Soul City
La madre ha muerto y el padre está postrado en la cama, tosiendo hasta morir en su chabola; ambos, víctimas de la terrible enfermedad que aflige a uno de cada cinco surafricanos adultos. Hay tres hijos, ninguno de los cuales parece ser seropositivo. ¿Cómo saldrá adelante esta triste familia, rechazada por vecinos y parientes? ¿Qué será de los hijos cuando muera el padre?
Mientras tanto, en la clínica, la pregunta es ésta: ¿sucumbirá el enfermero de rostro duro y atractivo -de look Wesley Snipes- a los encantos de la médico negra supersexy, o volverá a unirse con la bella joven blanca que le dejó hace dos años pero ahora entiende que se equivocó?
Bienvenidos a Soul City, un drama semanal de la televisión surafricana con cuyos personajes está intimamente familiarizada prácticamente toda la población negra, además de buena parte de la blanca. Al menos tan popular es Generations, un culebrón diario habitado, sobre todo, por personajes negros que viven vidas brillantes y melodramáticas, al estilo de los culebrones estadounidenses que gozaban de enorme éxito en Suráfrica durante el apartheid pero que han quedado barridos por la explosión de la industria nacional. La hábil producción Isidingo, otro elemento diario de la dieta televisiva surafricana, ofrece un ejemplo más multirracial de la inesperada expansión que ha tenido el género de los culebrones en los 10 años transcurridos desde que culminó el mejor drama real que jamás podrá producir el país, la larga marcha de Mandela hacia la libertad.
Mandela y De Klerk convencieron a sus compatriotas blancos y negros de que tenían que vivir juntos en paz
Los estudios de mercado demuestran que 'Soul City' es un nombre tan conocido en el país como Coca-Cola
La constante a lo largo de los diez años de la serie es suavizar las relaciones entre blancos y negros
El culebrón 'Soul City' está adornado con una buena dosis de gente guapa y suspense sexual
Una sociedad dinámica
Existen pocas sociedades más apasionantes y dinámicas en el mundo que Suráfrica, un país que renació hace apenas 10 años y está transformándose ante nuestros ojos, intentando lograr un equilibrio sano tras el daño y las distorsiones que causaron en las mentes de sus habitantes cuatro décadas de racismo impuesto por ley. Antes de que Mandela saliera de la cárcel, en 1990, existían todas las condiciones para que el país -en palabras muy utilizadas en su época- se ahogara en sangre. No había una injusticia mayor en el mundo. Mandela y su Congreso Nacional Africano, el movimiento de liberación más sabio y generoso que ha conocido la humanidad, resolvieron el problema de una forma extraordinariamente pacífica con una madurez asombrosa.
Sin embargo, lo que no puede hacer ningún político es cambiar los hábitos mentales arraigados y cotidianos de la gente, y ahí es donde la televisión surafricana, con programas como Soul City -que es todo lo contrario de la famosa telebasura tan de moda en occidente- ha desempeñado un papel más influyente que el Gobierno.
Las milagrosas elecciones democráticas de 1994 se celebraron gracias a que Mandela y el último presidente blanco del país, F. W. de Klerk, convencieron a sus compatriotas blancos y negros de que no había alternativa; tenían que vivir juntos en paz. Pero existían áreas del cerebro nacional a las que ni siquiera los dos premios Nobel de la paz podían llegar.
Los negros, especialmente los varones, carecían de autoestima, tendían a sentirse permanentemente humillados: una conclusión fácil de comprobar sólo con volar en aquellos tiempos hacia el norte, a países como Zimbabue o Kenia, y ver que, 30 años después de la independencia del hombre blanco, la gente estaba mucho más a gusto consigo misma. Eso, a su vez, significaba que los negros tenían hacia los blancos sentimientos de inferioridad, de rabia, o ambas cosas. Los blancos, las personas más mimadas del planeta durante los años del apartheid, trataban a los negros de maneras que iban desde la brutalidad -algunos les suponían más atributos humanos a sus perros- hasta el paternalismo más nauseabundo. Por otro lado, bajo la superficie, la verdad era que los blancos contemplaban a la mayoría negra con sentimientos de culpa y, por tanto, con miedo.
Todo lo cual hizo que el apartheid dejara atrás una catástrofe desde el punto de vista psicológico: peligrosamente antinatural, y sin una base sobre la que construir la sociedad "no racial" con la que siempre ha soñado Mandela.
