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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Demasiado fuego

Desde la Costa Azul a Portugal, desde la meseta a Extremadura y Andalucía, el fuego está llevando la tragedia a numerosos rincones del sur de Europa. En Portugal son ya seis los muertos por la cadena de incendios devastadores que asolan desde hace días el pais vecino, que ha pedido ayuda internacional ante su propia escasez de medios para combatirlos. En la mitad meridional de España, la proliferación de incendios está arrasando miles de hectáreas de vegetación a veces centenaria. Las llamas han destruido viviendas aisladas y amenazan urbanizaciones y núcleos de población en varias provincias. En Cáceres han sido evacuadas centenares de personas, y la Junta de Extremadura mantiene un comité de crisis para lidiar el desafío.

Las temperaturas insólitas de este verano -con registros que en muchas zonas llevan varios días por encima de los 40º, y que se están cobrando también su factura en vidas humanas- son junto con la sequedad ambiental el caldo de cultivo perfecto de los grandes fuegos. Algunos de los más destructores tienen su origen, según los expertos, en tormentas secas. Pero no siempre la causa está en la imparcial naturaleza. Demasiados responden a la imprudencia, cuando no a la mente ofuscada de pirómanos o la mano negra de especuladores que avizoran grandes beneficios entre los rescoldos de lo que fuera bosque.

Las proporciones cobradas por los incendios en curso exigen insistir en las medidas de prevención. La solidaridad entre regiones o países es muy alentadora, pero deberíamos ser capaces de poner los medios para hacerla innecesaria en la inmensa mayoría de los casos. Las sociedades, incluso las modernas, y España no es una excepción, suelen preferir acomodarse a las consecuencias de los desastres ocasionales que adoptar las medidas capaces de prevenirlos. Porque lo segundo es una tarea metódica y de años, que comienza en las escuelas y acaba en los ámbitos de decisión política. Y exige presupuestos constantes, crecientes elementos humanos y técnicos, planificación administrativa y el cumplimiento de las leyes. Elementos en su conjunto poco rentables en el día a día de gobernantes y gobernados.

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Pero cuando en un verano tan excepcional como el presente las llamas se enseñorean de kilómetros de naturaleza, a veces irremplazable en el curso de toda una vida, adquiere su auténtica magnitud la gravedad de la inercia colectiva. El fuego que está calcinando árboles y montes empobrece no sólo nuestro patrimonio nacional, también la armonía con el entorno que nos cobija.

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