El reposo del pacifista
HACE YA SIETE AÑOS encontró Javier Solana su reposo en tierras gallegas. Alquila una casa con jardín y vistas a la ría, cerca de Bueu. Seguimos en el Morrazo. Llegó de la mano de Miguel Muñiz, ilustrado economista, cosmopolita de Orense, uno de los fundadores del Grupo 16 e iniciador de una de las mejores colecciones de arte contemporáneo de una institución estatal en su etapa de presidente del ICO. Esta zona de tradición marinera, llena de hermosos secretos tallados en piedra desde los tiempos de los petroglifos hasta el cruceiro de Hío, fue el lugar de refugio de otro gallego ilustre, José Luis Barros Malvar. Un seductor, otro ilustrado y sorprendente gallego, que hizo amar a Buñuel estos lugares tan cercanos a su Vía Láctea.
Nada mejor para las fugas de la realidad que unos mejillones o una merluza en Lapamán. Eso lo sabe hacer Solana mejor que Annan
Volvamos a Solana y sus jardines. A ese jardín cerrado desde donde habla con los políticos que dirigen el torbellino del mundo. Desde Bueu, en un agosto ardiente, en la soledad del político en vacaciones, se puede estar al tanto de lo que Vicente Verdú llama "el estilo del mundo", el mejor libro de ensayos para entender nuestros desaliños contemporáneos. Solana sabe bien, con Verdú, que hemos pasado de "la aceleración de la historia a la aceleración y fuga de la misma realidad".
Nada mejor para las fugas de la realidad que unos mejillones o una merluza en la playa de Lapamán. Eso lo sabe hacer Solana mucho mejor que Kofi Annan. Otra de las fugas del pacifista metido en cien guerras consiste en agotar a sus guardaespaldas y a cualquier amigo que le pretenda seguir en sus marchas matutinas. Cada verano, sus guardaespaldas, cachas y jóvenes ellos, piden el relevo por no ser capaces de seguir el trote de este hombre de espíritu quietista, que no deja de correr, saludar y hablar con cualquier paisano, vaca o gallina que le salga al paso.
También sabe callar, incluso tragar sapos, quedarse sin opinar en el mejor estilo del diplomático avezado, es decir, algo así como los antípodas de Chencho Arias, el simpático anfitrión de los días neoyorquinos del hijo de Aznar, el mismo que por soltarse la pajarita está castigado a pasar el verano en Manhattan. Hay que saber callar, resistir, aunque el golpeador se llame Eduardo Arroyo, provocador y pintor de excepción.
Fue en el jardín de los Valcárcel / Manzano, hermoso, abierto, divertido y civil en pleno puerto de Beluso. Los anfitriones de este jardín, una pareja de arquitectos muy unidos a la música, reúnen cada verano a lo mejor de la gauche / centre y droite divine de las Rías Bajas. Hubo fiesta con música tan dispersa como la del tenor Enrique Viana, capaz de pasar, en compañía del piano de Torres Pardo, de los cuplés psicalípticos a El pescador de perlas. O la de ese peculiar dúo dinámico, Collán Manzano y Manuel Illán, que después de haber creado un grupo de culto, Esclarecidos, han sido capaces de producir Aserejé. Fiesta bajo la luna con un coro que formaron el director de la Residencia de Estudiantes, Pepe García Velasco; el pintor Caruncho, galeristas, músicos, publicistas, políticos o nuevas poetisas como Reyes de Gregorio.
Al margen de las canciones del verano, bajo un castaño del mismo jardín, tuvo lugar el combate entre un fajador como Solana y un pegador como Eduardo Arroyo. El pintor amante del boxeo sacaba el puño contra la izquierda que baila al son de Sabina, daba un derechazo contra los que no entienden que estar con Bush es ser de izquierdas o un golpe bajo contra los admiradores de Miró o Tàpies, a los que considera dos botiguers, monaguillos y papistas. Solana, por sacar el puño, no lo saca ni por la federación socialista de Majadahonda. Yo, por Sabina, y me llevé un mamporro. A esas horas, las defensas estaban bajas, no es fácil seguir a uno de los mejores amigos que han tenido Justernini y Brooks. Combate nulo. Los púgiles se abrazaron. Llegó la tregua cuando Arroyo preguntó a Solana: "¿Tiene arreglo lo nuestro?". El amigable Solana dijo que naturalmente, que él apreciaba su talento y reclamaba su amistad. El pintor: "No, si tú eres cojonudo... Yo me refiero a lo del PSOE, lo nuestro". El político calló. Se retiró a su jardín, a su lectura del verano para seguir con la lucha contra la Ballena Blanca.
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