La tabla redonda de la pintura
Antonio Saura: memoria y recuerdo, exhibe en el Museo Guggenheim de Bilbao 16 obras de 9 artistas relacionados con el informalismo europeo y el expresionismo abstracto americano, entre los que están, en primer lugar el propio Antonio Saura (Huesca, 1930-Cuenca, 1998), pero también los españoles Antoni Tàpies (1923) y Manuel Millares (1926-1972), junto a los franceses Jean Dubuffet (1901- 1985), Jean Fautrier (1898- 1964) y Pierre Soulages (1919), al danés Asger Jorn (1914- 1973) y a los estadounidenses Mark Rothko (1903-1970) y Robert Motherwell (1915-1991). El móvil de esta iniciativa ha sido la representación pública de las recientes adquisiciones del Guggenheim de Bilbao de cuatro obras fundamentales de Antonio Saura -24 cabezas (1957), Crucifixión (1959-1963), Retrato imaginario de Goya (1985) y Karl Johann II (1997)-, además de celebrarse ahora el quinto aniversario de la desaparición de este importante artista.
ANTONIO SAURA: MEMORIA Y RECUERDO
Museo Guggenheim Bilbao
Avenida de Abandoibarra, 2
Bilbao
Hasta el 1 de enero de 2004
Pero si esta exposición está sobradamente justificada, alcanza su plenitud en la excelencia de su planteamiento, al confrontar la obra de Saura con la de sus pares internacionales, que es el terreno abonado para la comprensión crítica cabal de los grandes artistas, cuya patria verdadera es la horizontal de la pintura contemporánea donde fijaron su auténtica identidad. Hay que recordar al respecto que, también en Bilbao, en 2001, el Museo de Bellas Artes hizo algo parecido con la muestra La pintura al desnudo, donde los desnudos de Saura fueron acompañados entonces por los de Picasso, Bacon, Dubuffet y De Kooning. En ambas ocasiones, esta visión conjunta fue y es efectivamente un acierto, que además refrenda lo que quiso y pensó el propio Saura, como sabe quien haya leído sus textos o conociera su forma de plantear las exposiciones, en las que él mismo gustaba de resaltar las afinidades y convergencias entre maestros, cuya diferente nacionalidad enriquecía su común amistad pictórica.
Sea como sea, la selección de artistas y obras de Antonio Saura: memoria y recuerdo está directamente inspirada no sólo en las filias declaradas por él, sino en lo que positivamente aviva la intensidad artística del conjunto, sin además descuidar la coherencia de su substrato cronológico. Así se aprecia en los cuadros elegidos por Tàpies -Marrón sobre negro (1959)- y Millares -Cuadro 163 (1962)-, pero también en la estupenda selección de Fautrier, Dubuffet y Soulages, que arropan la raíz informalista de Saura, como los americanos Motherwell y Rothko lo hacen con la del expresionismo abstracto. En cuanto al jorn, Muchedumbre loca (1960), obra de uno de los históricos miembros del Grupo CoBrA, cubre muy bien el hinterland figuración-abstracción en el que se movió también siempre Antonio Saura. De manera que nos encontramos con una suerte de fastuoso retablo de lo que quizá fue el deslumbrante canto de cisne de lo pictórico en el arte del siglo XX, girando todas estas formidables individualidades en torno a una misma pasión concertada, cuyo eje central es, aquí, el magnífico de Saura, el cual, de poder verse en semejante compañía, resplandecería de felicidad. No hay duda acerca de la que sentirá el visitante de la exposición, sobre todo, si alcanza contemplarla junto a las que, durante un tiempo, exhibe simultáneamente el Guggenheim de Bilbao -Calder y De Jaspers Johns a Jeff Koons-, pues se trata de una triple oferta que, mientras dure, convierte este museo en centro de la atención mundial.
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