Nueva vida para la ópera
La compañía de la Monnaie de Bruselas abre el próximo sábado la temporada del Liceo de Barcelona con el estreno español de Wintermärchen, la última creación lírica de Philippe Boesmans. Una pieza cuyo triunfo ante los públicos belga y francés y su edición en disco por una multinacional pone en evidencia el renacer de la creación operística.
Una ópera contemporánea ha triunfado entre el público. ¿Una utopía? ¿Un sueño? Rotundamente, no. Aniquilada la modernidad por el posmodernismo, libres de la tiranía de las vanguardias e instaurado el reino del todo vale, los compositores se muestran más receptivos que nunca a la creación operística insuflando con sus obras nueva vida a un género que apenas hace dos décadas muchos habían proclamado su defunción. Y por si ello fuera poco, un notable número de estas nuevas óperas, que ya no responden a una sola estética sino a muchas y muy variadas, obtienen el favor del público y con ello un certificado de reposición de la obra.
El compositor belga Philippe Boesmans (Tongeren, 1936), tocado por la varita mágica de Gérard Mortier, quien en 1985 y como director entonces del teatro de la Monnaie de Bruselas lo fichó como compositor residente del coliseo lírico bruselense, ha alcanzado ese privilegiado estadio de haber triunfado en vida con dos de sus tres óperas. La última de ellas, Wintermärchen (El cuento de invierno), basada en la comedia homónima de Shakespeare y estrenada con gran éxito en el teatro de ópera belga el 10 de diciembre de 1999, inaugurará el próximo sábado la temporada del Liceo de Barcelona, interpretada por la compañía de la Monnaie de Bruselas y bajo la batuta de Kazushi Ono, nuevo director musical de la institución. Llega esta ópera a España avalada no sólo por el éxito alcanzado en la capital belga, sino también el obtenido en la Ópera de Lyón y el Châtelet de París y por su edición en disco, en 2001, por el prestigioso sello alemán Deutsche Grammophon.
Escrita por encargo del coliseo bruselense, Wintermärchen une de nuevo en una ópera a Boesmans y al director de escena suizo Luc Bondy, quien además de la puesta en escena firma, junto a Marie-Louise Bischofberger, el libreto. Compositor y director teatral cruzaron sus caminos en 1989 en una adaptación teatral y musical de L'incoronazione di Poppea, de Monteverdi, para la Monnaie. En 1993 firmaron conjuntamente su primera ópera -Bondy también en la doble faceta de libretista y director de escena-: Reigen (La ronda), adaptación de la obra homónima de Arthur Schnitzler, que tras su exitoso estreno en Bruselas recorrió los teatros de ópera de Estrasburgo (1993), Châtelet de París (1994), Francfort (1995) y Nantes y Viena (1997), estas dos últimas plazas en nuevas producciones.
Huyendo de los grandes mitos y de la nómina de personajes teatrales de referencia, Boesmans eligió, tras descartar El despertar de la primavera, de Frank Wedekind, un Shakespeare alejado de las grandes tragedias: El c uento de invierno. Bondy, que ya había dirigido dos producciones teatrales de la pieza en Francia en 1988 y en Alemania al año siguiente, se puso manos a la obra y reelaboró como libreto de ópera, en alemán, la obra del bardo inglés, que empieza como tragedia de celos, se transmuta en comedia, en pastoral y concluye como un cuento fantástico. El proceso redujo los cinco actos originales a cuatro, eliminó personajes secundarios, suprimió escenas, cambió el carácter de algunos personajes y creó uno nuevo: Green, un mendigo que en el tercer acto adopta la personalidad del Tiempo y comenta la acción.
Pese a la necesaria condensación del texto original y los cambios, Bondy mantiene intacta la historia de ese celoso rey de Sicilia que con su duda sobre la fidelidad de su esposa provoca la ruptura con su mejor amigo, la muerte de su hijo y heredero, la pérdida de su mujer y de su hija recién nacida. Habrá tiempo, 16 años, para que la tragedia desencadenada por los celos acabe en feliz reencuentro y conciliación y el invierno se convierta así en primavera. "Más que una comedia, la ópera toma el aspecto de una fábula psicológica, ya que las relaciones entre los personajes se refinan hasta el extremo", escribe Jean-François Boukobza en su ensayo sobre Wintermärchen, que aparecerá publicado la próxima semana en el volumen sobre las óperas de la temporada del coliseo lírico barcelonés que edita anualmente la asociación Amics del Liceu.
Con estos mimbres, Boesmans vistió la obra de un eclecticismo en el que tonalidad y atonalidad se citan en una partitura en la que las citas, claras o veladas, recorren los 400 años de historia del género operístico, desde Monteverdi hasta Bernstein, pasando por Mozart, Wagner, Richard Strauss y Alban Berg.
¿Un pastiche? Al público belga y francés le ha gustado y mucho. La respuesta del español se sabrá a partir del próximo sábado en el Liceo de Barcelona.
Entre el Olimpo y la crucifixión
"UN COMPOSITOR que quiera crear una ópera actualmente está obligado a hacer algunas concesiones, ya que debe comunicar, ante todo, los sentimientos al público (...
) Para mí está claro: hay esto o no hay nada, sin este intercambio la ópera contemporánea está muerta", le dice Philippe Boesmans a Camille de Rijck en una entrevista en la revista digital francófona Forum Opéra. En Wintermärchen la comunicación entre el compositor y el público ha funcionado a juzgar por la unanimidad en las crónicas del estreno en Bruselas y las reposiciones en Lyón y París. Pero la crítica es harina de otro costal.
La prensa francesa y la belga francófona encumbraron sin medida a Boesmans al Olimpo tras el estreno, mientras la flamenca, germana y anglosajona se encargó de crucificarlo. "La ópera más lograda de los últimos 75 años", proclamó sin pudor Anne Ray desde la portada del francés Le Monde, olvidando súbitamente nombres como Stravinski, Shostakóvich o Britten, por no alargar la lista. Y Serge Martin, en el belga Le Soir, calificó Wintermärchen de "obra maestra que abre al nuevo milenio las puertas de una herencia musical digerida y asumida". En el otro bando, en el diario flamenco De Morgen, Stéphane Moens firmó una crónica que destilaba ácido. "Una obra de arte puede hallar su inspiración en las obras del pasado, pero no su justificación. No la encontrará más que en ella misma, y no la hallará jamás si el artista está enamorado de su inteligencia o simplemente de sí mismo".
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