me protejan de los demás. Hablo con mis fans. Me cuentan sus vidas. A veces me cuentan demasiado de sus vidas. ¿Qué soy para esta gente? Ellos creen que una mujer joven y guapa, a la que dicen desear. El deseo. Ufff... Sería complicado saber eso. En realidad, sólo soy alguien que ha triunfado, y eso es lo que admiran aunque no lo sepan. Pero, vaya, son gente simpática. Hace poco me trajeron un enorme ramo de flores al polideportivo. Sucede a veces. Era tan bonito que se lo di al guarda. "Tomá, lleváselo a tu mujer, que estará contenta". Me lo agradeció. El hombre llegó a casa y le dio el ramo a su mujer. No le dijo de dónde había salido el ramo. Sólo que había tenido un detalle, el guarda. La mujer se puso muy contenta. Y aún más cuando sacó del centro del ramo una cajita y la abrió: un precioso diamante. Se echó a los brazos del guarda. El guarda es un hombre muy honrado y tuvo que confesar. Sí, siguen casados. Al día siguiente me explicó la historia. Yo estaba horrorizada por su bochorno. Y me dio el diamante. Era precioso. Un exceso. Así que se lo devolví al que me lo había regalado. Era demasiado comprometido aceptar un regalo así. Lo devolví... aunque lo llevé durante un buen mesecito. El bagher no cría diamantes. Está claro. Otro admirador, más modesto, pero muy fiel, me hace llevar a casa, cada miércoles de la vida, una inmensa tarta, siempre de la misma clase, una tarta popular del lugar donde vivo. A veces, de miércoles en miércoles, las tartas se acumulan. Hay que ofrecerlas a la familia, a los amigos. Pero un hombre que te lleva una tarta a casa cada semana es digno del mayor respeto.

Ahora sí. Ahora tomaré. Un poco de café, por favor. Comer no. En cuanto a esto... Sólo puedo decir que odio el feminismo. Todas esas mujeres que el día no sé cuántos de marzo salen de su casa y se ponen a gritar en las calles que son mujeres y quieren ser libres, emancipadas y no sé cuántas tonterías más. Debe de ser el único día que salen de su casa, supongo. Porque si no, sabrían cómo está el mundo. Yo ese día no salgo. Me quedo en casa y las miro pasar por la ventana y les gruño. ¡Qué estupidez! La libertad de las mujeres. ¿Pero puede haber alguien que entienda eso? Tengo treinta años. No soy una niña. Y soy una persona normalísima. Puedo ser una buena jugadora de voleibol, pero como persona soy una de tantas. Mi familia es una de tantas. Mi educación, una de tantas. Bueno, pues nunca jamás me he sentido en la vida despreciada, atada... cómo decirlo... por ser mujer. Por ser mujer lo único que tengo son unos determinados condicionantes físicos. La maternidad. La fuerza. Ya hablamos. Y desde luego no me voy a sentir nunca atada por nada que no sea eso. No estoy casada, pero no puedo imaginar que tuviera que vivir con uno de esos hombres que, según las feministas, existen. Cuando viva con uno viviré tranquilamente, colaborando los dos. Tranquilamente. Y sin guerras. Sin esas guerras al hombre de las feministas fanáticas. Yo, con el hombre, sólo estoy en guerra en el deporte. Guerra perdida. En fin, creo que esas mujeres hablan de cosas que sucedieron hace muchos años. Pero intentan convencernos de que lo que denuncian está sucediendo ahora mismo. ¿De qué hablan? No entiendo de qué hablan.

Aquellas feministas

Sí, no lo sé. Sí, es posible que sea así. Supongo que el que las mujeres empezaran a hacer deporte no fue fácil. Y sí, supongo que las feministas lucharon por ello. Todo mi agradecimiento. Pero a aquellas feministas. Sabían de qué hablaban y lo que hacían. Tenían un sentido. Pero me parece que no es el caso. Las feministas de hoy. Al menos en Italia. Hablo por Italia. Tratan a las mujeres como si las mujeres fuéramos débiles mentales. Las mujeres de mi edad hemos crecido intelectualmente. Estamos plenamente emancipadas. Lo que proponen algunas feministas es a veces ofensivo, sobre todo con las mujeres.

Este tema. Uf. Me pone nerviosa el feminismo fanático. Yo era una chica tímida, reservada, casi cerrada. Pero el deporte me ha ayudado a dejar de serlo. A veces me veo hablando así y me parece que no soy yo la que hablo. Que ha venido otra. Es obra del deporte. Me ha puesto en el mundo y me ha enseñado a desenvolverme sola. Quizá es por esto que me pone furiosa este asunto. Porque yo voy sola y sé ir sola, aunque tenga ese fondo tímido. El deporte... También el reto. Me ha enseñado el valor del reto. El reto es importante en la vida. Competir. Se dice que en el deporte femenino no hay tanta competencia como en el masculino. Que las victorias y las derrotas son... Más suaves. Se creen que, por ser mujeres, organizamos todo esto de forma distinta. Otra tontería. Si pudieran sentir las miradas de odio que nos dirigimos unas a otras en la pista. De un lado a otro de la red. Odio. Y la misma furia por perder. Esto de que las mujeres organizarían el mundo de forma distinta a los hombres debe de haberlo inventado un hombre. Porque las mujeres sabemos muy bien que odiamos al rival tanto como podría odiarlo un hombre.

Me parece que debo irme. Fotos. Y luego el avión. París. Más fotos. Hay que posar. Hay que jugar y hay que posar. ¿Sexo? A ratos. Ja, ja. El sexo no se lleva mal con el deporte. Ni perjudica ni beneficia. A los hombres, a las mujeres. Da lo mismo. Siempre que sea el sexo de los casados. Tranquilo, bien, a sus horas. Lo que perjudica del sexo es lo que va a veces con el sexo: beber, ejem..., no dormir. Así que, como no estoy casada, es evidente que no puedo arriesgarme con el sexo.

La jugadora de voleibol, en una foto de estudio.
La jugadora de voleibol, en una foto de estudio.

Maurizia Cacciatori

Maurizia Cacciatori nació en Carrara en 1973, y juega al balonvolea. Hasta el año pasado, su equipo era el llamado Foppapedretti de Bérgamo. Sin embargo, este año ha fichado por el Tenerife. En Italia es un personaje muy conocido, y asediado, y tal vez la responsable principal de que el voleibol femenino sea allí un deporte muy popular. Cacciatori juega de lo que llaman 'colocadora'. Es decir, sirve balones para que otras especialistas los golpeen furiosamente buscando el suelo. Caccia, como abrevian con ella, es una de las mejores jugadoras del mundo. Pero también una deportista que maneja con inteligencia y frialdad los aspectos no estrictamente deportivos de su exhibición pública.

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