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Columna
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Sagrado 4 de agosto

La Constitución es, como se sabe, reformable. Y el Estatuto, no ya superable, sino superado. La Capilla Sixtina, restaurable, por supuesto (y bien hermosa que ha quedado). Hasta se habla de que el Papa puede ser revocable. Pero hay dos cosas intangibles en esta vida: que pasen los años y envejezcamos, y que se mantengan las fechas de unas fiestas.

¿Se imaginan cantando: "Uno de enero, dos de febrero,... doce de diciembre, San Fermín? Llegaríamos, si llegábamos, al final sin respiración. De manera que nos faltaría fuerza para el "A Pamplona hemos de ir..." y los encierros se resentirían. ¿O celebrando a los madrileños el 2 de mayo un 1 de enero, pongamos por caso? ¿La Tamborrada de San Sebastián, el día de San Isidro Labrador? En fin, la vida tiene sus márgenes, uno puede ser delgado y engordar (más fácil que a la inversa por aquí), pueden hacerse años de 366 días, crear nieve artificial y hasta plasma artificial, tener niños-probeta y clonar. Pero hay cosas que son sagradas. Agosto es una fiesta en las capitales de Euskadi (ETA mediante). Y el 4, San Celedón baja cual Mary Poppins sobre la Plaza de Vitoria. Quizá alguno podríamos transigir con lo de La Blanca, pero la Santa Madre Iglesia se opondría a buen seguro.

Hay dos cosas intangibles en esta vida: que pasen los años y envejezcamos, y que se mantengan las fechas de unas fiestas.

¿A qué viene pues ese afán "transgresor" de algunos prohombres de la ciudad por cambiar de fechas las fiestas de La Blanca? ¿Quizá alguna treta de Pingüino contra Gotham-Gasteiz? Pudiera. Quizá haya pretendido nublarles el entendimiento, pero el sortilegio no tendrá efecto.

La gente se va tras los primeros días. Cierto, es un dato. Pero, evidentemente, no se debe a las fechas. ¿Qué fiesta que no sea la de los trabajadores se celebra un primero de mes? Hay quienes huyen de las fiestas como de la peste. Los hay en Vitoria y en Pernambuco. Hay quien gusta de aprovecharlas para escapar, precisamente. Pero Vitoria tiene dos problemas añadidos. Es una ciudad-aluvión, un precipitado de urgencia de multitud de tradiciones, que no ha conseguido aún hacer que sus pobladores se identifiquen con sus símbolos (hay más aficionados al Athletic por metro cuadrado que al Alavés por hectárea). Carácter de ciudad, que Vitoria no tiene.

Y, segundo, La Blanca es una fiesta juvenil y libertaria, desde que baja hasta que el Celedón sube. Le falta la fiesta-espectáculo y la fiesta-circo. Algo se hace, es cierto. Pero cinco o seis días tomando cervecitas, viendo lidias mediocres y escuchando a Rocío Jurado, son muchos días si no se tiene al lado una playa o un balneario.

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Lo primero, se irá resolviendo cuando las generaciones más jóvenes, que se saben y sienten vitorianas, desplacen a la Blusa aldeana y procesionil, y den al paisaje humano un tono más variopinto. Vitoria se acabará queriendo a sí misma.

Lo segundo es más urgente y tiene peor arreglo (porque requiere dinero). Una ciudad que es capital del jazz y del teatro, con importantes programas de música antigua y de órgano (que implica a toda la provincia), con un colectivo de artistas plásticos y músicos importante, debiera ofrecer algo más que cuatro variedades callejeras, unos bailables y un programa teatral trasnochado a sus clases medias cultas y a sus gentes deseosas de alegría y espectáculo de calidad. Esto es tarea urgente de la corporación municipal si quiere mantener una fiesta de una semana que no resulte provinciana.

Por lo demás, todo bien. Hoy subirá San Celedón a los cielos, y puede que nos gestione allá algún chaparrón que alivie este calor.

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