La caída del empleo tecnológico y sus consecuencias
Las noticias, todas coincidentes, según las cuales España está destruyendo empleo tecnológico debieran ser objeto de seria preocupación por parte de todos, incluido el Gobierno.
No es fácil encontrar en nuestra historia un periodo tan prolongado de prosperidad en el marco de una ortodoxia macroeconómica que tiende a realimentar positivamente los importantes logros alcanzados; aunque no es seguro que pueda garantizar su sostenibilidad a lo largo del tiempo.
El modelo de crecimiento español, que tan buenos resultados está ofreciendo, presenta a medio y largo plazo serias debilidades que estamos a tiempo de analizar críticamente para actuar en consecuencia. Un crecimiento económico que coincide con un bajo nivel de mejora de la productividad revela, a largo plazo, una gran debilidad; por estar basado más en la cantidad de factores de producción que en el modo -tecnología- que los combina para obtener el producto nacional final. Un sistema económico de esta naturaleza es propio de países en vías de desarrollo, presenta resultados asintóticos a lo largo del tiempo y, por tanto, tiende a agotarse en sí mismo.
Mientras que la capitalización tecnológica española -en la que se fundamenta el nivel de productividad- se encuentra, según el Banco de España, a un 40,8% de la media de la Unión Europea y el esfuerzo en investigación y desarrollo (I+D) está a mitad de camino del de nuestros vecinos y dos tercios por debajo del de Estados Unidos, España se ha tomado unas largas vacaciones inversoras en tecnología, seguidas de un proceso de destrucción de empleo altamente cualificado que vienen a acentuar nuestras debilidades. Una consecuencia directa de todo ello se refleja en el nivel de productividad total de los factores de la economía española, que, según el Banco de España, ha pasado de un índice de 106,3 en 1985 a 100 en 1995 y a 96,9 en 2002.
Si según todos los análisis y modelos de referencia el crecimiento a largo plazo de la economía precisa de capital tecnológico e innovación empresarial, y España anda escasa de ambos recursos, ¿por qué no parece interesar a nadie -medios políticos y de comunicación sobre todo -la caída- por tercer año consecutivo de las inversiones tecnológicas y del empleo cualificado asociado a ellas?
Impresiona, e incluso asusta, conocer la ya enorme cantidad de titulados universitarios que el sector de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) está expulsando de su seno. Y no se trata sólo de un problema social, pues de una u otra manera las personas terminan arreglando su situación; es una cuestión que tiene que ver con el uso del potencial profesional que, no siendo para nada excesivo en España, se encuentra, además, crecientemente infrautilizado.
En el trasfondo de la boyante -aparentemente y por ahora- situación de la economía española, encontramos, por tanto: un muy bajo nivel de capital tecnológico, una reducida actividad en I+D y una creciente infrautilización de talentos profesionales asociados a las tecnologías de más alto potencial productivo de la historia.
¿Tendremos que esperar, como ahora parece anunciarse, algún plan de inversión en TIC, proveniente de una Unión Europea cuya mayoría de países miembros están lejos de padecer nuestras carencias, para comenzar a arreglar las cosas?
Cada día que pasa se hace más perentorio un plan nacional de inversiones públicas que incluya extraordinarios y efectivos incentivos a la inversión privada en TIC, para en un plazo no demasiado largo alcanzar cuatro objetivos:
1. Acrecentar el capital tecnológico, al menos a nivel medio de la renta per cápita española.
2. Incentivar las actividades I+D, sobre todo las privadas, para aumentar éstas al menos un 50%.
3. Ocupar productivamente a todos los profesionales de las TIC.
4. Apalancar el crecimiento a largo plazo de la economía.
Los remedios a la situación son bien conocidos y en su mayor parte incluso públicamente asumidos por el ministro de Ciencia y Tecnología. Los costes financieros serían mínimos para el Estado, mientras que el retorno del esfuerzo estaría garantizado, eso sí, a medio y largo plazo. ¿Esperaremos a que sea demasiado tarde para actuar?
Jesús Banegas es presidente de la Asociación Nacional de Industrias Electrónicas y de Telecomunicaciones (Aniel).
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