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Reportaje:FUERA DE RUTA

Antártida, la gran aventura blanca

De la isla Aitcho al canal Lemaire, huida a un territorio hipnótico

Son muchas las razones que le pueden llevar a uno al fin del mundo: el deseo de aventura, la ambición de llegar a donde pocos han llegado o la necesidad de pisar todos y cada uno de los continentes del globo. También están los adictos al hielo, esos que encuentran en el llamado sexto continente su paraíso, ese chute pintado con todas las gamas que el color blanco puede proporcionar y que son muchas más que las que uno se imagina. Un continente sin pasaportes ni aduanas, donde aún reina la paz porque sigue inhabitado (salvo los científicos aislados al cargo de las diferentes misiones dedicadas a la investigación) y donde pingüinos, focas y leones marinos campan a su aire, aproximándose sin temor y sin vergüenza a los turistas que ahora comienzan a llegar a esta catedral del hielo llamada Antártida.

Muchos prefieren el nombre de Polo Sur cuando se refieren a esos retazos de blanco que decoran los faldones de cualquier mapamundi. Así no parece tan grande, pero en total son 14,25 millones de kilómetros cuadrados (más grande que Europa y Australia), en su mayor parte apenas pisados por el hombre, con vientos que pueden alcanzar los 320 kilómetros por hora y unas temperaturas que pueden bajar a los -89 grados centígrados, la mínima registrada. Una jungla de hielo y nieve, icebergs y glaciares que a la vez es uno de los desiertos más secos del planeta, con uno de los índices más bajos de precipitaciones del mundo. Y aun así, en esos momentos de calma y sol que también disfruta, hay pocos lugares que escondan tanta belleza, tal vez por ser tan virgen, tan remoto y tan distinto, con sus silenciosas catedrales de hielo flotando en las aguas más cristalinas del océano. Una atracción que, como describe Jenny Diski, otra de estas yonquis del hielo y autora del libro Skating Antarctica, es casi como una "urgencia sexual".

Grandes exploraciones

Un deseo que se hace de rogar y tal vez por ello sea más apetecible, porque la Antártida ha sido la meta de las últimas grandes exploraciones del pasado siglo, las de Scott, Shackleton o Amundsen, y desde entonces terreno exclusivo de balleneros, exploradores o científicos, además de una cierta presencia militar perdida entre las nieves durante la II Guerra Mundial. Los primeros turistas no pondrían pie en el gran continente blanco hasta 1957, pero la realidad del turismo no llegó hasta 1966, cuando Lars-Eric Linbald comenzó a ofertar viajes anuales. Así se inició un flujo que en la actualidad lleva a 10.000 turistas al año a sus costas heladas, convirtiéndose en la mayor fuente de ingresos de esta zona de cooperación internacional que, de acuerdo con el Tratado de Madrid, es tierra de nadie.

Aun así, sigue siendo una visita para avezados, teniendo en cuenta que el viaje desde el punto más cercano a sus costas, el puerto argentino de Ushuaia, el más austral en el litoral de Tierra de Fuego, sigue significando una travesía de unos dos días en barco por el pasaje de Drake, donde la unión de los océanos Atlántico y Pacífico puede generar unas olas de más de 15 metros de altura, difíciles de soportar para algunos estómagos. Es una travesía que muchos pasajeros aprovechan para acostumbrarse a la vida a bordo de un barco, a los manteles húmedos que ayudan a mantener los platos sobre la mesa, a cerrar bien los armarios para que no escupan todo su contenido con cada ola y a pasearse por la cubierta siempre con una mano en la barandilla. Es también un momento perfecto para desconectar del mundo que se deja atrás y aprovechar las conferencias educativas sobre la zona que se imparten en todos los cruceros firmantes de la Organización Internacional de Operadores Turísticos Antárticos, preocupados por el cumplimiento del Protocolo de Madrid para la preservación de este continente. "Por eso preferimos definirlo como un crucero de exploración", señala Conrad Combrink, líder de las expediciones que organiza Society Expeditions a bordo del World Discoverer, barco dotado con pinzas rompehielos para surcar el área. Su deseo es el de desarrollar un turismo que "construya, no destruya", y siempre con un itinerario flexible, en función de la climatología.