Por otro lado, dado que quizá el pecado más terrible del apartheid fue mantener dominados a los negros a base de ofrecerles una educación deliberadamente inferior, la verdad es que hubo que reeducar a toda prisa a gran cantidad de la población negra, hubo que sacarlos del lodo ancestral en el que se habían revolcado para satisfacción de los blancos, hubo que ponerles al día de lo que era el mundo moderno. Si no, el sueño surafricano de competir en la economía mundial, de hacer realidad su destino y convertirse en un ejemplo de progreso para el resto de África, no tendría posibilidad de materializarse.
Suráfrica, pues, ha realizado dos grandes experimentos: ver si un pueblo pobre y oprimido puede emerger de la oscuridad a la luz, de la humillación a la dignidad; y si dos razas históricamente enemistadas pueden vivir juntas en paz y con respeto.
El lugar en el que se llevan a cabo estos experimentos de forma más explícita es la televisión. La influencia de la televisión en el comportamiento de la gente es enorme en cualquier parte, pero mucho más en un mercado virgen como Suráfrica, donde el número de personas que ven televisión de forma habitual ha crecido en más de un 50% desde la llegada de la democracia. La red eléctrica se ha aumentado de forma espectacular y se ha descubierto que, si lo primero que hace la gente al instalar la electricidad en su casa es comprar un frigorífico, lo segundo es comprar un televisor.
También se ha establecido científicamente que lo que más influye en la vida de la gente son los dramas de producción nacional. En algunos casos, educar ha sido el objetivo explícito; enseñar divirtiendo, para usar la definición que hizo Samuel Johnson del propósito de un medio más primitivo, la escritura. En otros casos, el objetivo ha sido el mismo que en cualquier otro lugar del mundo: atraer a muchos espectadores y ganar mucho dinero. Pero lo interesante es que, en los dos casos, de forma consciente o inconsciente, el motor fundamental ha sido educar. Porque existe un hambre que hay que saciar, más entre los negros que entre los blancos, de presentar una visión del mundo y un modelo de comportamiento social que corresponda a las aspiraciones que tienen las personas de mejorar su vida.
Nadie puede acusar a los productores de Generations -el culebrón diario que tiene los mejores índices de audiencia- de altruismo. Lo que ofrecen es una serie picante, con los mismos ingredientes de amor, celos, codicia y hombres y mujeres excepcionalmente atractivos, que venden los programas de este tipo desde Acapulco hasta Birmingham o Shanghai. Pero, si se observa con más detalle, se ve algo único. En la sociedad africana, en la que los hombres han tratado a las mujeres con poco más respeto que los blancos a los negros, y en la que hablar de sexo (aunque se practique con entusiasmo) ha sido normalmente tabú, Generations presenta un mundo idealizado en el que todo eso ha cambiado. Aparecen mujeres solas que hablan de los hombres y comentan que algunos "hacen hervir la sangre" y otros "son decentes pero no encienden la pasión en tu interior"; el tipo de conversación que resultaría sosa y rutinaria en una serie europea, pero que simboliza una emancipación revolucionaria de la mujer en Suráfrica. Todavía más extraordinario es oír a jóvenes negros hablar con desprecio de algunos hombres que conocen y calificarles de "cerdos machistas".
Culebrones
Isidingo, el segundo culebrón más visto, se mueve más en el terreno de las relaciones entre blancos y negros y presenta un mundo en el que las antiguas tensiones han desaparecido, los jóvenes de las dos razas trabajan juntos (sin que importe que el jefe sea blanco o negro) y hacen la vida social en los mismos bares de moda. Unos bares en los que bellas jóvenes negras se sientan al lado, a veces de la mano, de rubios clones de David Beckham, coqueteando sin problemas y pensando, como algo muy natural, en la posibilidad de irse a la cama juntos después.
"Lo que hacen estos programas es presentar una idea nueva de lo que es normal", dice Indra de Lanerolle, que dirige Ochre, una de las mayores productoras privadas de televisión en Suráfrica. "Y no es que les metamos esas ideas a la gente a la fuerza. Es lo que la gente quiere ver y oír; es a lo que verdaderamente aspiran. Si no, no venderían".
Programas como Generations e Isidingo, y muchos otros como ellos en un país que tiene once lenguas oficiales, ofrecen un reflejo fiel de cómo están evolucionando los grandes experimentos sociales de Suráfrica tras casi diez años de democracia. Reflejan cómo son sus habitantes, lo que quieren ser, lo que seguramente acabarán siendo. Y ninguna serie lleva a cabo esos experimentos de forma más reveladora o con más rigor que Soul City, un programa que gira en torno a la vida de una clínica en una población negra y tiene el claro propósito de utilizar el drama como medio para devolver la salud -en el sentido más amplio de la palabra- a la herida sociedad surafricana.
