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Columna
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Terrores

El verdadero problema no es la universalización del terrorismo, sino la angustiosa evidencia de que esta universalización se consolida junto a un proceso liquidador del derecho internacional y de la justicia legitimada. Los débiles, los cobardes, los que carecemos de espíritu militar o de dinero para contratar matones, no tenemos más recurso que el derecho, el amparo de las leyes. La ley es mi circunstancia, yo soy yo y mis leyes, las reglas de juego que me definen como ciudadano. Una adolescente es secuestrada, violada y asesinada en Coín. La indignación surge de manera lógica, pero confieso que mis juicios sobre las consecuencias de esta indignación pueden variar según las circunstancias. Desprecio a los criminales y desprecio a los vecinos que quieren tomarse la justicia por su mano, al margen de la ley, en un linchamiento público. Si hablamos de los familiares de la víctima, tampoco podría aprobar el linchamiento de los culpables, pero comprendería más los deseos personales de venganza. Finalmente, voy a imaginarme una situación terrorífica: las leyes desaparecen, los culpables son descubiertos, pero no juzgados, y se les deja libres para que paseen por las calles del pueblo, coincidiendo en los bares y en las panaderías con el padre o con un hermano de la muchacha secuestrada, violada y asesinada. La verdad es que me costaría mucho trabajo no comprender que los criminales apareciesen un día en una cuneta. Y los más grave de todo no sería ya la muerte de la muchacha o de sus criminales, sino la vida en una sociedad sin leyes, sin amparos legítmos, con gente acostumbrada a confundir la justicia con la venganza.

Estoy en contra de cualquier tipo de violencia; sin embargo, no creo que cualquier tipo de violencia sea igual y nazca de las mismas circunstancias. Es la última vuelta de tuerca que están dando en sus argumentaciones los responsables de la guerra de Irak. Pero no es los mismo el policía de Sadam que mataba a sangre fría en nombre de un tirano, que la víctima de la tiranía de Sadam que encauzaba en la violencia su rencor por falta de amparo legal. No se puede identificar al joven vasco, habitante de una parte privilegiada del planeta, que le pega un tiro en la nuca a un policía democrático en nombre de fantasías milenaristas, con el joven palestino humillado, sin amparo internacional, testigo de la muerte de sus familiares, que decide finalmente morir matando. No se puede comparar a los ejércitos que violan las leyes para invadir otros países con la resistencia o el terrorismo de los habitantes de un país invadido. Lo peor del conflicto de Irak es que se están cumpliendo las previsiones más catastrofistas, tanto desde el punto de vista humanitario como por lo que se refiere a la teoría política. Paso a paso se ha demostrado que, con argumentos y amenazas falsas, se justificó una invasión que no pretendía conseguir un mundo más seguro. Sólo ha servido para alimentar el terror. ¿Y en nombre de qué? De una liquidación de la justicia y de las leyes internacionales. La cuestión es que los débiles del mundo no tienen más salida que las leyes, porque al margen del derecho sólo impera la voz del más fuerte. Quizás por eso el terror se ha convertido en un elemento característico del nuevo orden mundial. Y el terrorismo es siempre suicida.

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