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Crónica:A pie de obra | TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Nada y así sea

Marcos Ordóñez

Uno. Hay varias cosas interesantes, muy interesantes, en Via Gagarin, de Gregory Burke. El tratamiento de la violencia, por ejemplo. Quizá sea eso lo que más resuene en el recuerdo porque estalla al final. Y sin la menor complacencia. Es raro, en los tiempos que corren, toparse con una violencia teatral que no sea "espectacular" o "posmoderna", que viene a ser lo mismo. No hay la menor glamourización de la violencia ni de los personajes, cuatro perdedores natos. Los asesinatos que cierran Via Gagarin nos petrifican porque son absolutamente lógicos, coherentes con el discurso, desesperado y nihilista, de su personaje central. Son lógicos, pero inesperados. No esperamos que la obra acabe así, que la "situación" se zanje de esa manera. Porque Eddie, el psicópata de Via Gagarin, es "divertido". Olvidamos que los psicópatas suelen serlo, y que el humor glacial es una de las formas de su amoralidad: Gregory Burke hace bien en recordárnoslo, con la misma frialdad feroz de John McNaughton en Henry, retrato de un asesino.

Sobre Via Gagarin, de Jesús Díez, y Der Fensterputzer, de Pina Baush, en el Grec de Barcelona

Via Gagarin causó sensación hace dos años, en el Traverse de Edimburgo, y luego, en septiembre, en el Cottesloe de Londres. Su joven autor es escocés y nos habla de su pueblo en quiebra, tras el cierre de las minas, metido de hoz y coz en la globalización. Jesús Díez, que ya nos ofreció una de las mejores piezas del teatro británico reciente (Blue/Orange, de Joe Penhall), ha cazado al vuelo Via Gagarin, en una traducción, un tanto acartonada, de Josep Costa. Toda la función, la doble crónica de un secuestro y de un absoluto cul-de-sac ideológico, transcurre en el almacén de una fábrica. Tenemos a dos obreros desesperados (uno no cree en nada, el otro quiere creer en algo), y un fool ingenuo, y un viejo empresario. Via Gagarin es una primera obra, con los defectos usuales: intenta meter demasiados huevos en la misma cesta (existencialismo, debate político, trama criminal) y a la función le falta tijera. Y "se le ven" demasiado las influencias: los ritmos verbales de Mamet y Tarantino. Curiosamente (o no), el mejor personaje es el que menos habla y del que menos sabemos: Frank, el empresario secuestrado. Apenas tendrá cincuenta líneas de texto, pero bastan para trazar su perfil, adivinar su vida anterior, su fracaso personal, su lucidez amarga, su condición de "cadáver de permiso". En la función del Grec, estrenada en el teatro Villarroel, los reyes son Lluís Xavier Villanueva (Eddie), ofreciendo un recital de energía neurótica, y Enric Arredondo (Frank), con la sabiduría del veterano que sabe, por experiencia, que menos es más. Los otros dos actores, Miquel Gelabert (Gary) y Santi Ricart (Tom), "opinan" demasiado sobre sus personajes. O expresan la opinión del director; eso nunca se sabe. Y la opinión de Jesús Díez parece ser "he aquí a dos idiotas". Dos clichés: el idealista bobo y el joven-que-nunca-irá-a-ningún-lado. Esa modulación de farsa negra es mucho más neutra en el texto original. Y la puesta en escena se resiente de ese escoramiento. Pero en Gregory Burke hay un autor. Y en la Villarroel hay dos espléndidos actores, de dos escuelas muy distintas, jugando en el mismo equipo.

Dos. Creo que no volveré a ver nada de Pina Bausch en mucho tiempo. Estoy harto de chicas con vestidos de seda y combinaciones negras y largas melenas lánguidas, y de chicos Martini con camisitas blancas y sonrisas de autosuficiencia. No veo personas, como en los espectáculos de DV8 o de la Batsheba Dance Company o de Ramon Oller o de Roger Bernat: sólo modelos de lujo, que parecen venir del planeta Jet-Set, de un mundo en el que no hay sexo, ni risa, ni dolor, ni misterio, sólo bonitismo y repetición, repetición, repetición. Der Fensterputzer (El limpiaventanas), en el TNC, sala grande, espectáculo estrella del Grec, llenazo absoluto, público entusiasta, grandísimo éxito. ¿Qué me pasa? ¿No puedo encontrar nada en este espectáculo que me toque, que me refleje, que me traspase o me sobrepase? Sobre el papel, doña Pina nos vende su piano como "a confrontación entre Japón y Occidente". En octubre de 1996, doña Pina y su troupe pasaron "tres semanas en Hong Kong, para recoger impresiones". ¿Qué pudisteis ver, que pudisteis descubrir en tres semanas? También fuisteis a Portugal, y no logro encontrar diferencias sensibles entre Masurca Fogo y Der Fensterputzer. Las musiquitas, quizá. Como subir en el mismo ascensor para detenerse en otro piso. Pina Bausch, antaño la gran innovadora del gesto, la sacerdotisa de la emoción física, parece haberse convertido en la presidenta del Club Mediterranée de la danza, la Pasarela Cibeles de la danza. Lisboa, Hong Kong, même combat. ¿Dónde estamos, queridos? Si hoy es martes, esto es Bélgica: nos pagan mucho, algo haremos. "Niñas jugando con aros en gimnasios vacíos", como cantaba el Zurdo. Y pollos pera, y una montaña de florecitas rojas, muchas florecitas (ahora se esparcen, ahora se recogen), y un puente colgante en los telares, para nada, y un coche de cartón amarillo, para nada, y el tío que limpia vidrios (Sísifo, según el programa). Estamos a la caza de una imagen para llevarnos a casa. Venga, una sola, doña Pina, tenga usted un detalle, que la función dura tres horas. Minuto 65: una Niña Litri y un Pollo Pera repiten, hasta la extenuación, la tonadilla "una sandía cortada en dos / una para ti, otra para mí". Cuantísima ternura. Cuantísimo azúcar: demasiado para mi bilis. Minuto 70: Intermedio. Queda otra hora y media, pero es la ocasión ideal para salir pitando. J'ai dejà donné, doña Pina. ¿Qué viene a continuación? ¿Un montón de pasta, billetes y billetes como florecitas verdes para "pasar" tres semanas en Barcelona y cocinar algo para el Fórum? A otro perro con ese hueso, señora. Me voy a la calle, a por aire fresco: hay más vida esperándome en cualquier esquina de mi ciudad que en Der Fensterputzer.

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