Están trabajando en ello
No sé qué me apetece más, si que me prohíban casarme por lo civil con Karina (ella está harta de ritos y yo no comulgo) o que me detengan por contar chistes sobre la seguridad en los aeropuertos. Se están poniendo las cosas tan difíciles que cada día te despiertas como si entraras en Mad Max después de haber pasado la noche en La matanza de Texas. Ese locutor: "Son las siete de la mañana y hoy va a hacer más calor que nunca". Yo ya no escucho las noticias. Las metabolizo. Otra mujer maltratada o muerta, o las dos cosas: giro a la izquierda y marco una muesca en la pared. Más cadáveres de inmigrantes en nuestras costas: giro a la derecha, y otra muesca. Luego procedo a devorar el kiwi para ir bien de vientre.
Ni siquiera he ido por ahí difundiendo el rumor según el cual el cardenal Ratzinger sería hermano de Marilyn Manson
En España disponemos de un chiste muy bueno sobre aeropuertos. Es el del asesino del póquer que hacía de guardia de seguridad en Barajas, ¿se acuerdan? Ojalá se lo cuente algún día Aznar a Bush. Igual le detiene. O se detienen mutuamente, dado el grado de identificación. Eso, al menos, les desconcertaría, y ganaríamos algo de tiempo para prepararnos contra el próximo golpe del destino.
Cuando pienso en otras crónicas escritas, hace años, para esta misma página, antes de que el mundo se convirtiera en Murphilandia, cuando Oropesa aparecía en el horizonte sólo como una osada apuesta estética, e ignorábamos que los alcaldes de Marbella forman parte de una cadena de retroalimentación infinita. Aunque, francamente, yo juego con la idea de que Isabel Pantoja, convertida en alcaldesa, se dirija algún día a las masas desde un balconcillo de Puerto Banús y, empotrada en plena digestión, haya que sacarla de allí con la fachada puesta.
Pero dejemos el pasado en paz, y el presente en éxtasis. Pensemos en el porvenir. A ustedes, bien sean parejas de ipso o de facto, les parecerá, sobre todo si siguen los autos de fe de la Asamblea de Madrid, que el mejor negocio donde colocar sus ahorros es el inmobiliario. Pues no. Por cien mil dólares, que hoy en día no es nada, se mete uno en la campaña para re-elegir a George Bush, y esa minucia se convierte en la inversión de su vida. Pues el propio presidente está ahora mismo partiéndose los piños en la defensa de la construcción de un gaseoducto que, surgiendo de la reserva forestal de la Amazonia peruana, llegará hasta la costa, depositando los gases naturales a los pies de sus agradecidos accionistas. No lo duden: inviertan en Operación Fucking the Planet. Eso sí que es forrarse a lo grande.
Volviendo a la retransmisión insaciable, que yo veo por Telemadrid/La Otra, he comprendido que lo más similar al matrimonio que requieren de nosotros el Nuevo Orden Mundial y el Vaticano Como Siempre, es la pareja Supertronic que protagoniza los anuncios emitidos entre asaltos a los declarantes. Verán, Tronic es una sauna personal que uno puede colocarse a modo de cinturón mientras permanece reglamentariamente casado como Dios manda en el sofá conyugal; ella contándoles a las amiguitas, por el móvil, lo mucho que se le reduce el abdomen allí mismo, y él haciendo lo que sea que hacen los hombres cuando les vibra el Tronic y también les reduce lo suyo.
No puedo evitar la sospecha de que quienes quieren matrimonios ortodoxos de los de toda la vida pretenden que se mantengan las posibilidades de que la mujer resulte muerta, o al menos un poco rota, a manos del cónyuge, pretendiente o ex.
Pero no. No puede ser cierto. He dejado de ser mala. Vivo prácticamente arrodillada y ni siquiera he ido por ahí difundiendo el rumor según el cual el cardenal Ratzinger sería hermano de Marilyn Manson (demonios: cómo se parece el cardenal Rouco a mi querido Paquito Clavel, ahora que lo pienso), porque, como leyenda urbana, bastante tenemos con los cocodrilos en las cloacas. Sólo nos faltaría atender también a la curia, paseándose cegata por los albañales.
Porque, seamos justos, la oleada de represión que nos invade lo mismo brota de la Casa Blanca que de Tel Aviv (contra los matrimonios entre israelíes y palestinos), y ya no es sólo Roma la suma autoridad que todo lo arrasa cuando se trata de coartar libertades o restringir derechos. En esto, hay que reconocerlo, ha habido una socialización de la canallada, una democratización de las normas de injerencia masiva.
Con estos mimbres y una misa castrense cada domingo de agosto en Mahón, ¿qué no llegará a proponer Ana Botella?
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