Jugar con el idioma
Aunque en la agencia de viajes y en todas las guías les prometieron sol y cielos permanentemente despejados, los extranjeros descubrirán que, aunque parezca mentira en este año metereológicamente desquiciado, en España llueve. La agenda del día, que consistía en freírse en la playa hasta que llegase el momento de salir de marcha, se resiente de este contratiempo (nunca mejor dicho) y plantea un interrogante: ¿qué hacer? Respuesta: practicar el español, ya que se supone que este tipo de visitantes sedentarios y monotemáticos no están dispuestos a dejarse tentar por los opinables encantos de un museo o de una ermita en eterna fase de restauración. Para no obligarles a relacionarse con otras personas, lo cual siempre puede resultar desagradable, existe la opción de los juegos de palabras en el idioma de los nativos. En los quioscos encontrarán un sinfín de revistas de pasatiempos que, a un módico precio, incluyen sopas de letras, crucigramas y esa extraña variedad de ejercicio ludolingüístico denominada autodefinidos.
Jugar con las palabras puede ser un coñazo o un placer, según el divertimiento haya sido ideado por un amargado torturador o por una persona decente. Dentro de esta segunda categoría destaca Màrius Serra, que es al crucigrama lo que Tomatito a la guitarra flamenca: un virtuoso humilde. Nacido en Barcelona en 1963, Serra se dedica indistintamente a escribir artículos en los periódicos, empezar novelas que luego tienen que terminar sus lectores, escribir cuentos tan brillantes como los de su libro La vida normal, presentar programas de televisión o colaborar en programas de radio en los que, de repente, puede darle por descubrir qué mensaje cabalístico esconde el nombre y los apellidos de, pongamos, José María Aznar López o Margarita Seisdedos. Además, dirige una república internáutica muy visitada, en múltiples idiomas (castellano, catalán, italiano), donde el verbívoro diletante encontrará toda clase de juegos: www.verbalia.com. En el ámbito del ensayo, Màrius Serra ha perpetrado una obra complejísima y amena, Verbalia, donde instruye y teoriza sobre palíndromos, contrapiés, acrósticos y, con perdón, tautogramas. Si alguna vez tienen que marcharse a una isla desierta y sólo pueden llevarse a un acompañante, elijan a Serra (se me ocurren otras personas, pero o están casadas o son gays). Sin más recurso que el alfabeto, inventará mil y un juegos para matar el tiempo sin necesidad de asesinarlo. Mientras tanto, lean Verbalia para que las tardes de lluvia accidental transcurran más deprisa. Encontrarán las claves para disfrutar de una forma barata de pasatiempos. Sobre la homofonía, por ejemplo, escribe: "Dos palabras son homófonas cuando suenan igual pero se escriben con una grafía diferente. Por ejemplo: vaca y baca. O las facecias populares: "Yo lo coloco y ella lo quita" (yo loco, loco, y ella loquita) o "Pero si yo loquito, ella locaza (pero si yo lo quito, ella lo caza)". Así se divierte Serra, lo cual, teniendo en cuenta lo caro que resulta pasarlo bien con cualquier cosa, tiene su mérito.
Ejercicio del día: ¿Puede considerarse homofonía la frase de ambientación estival "¿Usted nada de nada? No, yo no traje traje".
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