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La policía cree que la ladrona de ancianas robó a 20 mujeres y mató a dos

Los investigadores creen que puede haber más víctimas que no denunciaron los delitos

"Muy fría y calculadora". Así describió ayer la policía a Encarnación Jiménez Moreno, de 38 años, la mujer que fue detenida la mañana del miércoles en Usera acusada de haber cometido 20 robos a ancianas que vivían solas y dos homicidios, ya que dos de estas mujeres murieron asfixiadas tras ser amordazas y maniatadas. Las huellas digitales de la detenida y los reconocimientos de sus víctimas han permitido imputarle todos los delitos por los que estaba siendo buscada. Los investigadores creen que puede haber más víctimas que no denunciaron los delitos.

La carrera delictiva de Encarnación Jiménez comienza el 18 de abril (Viernes Santo) con el robo y homicidio de una anciana, María Iribarren Gallues, de 97 años, en el número 71 de la calle de Ayala (distrito de Salamanca). A partir de ahí son 19 los robos que se le imputan. Según explicó ayer el jefe superior de Policía de Madrid, Miguel Ángel Fernández Rancaño, al principio robaba de manera muy espaciada, cada cuatro o cinco días. Sin embargo, según iba ganando experiencia, aumentó la frecuencia de los asaltos. De hecho, la última semana llegó a consumar dos en la misma jornada.

Su forma de actuar era siempre la misma, según la policía. Elegía edificios antiguos, en los que buscaba ancianas que vivieran o estuvieran solas. Escogía las mañanas para actuar, ya que los esposos o los hijos de las víctimas estaban fuera del domicilio. Para colarse en los inmuebles, llamaba al telefonillo y comenzaba a llamar puerta a puerta ofreciendo joyas o ropa usada. Otras veces solicitaba fuego para encender un cigarrillo o hacía que se ahogaba en un ataque de tos y pedía un vaso de agua.

También, en otras ocasiones, dijo estar "indispuesta", por lo que pedía una infusión para recuperarse. Cuando las ancianas le abrían la puerta, les preguntaba si estaban solas. Si la respuesta era positiva, les pegaba un empujón y empezaba a robarlas. "Siempre las llevaba a la última habitación de la vivienda y las ataba fuertemente con sus propias ropas o con prendas que cogía de los armarios. También las amordazaba", comentó el inspector Santiago Calvo, jefe del grupo XIII, especializado en robos y atracos.

Violencia desmedida

Jiménez Moreno empleaba una violencia desmedida con sus víctimas. Las empujaba con todas sus fuerzas, las apaleaba y las amenazaba con cuchillos de cocina que cogía en las propias viviendas hasta que las ancianas le confesaban dónde guardaban sus objetos de valor. Por ejemplo, en el robo de la plaza de Bami (Ciudad Lineal, en junio), puso una pierna en el canapé de la cama donde su víctima dormía y lo cerró bruscamente, lo que le produjo la rotura de la tibia y peroné a María Eugenia C. C., una septuagenaria.

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La mujer siempre actuaba a cara descubierta y sin guantes, lo que ha permitido la imputación de todos los robos. A eso se ha sumado que siempre que robaba fumaba cigarrillos rubios. La policía ha podido sacar de estas colillas muestras de su ADN. También ha dejado huellas digitales en nueve ocasiones. El resto de robos se le imputan por el reconocimiento fotográfico de sus víctimas. El registro de su domicilio, en una vivienda de protección oficial en el distrito de Hortaleza, ha permitido recuperar varias joyas y efectos personales de sus víctimas. Entre ellas estaba un anillo de su supuesta primera víctima mortal, María Iribarren, lo que también la incrimina. "Las pruebas son inequívocas y desde luego demuestran que cometió todos los delitos", señaló el jefe superior.

Tras robarlas, dejaba a las ancianas maniatadas. "A veces les decía a sus víctimas que hacía eso porque tenía que mandar dinero a su familia a Venezuela. Sin embargo, su falta de acento la delataba", señaló el jefe del grupo XIII. El aumento de los robos de las últimas fechas permitió deducir que la acusada se movía en las líneas 5 y 6 de metro, además de en autobús, para cometer sus delitos.

La policía montó un férreo dispositivo de vigilancia en las zonas más probables de que cometiera sus robos, en el que también participaron los agentes de la Brigada Móvil, que vigilan el metro. Una de las características fundamentales es el bolso negro que siempre llevaba en bandolera.

La detención se produjo gracias a una vecina del número 50 de la calle de Lillo, en Usera, que le resultó sospechosa la presencia de una mujer que correspondía a las características físicas difundidas por los medios de comunicación. En lugar de abrirla, llamó al teléfono 091. El primero en acudir a la zona fue un coche patrulla de la comisaría de Usera-Villaverde. Los agentes preguntaron a la vecina y ésta les dijo que había seguido pidiendo por el portal 48. Los policías la esperaron abajo y, cuando salió del inmueble, la arrestaron. Encarnación Jiménez no opuso resistencia y se mostró tranquila.

Los agentes del Grupo XIII, que estaban en Carabanchel y Centro, se lanzaron a toda velocidad al lugar. Una policía pidió a sus compañeros que sacaran a Jiménez del coche patrulla. Entonces se dieron cuenta de que la detenida tenía arañazos y mordiscos en el brazo derecho. "Os estáis confundiendo de persona. Yo no he hecho nada", dijo Jiménez. La verdad era bien distinta. La policía le respondió: "Está detenida y acusada de 20 robos y dos homicidios". Las heridas eran las señas palpables que le dejaron las dos últimas víctimas, en los robos cometidos el pasado martes. La ladrona más buscada de Madrid, y cuyo caso era prioritario para la policía, acababa de ser arrestada.

La detenida está casada con un albañil. Tiene cinco hijos, de los que tres (con edades entre 9 y 18 años) vivían con ella. Encarnación Jiménez, que nació en Sevilla en marzo de 1965, carece de antecedentes. La policía disponía de una imagen suya captada por la cámara de un banco situado en los alrededores de uno de sus robos. Jiménez se cortó voluntariamente con un vaso de plástico en el vientre cuando estaba arrestada en los calabozos de la comisaría de Tetuán, según la policía.

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