La palabra acuñada para calificar lo que hace Soul City es edutainment, "edutenimiento". Un terreno, según Indra de Lanerolle -productora del programa-, en el que Suráfrica es el líder mundial indiscutible. Y lo asombroso es que, a pesar de su vocación expresamente educativa, el programa lleva en el aire 10 años y no parece que vaya a desaparecer. Los estudios de mercado demuestran que Soul City es un nombre tan reconocido en el país como Coca-Cola.
Soul City, que se emite en la cadena nacional SABC y cuenta con más de 13 millones de espectadores (la tercera parte de la población surafricana), tiene la misión declarada de transformar las actitudes y las costumbres de la gente en áreas importantes de la vida: educación, violencia doméstica, depresión, asma y -por supuesto- sida. En ningún otro país del mundo hay más gente que padezca el VIH, ningún otro país ha perdido a más gente por la enfermedad. Hasta hace poco, el Gobierno se ha mostrado espectacularmente negligente a la hora de ocuparse de la catástrofe, de sus consecuencias tanto médicas como sociales. El episodio de Soul City sobre los tres niños cuya madre ha muerto de sida y cuyo padre está muriéndose pretende vencer la ignorancia de la gente sobre cómo cuidar a las víctimas de la enfermedad, un tema de importancia práctica e inmediata casi para cada surafricano.
El aspecto dramático y la producción de la serie corren a cargo de la empresa Ochre. El mensaje es decidido y está refinado por una ONG que recibe una importante subvención de la Unión Europea y se denomina a sí misma -exagerando muy poco- Soul City: el latido de la nación. Sue Goldstein, investigadora jefe, dirige un equipo que realiza estudios de campo exhaustivos, sobre todo entre la población negra pobre, para identificar problemas sanitarios y sociales de importancia nacional y decidir la mejor forma de resolverlos.
Investigación de campo
"Antes de producir el episodio con la familia afectada de sida, seguimos nuestra costumbre habitual de organizar amplios grupos de trabajo con habitantes de zonas rurales y urbanas", dice Goldstein. "Hablamos largo y tendido con diversas personas, incluidos numerosos huérfanos del sida. El siguiente paso era analizar la investigación, con la incorporación de expertos en el campo del VIH, tanto personal médico como asistentes sociales. Después nos sentamos con la gente de Ochre, los productores y los guionistas, y discutimos cómo crear un personaje que sirviera de modelo a la gente, que animara a la comunidad a dar apoyo material y emocional a esos niños. Cuando el guión estaba escrito, hicimos lecturas ante distintos grupos de interés, con gente que tenía VIH. Y lo adaptamos con arreglo a las sugerencias que hacían. Después de emitir el episodio, volvimos a nuestros grupos de trabajo y repartimos cuestionarios entre 2.000 ersonas para intentar juzgar el efecto que habíamos tenido, si habíamos logrado cambiar las percepciones. El modus operandi es el mismo para cada episodio de la serie. Hasta ahora, en estos 10 años, los resultados demuestran que hemos aportado mucho a la sociedad".
¿Se les puede calificar, como se dice del mundo de la publicidad, de persuasores ocultos de la sociedad? "Sí. Empleamos los métodos de los publicistas comerciales, pero somos mejores que ellos, más científicos y exhaustivos". No obstante, toda la ciencia del mundo no valdría de nada si Soul City no estuviera adornado con una buena dosis de gente guapa y suspense sexual. Ayanda es la médico negra supersexy de la serie. El verdadero nombre de la actriz es Sonia Mbele, un auténtico símbolo sexual en el país, que aparece en media docena de anuncios televisivos. Su relación con Sipho, el guapo enfermero, levanta las pasiones de los espectadores en todas partes, y les llama la atención cuando se comprende, de la forma sutil para no ofender las sensibilidades conservadoras de los televidentes, que él no sólo es un amante maravilloso sino (excepcional en un hombre negro surafricano) un cocinero excelente. La trama se complica cuando su antiguo amor, la bella Chantal, blanca y de clase media, reaparece en la escena. La duda de por quién se va a decidir Sipho mantiene en vilo a los espectadores durante tres o cuatro episodios. Al final opta por Chantal, y decide casarse con ella. Van a hacerse un análisis de sangre juntos, y resulta que Chantal es seropositiva, momento en el que el aspecto serio y educativo de Soul City se funde con el frívolo y, después de mucha introspección y mucho asesoramiento, el desolado Sipho decide -de forma ejemplar- permanecer junto a la mujer a la que ama.
