El ambiguo judas de la Resistencia
Cuando interviene la traición, la aventura se vuelve más sutil y misteriosa, y revela, como no lo hace el simple relato de la lucha entre el bien y el mal, las inquietantes complejidades del alma humana. No es casual que esa gran aventura que fue la Resistencia francesa contra la ocupación nazi tenga como episodio central una traición y albergue en su seno la mancha de un esquivo traidor. El 21 de junio de 1943, en la casa de un médico en Caluire, un suburbio de Lyón, la policía de seguridad alemana, como resultado de un jeu d'agent (agentenspiel), el soplo de un agente, irrumpió en una reunión secreta de mandos de la Resistencia y atrapó a los ocho que habían acudido a la cita, entre ellos el convocante, Jean Moulin, alias Max, el carismático delegado de De Gaulle en Francia encargado de unificar y coordinar los diferentes grupos de combate clandestinos. A raíz de su apresamiento ese día de doble solsticio francés, Moulin, el solar "rey de la sombra", el líder del "pueblo de la noche", en las altisonantes pero hermosas palabras de Malraux, fue torturado hasta la muerte por el infame de la Gestapo Klaus Barbie, El Carnicero de Lyón, y devino el símbolo de toda la lucha de la Resistencia. El martirizado Moulin, cuyas virtudes y destino parecían redimir la humillación de toda Francia y los pecados de tantos franceses, fue elevado a la categoría de icono nacional parangonable a Juana de Arco, y su apresamiento se convirtió en un drama de ribetes míticos. Si Caluire devino una suerte de Getsemaní, el que la mayoría señaló como el traidor de la reunión, como el hombre que vendió Moulin a los nazis, quedó marcado para siempre como el judas de la Resistencia.
Se escapó demasiadas veces de las manos de la Gestapo. Mintió y se contradijo. Tras la guerra y su proceso, hizo carrera como escritor y guionista
Un personaje sombrío
Ese hombre fue Louis Emile René Hardy (1911-1987), un personaje sombrío y complejo, incómodo, de rasgos fáusticos, un enjuto Ogareff de cadavérico atractivo que provoca enorme curiosidad, fascinación y repulsión. Sus retorcidas, exaltadas y vitriólicas memorias (Derniers mots, Fayard, 1984), en las que repasa su vida de joven normando del Orne (era un orgullo para él su herencia vikinga) descendiente de campesinos y militares, ingeniero de ferrocarriles, combatiente, preso cinco años en Fresnes con comunes y collabos y luego escritor de prestigio -autor de la hermosísima Amère victoire (1955)-, siempre con el telón de fondo de la sospecha, la mentira, la traición y la culpa, constituyen, amén de un ejercicio de autorreivindicación, desprecio y venganza, una lectura apasionante y abismal. Atormentado hijo de borracho, soñador, vagabundo, mujeriego -fracasó en todas sus relaciones; se casó dos veces y tuvo una hija-, amante de los grandes espacios, solitario, nihilista, cultivado, "vencedor vencido", tremendamente odiado (Lucie Aubrac, cuyo marido fue atrapado en Caluire, trató de envenenarlo enviándole mermelada con cianuro), el estigmatizado Hardy parece un personaje de novela, paradójicamente muy malrauxiano.
Acreditado luchador antifascista, jefe de Résistance-Fer, organización de sabotaje de las vías férreas para entorpecer el esfuerzo de guerra alemán, el coronel Hardy, alias Didot, que admiraba a Lawrence de Arabia y se vanagloriaba de haber destruido, émulo del emir dinamita, 600 trenes (mientras leía Los siete pilares de la sabiduría), fue también considerado, hasta la traición de Caluire, un héroe de la Resistencia. Él defendió siempre con uñas y dientes su inocencia, considerándose como un chivo expiatorio, achacando las acusaciones a los comunistas y asegurando que la detención de Moulin fue sólo un colosal fallo de seguridad. Es cierto que la justicia no le condenó. Procesado dos veces, siempre en medio de grandes presiones políticas, fue absuelto en 1947 del cargo de alta traición y, tras descubrirse nuevas pruebas en su contra y volver a ser juzgado en 1950, recibió el beneficio de la duda de un tribunal militar: fue hallado culpable por cuatro de los siete jueces, pero -afortunado mortal- el veredicto de culpabilidad requería un margen de dos votos de mayoría, así que quedó libre. Sin embargo, nunca se libró de la sospecha, y en su desesperación por limpiar su pasado, hasta se careó en 1972 en Bolivia con Barbie en un episodio digno de la pluma de Alejandro Dumas.
