No queremos ser como Beckham
Mi hijo Alejandro es muy envidioso y hasta que no lo ha conseguido no ha parado. A sus 12 años es natural. Tuvo una envidia enorme, hace ahora algo más de un año, del protagonismo familiar que disfrutó su hermano cuando unos chavales muy majos le robaron la cazadora de sus sueños -y, de paso, su confianza, su seguridad y su inocencia- en plena calle, a plena luz del día, a la vista de todo el mundo.
Ahora le ha tocado a él y está que no cabe en sí de gozo. Le ha costado un poco más caro que a su hermano, eso sí: una bicicleta fenomenal -y, de paso, su confianza, su seguridad y su inocencia- y unos cuantos golpes encima. A plena luz del día. En el parque público El Palmeral de Alicante. A la vista de nadie, al parecer.
Sus amigos dicen que nunca hasta entonces le habían visto llorar. Ahora lo ha hecho de rabia, de impotencia, de humillación y de miedo, los mismos sentimientos que también albergan ahora sus amigos y los que albergó su hermano. Debe ser natural, a sus 12 años. Quisimos ser como Beckham, por un momento: tener un coche blindado, una casa blindada, 20 guardaespaldas alrededor y todas las fuerzas del orden rodeando a mi familia para que ni el viento la toque.
Pero luego se nos pasó el ataque de locura temporal -en realidad, no queremos ser como Beckham- y actuamos como lo que somos, ciudadanos normales, celosos de nuestra libertad y de nuestra seguridad. Acudimos a la Policía Local y a Comisaría, a plantear la correspondiente denuncia. Desde aquí vaya nuestro agradecimiento por el trato recibido y por el interés mostrado por los y las agentes (por cierto, dos horas en una Comisaría real valen por unas cuantas series de teleficción juntas).
De vuelta a casa, en la radio del coche (¿se dice loro?), El Fari cantaba eso de "apatrullando la ciudad" (bueno, reconozco que esto es una licencia poética, pero es lo que en realidad íbamos haciendo) y mi mujer y yo nos preguntábamos cuánto nos han costado las cámaras de vigilancia instaladas en el parque público El Palmeral, para qué sirven (las hemos necesitado en tres ocasiones, al menos, y su utilidad sigue siendo un misterio para nosotros), quién las cuida, quién, cómo, cuándo y para qué registran las imágenes que presuntamente graban, si funcionan o no, cuánto cuesta su mantenimiento, si su gestión es pública o privada, si esto hubiera ocurrido en un parque privado, temático o no, o sólo pasa en parques públicos, y ya puestos, como para olvidar lo ocurrido, seguimos preguntándonos si la libertad pública es diferente a la privada, si lo es la seguridad, si es mejor un colegio público o uno privado, si lo es la sanidad pública o la privada, si lo público, en general, es mejor o peor que lo privado, si conviene cerrar a cal y canto la urbanización, poner videoteléfonos y vigilantes y un sofisticado sistema de alarma en casa y... Alejandro, que ya iba recomponiéndose, nos preguntó si le íbamos a comprar otra bici. Cosas de la edad, ya digo. ¡Pues claro que vamos a comprar una bici! Pero el problema, Alejandro, no es ése.
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