Sea cual sea el mensaje que pretende impartir cada episodio, la constante a lo largo de los 10 años de la serie es el esfuerzo para suavizar las relaciones entre blancos y negros. Como Lanerolle, Goldstein dice que el secreto consiste en garantizar que el drama siempre sea de un realismo reconocible, al tiempo que va redefiniendo sutilmente esa realidad para alterar la percepción de la gente sobre lo que es bueno y normal. La relación amorosa entre Sipho y Chantal funciona porque los dos son atractivos pero, sobre todo, porque son jóvenes de veintitantos años, hijos de la sociedad post-apartheid. Una relación así entre dos personas de cincuenta y tantos estaría demasiado alejada de la realidad y no les resultaría verosímil a los espectadores. Si lo intentaran, la serie perdería credibilidad y el efecto del mensaje central que pretende transmitir quedaría gravemente disminuido.
Un episodio reciente sobre un joven médico blanco que trabaja en la clínica de Soul City tenía una trama secundaria que ofrecía un ejemplo elocuente de cómo han avanzado en Suráfrica las relaciones entre razas desde 1994, al tiempo que mostraba que todavía queda camino que recorrer antes de llegar a la utopía no racial. El médico, David, es un "nuevo surafricano" claramente progresista, porque, de no serlo, no trabajaría junto a un equipo predominantemente negro en una clínica que atiende casi en exclusiva a personas negras y pobres. Sin embargo, sus ideas políticamente correctas se ven en tela de juicio cuando descubre que tiene una hernia y acude al consultorio de un cirujano al que cree blanco, pero descubre que es negro. Terriblemente incómodo, David balbucea algo sobre ir a pedir una segunda opinión. El doctor Tshabalala, un hombre mayor de aspecto sabio, no reacciona con furia, sino que intenta tranquilizarle, al mismo tiempo lanzándole una mirada ligeramente divertida.
Mientras se acerca la operación, un nerviosísimo David tiene una conversación con Ayanda, de la que es buen amigo. Le confiesa que se siente incómodo ante la perspectiva de que le abra un médico negro. Ella le regaña, pero con más suavidad de lo que podría esperar alguien que no conozca Suráfrica. Porque, si bien está furiosa con él, entiende que, dada la manera en la que la sociedad blanca le ha condicionado, habría sido extraño que hubiera reaccionado de otra manera.
La cuestión racial
"A diferencia de otros programas, nosotros intentamos abordar la cuestión racial de forma directa", explica Goldstein, "pero, además, porque sabemos que, por la naturaleza de la sociedad surafricana y los surafricanos negros en general, no habría sido realista que un médico negro hubiera estallado de indignación". Como habría podido suceder si la conversación se hubiera producido, por ejemplo, en Estados Unidos. Pero en Suráfrica, la tolerancia y el perdón que ha demostrado Mandela a los blancos no es -como él se ha encargado de observar a menudo- una aberración personal. "Tanteamos mucho este tema concreto antes de rodar este episodio", dice Goldstein. "Nuestros consultados nos convencieron de que la reacción del doctor Tshabalala era la adecuada y que a David había que consentirle un poco, y no expulsarle del consultorio".
Como se podría esperar, porque Soul City siempre busca finales felices, la operación discurre sin ningún problema. Después, David derrocha gratitud. "Verdaderamente, es usted un médico magnífico", dice, mientras le da la mano a Tshabalala, "pese a las ligeras dudas que haya podido tener". Ayanda, que observa a los dos hombres, sonríe encantada, como sonríen todos los espectadores desde sus casas. En un espíritu de gran generosidad, a un hombre blanco se le ha dado una lección importante, de la que los televidentes se pueden sentir orgullosos. "Esa situación, con ese resultado, habría sido imposible hace 10 años, porque nadie se la habría creído", dice De Lanerolle, el productor de Soul City. "Personajes como Ayanda y David no habrían existido, sencillamente".
Ahora sí existen, y viven en una pantalla a medio camino entre lo que De Lanerolle llama lo real y lo ideal. En un momento de la historia surafricana que está lleno de posibilidades, buenas y malas, Soul City muestra una visión de un mundo mejor y más amable, que -por fortuna para el sueño de Mandela- al menos a 13 millones de surafricanos les gustaría reproducir y habitar.
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