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LA EXTRAÑA PAREJA.
Columna
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La resignación nos mata

Juan José Millás

Estoy pensando que a mí Cándido Méndez y José María Fidalgo me caían bien, aunque no les pedía nada más que eso, que me cayeran bien, porque ya he renunciado a que me resuelva nadie el expediente.

-Este electricista nos ha dejado la instalación hecha un cristo, protesta mi mujer desenroscando los tornillos de un enchufe en busca de la avería.

-Pero es muy buen chico, añado yo con resignación.

Creo que llevaba años sin hacer una sola crítica a CC OO ni a UGT porque Méndez me parecía un tipo bondadoso y Fidalgo un tipo alto. Un día, viéndolos en las Noticias del Guiñol, mi hijo me preguntó por qué pertenecían a organizaciones distintas si decían lo mismo, y tuve que contestarle que también Alcampo y Continente pensaban lo mismo y no por eso se fusionaban. Le expliqué que las sociedades de consumo se caracterizan por una oferta rica en productos ideológicos y alimenticios. De este modo, si te enfadas con CC OO, te apuntas a UGT, y si te cabreas con Alcampo, te vas a pasar la tarde a Continente.

"Mejoraba tanto a Celia Villalobos que nos habíamos enamorado de ella"

Los mil subcontratados de Repsol en Puertollano que se han cabreado con CC OO y UGT han tenido, sin embargo, que organizarse por su cuenta, porque al final el mercado de la representación sindical no es tan rico como el de la alimentación. En caso contrario, no habrían perdido a seis compañeros en un accidente que tiene toda la pinta de ser el resultado del abaratamiento introducido en los sistemas de seguridad por unas formas de contratación que ya se empleaban en la construcción de las pirámides. Cada vez que se derrumba un andamio colocado deprisa y corriendo para aumentar la plusvalía, da la casualidad de que el muerto es un trabajador subcontratado. Y caen como moscas. Si Fidalgo y Méndez echaran la cuenta de los caídos en los últimos meses, comprenderían el porqué de los abucheos con los que fueron recibidos en Puertollano. Pero son tan buenos chicos que da no sé qué pedirles que dimitan como ha dimitido en Francia el director general de la Salud.

Por cierto, que en esta necesidad de encontrar aquí y allá personas que nos cayeran bien sin que nos resolvieran nada, yo había elegido a Ana Pastor como representante del Gobierno. Daba gusto verla en la tele con ese rostro serio y abisal que parecía extraído de las vanguardias pictóricas del siglo XX. Mejoraba tanto a Celia Villalobos que nos habíamos enamorado de ella sin que hubiera hecho otra cosa que enredar con los genes.

Pero hete aquí que, al retirarse la ola de calor y aparecer en la orilla decenas de muertos, le hacen en este mismo periódico una entrevista. Si no la han leído, búsquenla, porque no tiene desperdicio. A la ministra de rostro picassiano sólo le faltó decir que las olas de calor estaban transferidas a las comunidades autónomas. No llegó a tanto. Tampoco se atrevió a asegurar, como habría hecho el detestable Arenas, que había habido más muertes en las comunidades gobernadas por el PSOE que en las gobernadas por el PP. Pero a la pregunta de si no debería su ministerio haber emitido una alarma al observar el achicharramiento general responde: "Nuestro ordenamiento jurídico no contempla que se haga una alarma ante la ola de calor". La siguiente pregunta debería haber sido si estaba loca, pero nuestro Libro de estilo no contempla ese tipo de interpelaciones agresivas a los ministros del Gobierno.

Para abundar en la idea de que los muertos por la ola de calor no son sus muertos, añade Ana Pastor que no se ha recibido en su ministerio no ya una queja, sino una sola llamada. Piensa uno que, lejos de exhibir ese silencio, debería ocultarlo. ¿Cómo es posible que empiece a morirse de hoy para mañana un 30% de gente más de lo habitual y a nadie se le ocurra marcar el número de Sanidad? Es como si se produjera un atentado y no llamaran a Interior. Pero yo le explico por qué no recibió usted una sola llamada: porque sabíamos que sería inútil. Nos sentíamos satisfechos con que usted no nos pusiera enfermos como la Villalobos. Además, ya se lo he dicho, nos caía bien y vivimos resignados a que eso sea mucho, aunque nos mate. Quiere decirse que los subcontratados y realquilados de Repsol no sólo han hecho bien en organizarse por su cuenta, sino que el ejemplo debería cundir. Yo no espero haberles resuelto nada con estas líneas de solidaridad, pero aspiro a caerles mejor que antes. Suerte.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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