En un área capaz de experimentar las cuatro estaciones del año en una sola hora, hay pocas garantías de una ruta perfecta, incluso viajando dentro de la pequeña temporada turística, entre diciembre y marzo, en la que los hielos se abren lo suficiente.Nieve, sol, vientos, lluvia, todo es posible en unas jornadas en las que nunca se pone el sol, lo que le da al paisaje esa luz mágica propia de los sueños. Eso sí, nunca será el mismo paisaje dos veces, de manera que los colgados del hielo deben acudir al principio de la temporada, porque si esperan a la llegada de la fauna local, a mediados de diciembre, el volumen de blanco, aunque aún masivo, habrá disminuido.

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Para enero, el viajero ya sólo tendrá ojos para las crías de los diferentes tipos de pingüinos en sus nidos. La temporada concluye cuando los animales se van en busca de otros lares en los que prepararse para el largo invierno que se les echa encima. "A medida que se marcha el último crucero, se están marchando los animales", recuerda Combrink. Lo único garantizado en todo este tiempo es el guano, eufemismo utilizado para esa presencia constante de excremento de pingüino que tinta de rojo las montañas heladas.

Los cruceros tampoco asegurarán un itinerario en sus expediciones a la Antártida, aunque, si el tiempo así lo permite, hay una serie de lugares de visita obligada. Allí, el rompehielos echará ancla para facilitar el acceso a la costa. Se hará mediante lanchas zodiac y siempre con la ayuda del equipo del barco, para no caer en unas aguas heladas donde, según sugieren algunas guías, en caso de accidente es mejor nadar hacia al fondo y ahogarse que morir congelado. Gran parte de las expediciones se dirigirán a esas islas que como flecos se desprenden de la península Antártica, como la Aitcho, generalmente la primera en ser visitada, o la cadena de las Shetland del Sur.

El canal Lemaire

También serán motivo de sorpresa lugares como la isla Decepción, en realidad un volcán aún en activo donde los más avezados podrán decir que se han bañado en las glaciales aguas de la Antártida rodeados de pingüinos y han sobrevivido para contarlo gracias a las aguas termales que calientan la pequeña playa de Pendulum Cove. Pero la Antártida tiene más contrastes que ofrecer, especialmente mientras el barco surca silencioso el canal Lemaire, de poco más de 1.600 metros de anchura, flanqueado por la península Antártica de un lado y las cumbres nevadas de las islas Booth de otro, un sándwich de hielo que redefine la palabra calma o el término belleza.

Lo mismo ocurre con la bahía Paraíso, un bautismo perfecto que describe uno de los lugares paradisíacos del mundo gracias a esas paredes blancas gigantescas que forman los glaciares que allí confluyen, una calma y un silencio donde no se puede atracar, tan sólo observar, y roto únicamente por las explosiones secas que causan los icebergs al desprenderse de la masa de hielo. Además están los recorridos en zodiac alrededor de algunos de estos icebergs, masas de hielo en ocasiones azules al haberse consumido todo el oxígeno que contenían; otras, translúcidas, desgastadas por los años de flotación, o vueltas del revés. Rascacielos de hielo flotando a la deriva con focas o pingüinos como moradores.

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos

Extensión: 14,2 millones de kilómetros cuadrados. Población fija: unas 1.200 personas en las bases científicas. Cuándo ir: este año la temporada empieza el 18 de noviembre, durante el verano antártico (temperatura media: unos -5º C). Documentación: pasaporte. Equipo: ropa, guantes y botas impermeables de tipo Gore-Tex. En los cruceros proporcionan anoraks adecuados para el frío con los que completar la vestimenta.

Cómo ir

Los viajes turísticos a la Antártida suelen partir de la ciudad argentina de Ushuaia, en Tierra de Fuego. En España, agencias especializadas como Greenland Adventure (914 46 36 69; www.greenlandadventure.com), Trekking y Aventura (915 22 86 81; www.trekkingyaventura.com) y Tuareg (932 65 23 91; www.turaregviatges.com) ofrecen cruceros, a bordo de rompehielos de investigación, con precios a partir de 2.900 euros, sin incluir los vuelos.

Información en Internet

- www.spri.cam.ac.uk.

- www.antarticconnection.com.

- www.70south.com.

- www.tierradelfuego.org.ar.

- www.iaato.org.

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