La verdad es que las pruebas contra Hardy, pese a la cacofonía levantada en torno a la traición de Caluire por los testimonios contradictorios, las interpretaciones ideológicas, la infinidad de historiadores que han investigado el asunto y toda la caterva de partidarios de las más disparatadas teorías conspiratorias, parecen abrumadoras. La Gestapo le capturó 14 días antes de la reunión de Caluire, y ¡lo soltó!, presumiblemente tras reclutarlo Barbie como agente doble; así lo testificó el nazi -aunque confiar en sus declaraciones es como fiarse de una serpiente- y así parece corroborarlo un documento interno firmado por el mismísimo Kaltenbrunner, el temible jefe de los servicios de seguridad del III Reich. Para más morbo, el día que cayó, Hardy se dirigía en tren a un encuentro acordado con el jefe de la Armé Secrète, el responsable militar de los movimientos unidos de la Resistencia, el general Delestraint, alias Vidal, que fue detenido seguidamente y al que los alemanes fusilaron. Hardy acudió luego a la cita de Caluire -organizada por Moulin para elegir al sucesor de Delestraint- sin estar convocado y ¡sin explicar que había sido detenido! Y fue el único en escapar, justo después de producirse la nueva y masiva detención (curiosamente los habían esposado a todos menos a él). Capturado poco después, ¡volvió a escabullirse de las manos de los alemanes! Realmente parecen muchas fugas. O la Gestapo era un coladero (que no lo era), o Hardy era un verdadero Houdini o tenía mucha suerte. O estaba comprado. En sus memorias dice con cinismo que uno de sus defectos fue ser siempre demasiado puntual, lo que, visto cómo le fueron las citas, tiene miga.
Un enigma es el porqué habría traicionado Hardy a Moulin. Hay varias respuestas. Una es que, por supuesto, el valor tiene límites: Hardy habría traicionado por cobardía, a cambio de su propia vida. Otra es política: Hardy habría sido un instrumento en la silenciosa lucha que enfrentaba a las diferentes facciones de la Resistencia. Para los más románticos y partidarios de chercher la femme hay otra interpretación: Hardy habría traicionado por amor (o pasión), a cambio de asegurar la protección de su amante, Lydie Bastien, que tampoco era trigo limpio (véase La diabolique de Caluire, de Pierre Péan).
"No he traicionado. No tengo nada que reprocharme". Las palabras de René Hardy resuenan en sus memorias con la desesperación de quien sabe que no logra convencer. No encontró la paz en este mundo y, tras vivir roto sus últimos años a causa de un extraño accidente de automóvil, acudió con la íntegra suma de sus actos a esa última cita de la que ni siquiera él, maestro de la evasión, podía ser capaz de escapar.
Del Ejército de las Sombras a las patrullas del desierto
UN HILO CONDUCE desde los suburbios de Lyón y el Ejército de las Sombras a las amplias extensiones de las arenas libias y las solares patrullas del desierto. La gran película de Nicholas Ray Amarga victoria (Bitter victory, 1957), centrada en la aventura bélica y existencial del sensible y arrebatado oficial británico Leith (Richard Burton), enfrentado durante una misión suicida del Long Range Desert Group a su superior, el débil y cruel Brand (Curt Jurgens), y enzarzados ambos en un trío amoroso, está basada en la novela Amère victoire, de René Hardy, que además firmó el guión. Hardy intimó con Burton, cuyo personaje era obviamente un sosias del primero. Bebieron juntos, y Hardy encontró al actor "atractivo y buen tipo, aunque caprichoso". El filme es bellísimo y conmovedor, como lo es la novela (en la que, por cierto, se menciona al célebre conde explorador Lászlo Almasy). A la luz del tormento de Hardy por el affaire de Caluire, la desesperanzada historia, con sus disquisiciones sobre el coraje, la angustia, la soledad, la culpa y la traición, cobra un significado revelador, como lo adquiere el mismo desierto, lugar de huida y también símbolo de exilio y condena. Puede interpretarse que la "amarga victoria" fue la propia de Hardy: sobre la justicia, pero no sobre la posteridad.
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