Moros berberiscos
Puede ocurrir que, a veces, el extranjero no entienda el español que practican sus interlocutores. Si, como ya hemos visto, existen acentos y pronunciaciones locales, regionales o nacionales que destartalan la fonética convencional del idioma, éstos conviven con otras distorsiones sonoras. Un pijo fetén, por ejemplo, resulta casi imposible de entender. Esa manera de acelerar las frases y de forzar las vocales hasta que parezcan repletas de silicona impide una fácil comprensión del mensaje. Se trata de un intento de jerga social, de crear un marco lingüístico al que sólo puedan acceder algunos privilegiados con carnet VIP. No es un fenómeno exclusivo de los pijos y tiene, en ámbitos sociolingüísticos menos frívolos, claros antecedentes. En territorios con lengua propia distinta al castellano (País Vasco, Cataluña, Galicia, País Valenciano, Baleares), el español fue adoptado, además de por real decreto y por lógico contagio demográfico, como estrategia de ascenso. En momentos de dictadura, por supuesto, pero también cuando, para simpatizar con la élite influyente y cortesana, quienes tradicionalmente practicaban el euskera, el gallego o el catalán en la mayoría de sus ámbitos de relación optaron por una doble vida que les convirtió en bellesdejour idiomáticas.
Lo cuenta con brillantez Rafael Chirbes en una conferencia recogida en su libro El novelista perplejo. Constata Chirbes cómo el valenciano evolucionó de lengua de relación poliédrica a idioma de intramuros, más familiar que social, y cómo algunos escritores valencianos (Blasco Ibáñez, Max Aub) se encontraron con (sic) "la dificultad con la que se enfrenta cualquier novelista que quiere novelar en una lengua una realidad que, al menos en buena parte, se desarrolla en otra". Y, al comentar la novela Arroz y tartana de Blasco Ibáñez, Chirbes añade: "La denuncia del esnobismo de los vendedores del mercado de la capital, que se cambiaban precipitadamente de clase intentando formar parte de una burguesía boba y exhibicionista que, como un elemento más en ese cambio del trabajo honesto de la pequeña burguesía artesana por la ostentación, y del ahorro por la especulación y el agiotismo, introducen el cambio del valenciano por el castellano". Curiosamente, este fenómeno también se da en la dirección opuesta, como ocurre con la adopción del vigoroso español del hampa, más ágil que los desguazados argots de otras lenguas peninsulares. Este submundo tiene periferias, algunas de las cuales producen acentos peculiares. El español heroinómano, por ejemplo. Ese cheli fonéticamente roto, acribillado por el cansancio, se ha convertido en contraseña de identidad de un colectivo sin más patria que unas anticonvenciones de vestuario y dramatismo biográfico. Los primeros en practicarlo con dimensión mediática fueron los actores de Eloy de la Iglesia, allá por los años setenta y principios de los ochenta, cuando la ignorancia se llevó por delante a tipos tan simpáticos y expresivos como El Pirri, precursor de ese español yonqui que luego hemos visto en las escalofriantes Padre coraje o el cortometraje ganador del premio de este año patrocinado por Canal +.
Ejercicio del día: intente imaginar cómo hablaría un heroinómano pijo.
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