"Mientras existan la pena y el deseo, el 'blues' seguirá vivo"
Más de tres décadas en la carretera, 17 álbumes, 15 millones de ejemplares vendidos y 9 premios Grammy contemplan a Bonnie Raitt (Burbank, California, 1949), la mujer que más ha contribuido a la extensión del blues en Estados Unidos y medio mundo. La
"blueswoman pelirroja" vuelve a España con un trabajo antológico bajo el brazo. Se titula The best
of, reúne 18 de sus mejores interpretaciones de los tres últimos lustros y podrá escucharse, en directo, en los Veranos de la Villa de Madrid (16 de julio) y en Barcelona, un día más tarde.
Raitt mamó el gusto por el blues, el rock y demás músicas esenciales desde muy temprana edad. Hija del cantante de Broadway John Raitt y de la pianista Marge Godard, a los ocho años ya tenía una guitarra Stella. Aún no había cumplido los 20 cuando se curtía como telonera de vacas sagradas como John Lee Hooker, Muddy Waters, Sippie Wallace o Son House, una actividad que compaginaba con sus estudios en Harvard.
Desde su debú discográfico, Bonnie Raitt (1971), esta licenciada en Relaciones Sociales y Cultura Africana ha cosechado elogios encendidos entre la crítica, pero su primer éxito masivo no llegó hasta el álbum Nick of time y la canción del mismo título, 18 años más tarde. Sobre la situación de la música actual, comenta: "A los accionistas les preocupa mucho más la cuenta de resultados que esperar a que un músico se desarrolle y encuentre su propia expresión. Así, hoy resulta mucho más difícil comenzar una carrera y mantenerse a flote. Estoy orgullosa de pertenecer a ese grupo de artistas
con una trayectoria sin éxitos deslumbrantes, pero prolongada en el tiempo".
Además de por sus canciones de mayor éxito, Bonnie Raitt es muy conocida en su país como referente para los colectivos de izquierdas. "Ejerzo como músico y activista, son dos facetas que no puedo separar", arguye. Su nombre ha estado ligado a las más diversas causas. Fue impulsora del célebre concierto No nukes, en el Madison Square Garden neoyorquino (1980); luchadora antiapartheid o ecologista comprometida hasta las últimas consecuencias: ha sufrido dos detenciones por su oposición a la política forestal de Bush y en su gira de 2002, junto a Lyle Lovett, impuso que los vehículos funcionaran con un carburante "biodiésel".
"Crecí en el seno de una familia que creía en la lucha por la paz y la justicia social, y mis primeros discos fueron los de Bob Dylan, Pete Seeger o Joan Báez, toda la canción-protesta", se justifica. Hoy vuelve a percibir la amenaza de una "Administración todopoderosa que lo controla todo, incluidos los medios periodísticos", y alza la voz en defensa de la libertad de expresión.
Raitt suele recrear en sus conciertos algunos clásicos como For what
it's worth, de Buffalo Springfield, o Soldier of plenty, de Jackson Browne. "Temas así demuestran que la canción-protesta no tiene por qué ser necesariamente pedante", proclama.
Y es que sabe que la música también es un arma poderosa. "Durante toda mi carrera me he asegurado bien de que nadie podría decirme cómo, cuándo o qué grabar. Si algo no te gusta, la culpa es mía", dice. Y asegura contar con la ventaja de que el blues es un género "particularmente universal". "Mientras existan el amor y la pena, el sexo y el deseo, el blues seguirá vivo y la gente, en cualquier parte del mundo, seguirá disfrutándolo".
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