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Columna
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Día Grande, día de Memoria

Y suben torpes y pesados (blunder hungely) por la colina de San Pedro (Robert Lowell, 1964). Los Faroles son. La Procesión se recupera como tradición. Y el Rosario de la Aurora como madrugón... perdón, como devoción. Así arrancaba la fiesta desde que "civilmente" en 1822 (eran tiempos de liberales progresistas y anticlericales), el Ayuntamiento de Vitoria proclamara La Blanca como Patrona de la Ciudad. La Virgen de la nieve: blanca y pura. O más bien desde que en 1883 (tiempo de reconversión y recuperación) le hicieran su día en agosto (antes, no eran sino ferias y fiestas de septiembre). Cinco de agosto, siete de la mañana, Rosario de la Aurora. En Sevilla se dice en esa ocasión:

Día Grande de la Ciudad. Día en que, hoy por hoy, debe ser para las víctimas. Los inocentes, que nada supieron sobre su muerte... Pero nosotros sí lo sabemos

"Allá arriba, en el Monte Calvario, hay una bandera,

que se deja ver, el que quiera sentar plaza en ella,

Jesús Nazareno es el coronel" (Aurora de Marracos).

Tradición, memoria. ¿Acaso no es tiempo de homenajear a los Santos Inocentes de la polis (The Holy Inocents, Lowell)?

...Si ellos mueren,

como Jesús, con su atavío, ¿quién les llorará?

¿Acaso no nos toca llorarles? Todavía recuerdo el corto de Elías Querejeta y a los abuelos de Jorge Díez (que acompañó a Fernando Buesa en su último viaje). Ellos le llorarán aún hoy. Y nosotros, también nosotros les lloramos.

Teodoro Olarte y Ortiz de Zárate, Fernando Buesa, las víctimas del 3 de marzo de 1976, o los asesinados en los treintas, Jorge Díez y tantos otros...

Ayer, en la recepción oficial del Ayuntamiento (en la que los más veteranos gacetilleros echaban a faltar al lehendakari, a Mesías Ibarretxe), el alcalde hizo referencia a Santa Pola, a Silvia (6 años) y a Cecilio, asesinados hace un año por sicarios iluminados. Entonces fue un minuto de silencio. Hoy, ¿apenas nada?

Auroros y devotos de la Aurora, deberán recomponer su tradición y actualizarla. Rezar por los Santos Inocentes asesinados en un número siempre excesivo por un siglo XX de miserias ideológicas, de miserias asesinas. Quizá madruguemos por homenajearles: Teodoro, Fernando, Jorge,... (en Lakua, salida a Bilbao, tienen la lista completa).

Día Grande de la Ciudad. Día en que, hoy por hoy, debe ser para las víctimas. Los inocentes, que nada supieron sobre su muerte... Pero nosotros sí lo sabemos. Nosotros sí. Lo sabemos para impedir nuevas muertes. Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas (ya lo dije: elegía de poeta a poeta).

Y, en otro orden de cosas -o en el mismo-, las calles bullen a rebosar. Comparsas, txistularis, bandas y espontáneos. Animación, cafeterías y tascas llenas. Pinchos, ruedas y crianzas. Rabas y rabos. Calor, mucho calor (demasiado). Jolgorio en las calles de Vitoria. Músicos y payasos. Y, para amenizar, la Banda Municipal en la glorieta de la Florida. Eso está bien en el día del Celedón de Oro (véase Crespo).

Es el Centro de la Fiesta -y de la ciudad ahora mismo-. Lo otro no cuenta (ni importa). La periferia debe subir la cuesta a la colina de la fiesta. Así debe ocurrir y sucederá siempre.

Mientras tanto, acarreará con fatiga (losses) los montes de la escoria (Lowell). Y Gotham se irá rehaciendo lentamente, poliki-poliki, hasta que la muerte ceda. Y hasta que lo político, en lugar de separar, una.

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