_
_
_
_
Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Medallas para reanimar la arquitectura italiana

Este año, la Trienal de Milán ha iniciado la concesión de unas medallas de oro a la arquitectura italiana para premiar las mejores obras entre 1995 y 2003, con un jurado lujoso y respetable -Baldi, Dorfles, Forster, Hartzema, Magnano Lampugnani, Molinari y Tzonis-, bajo la presidencia de Giancarlo de Carlo y el asesoramiento de 40 personalidades internacionales. El fallo ha sido publicado en un lujoso libro ilustrado, diseñado por Riccardo Pietrantonio, con la modernísima mala intención de hacerlo insoportable para un lector en posición normal. Se trata de seis medallas y seis menciones para temas específicos. Las imágenes del libro confirman que la arquitectura italiana sigue amodorrada, sin nuevas generaciones con espíritu investigador o actitudes contestatarias. Después de la generación de la década de 1950 y sus inmediatos sucesores, la arquitectura italiana cuenta poco en el panorama de la cultura europea, y no creo que esas medallas de oro logren reanimarla. No lo creo porque la crisis no depende tanto del ego de los arquitectos como del desorden social de Italia.

En efecto, muchas de las razones de esa decadencia corresponden al persistente desorden político y al enquistamiento burocrático hacia un deterioro urbanístico en el que la arquitectura es imposible. Este caos ha dado como resultado una complicada, abundante y alborotada legislación basada en el espantapájaros del Piano Regolatore, sumida en la corrupción de un centralismo atento a los pequeños intereses locales y personales, que, con el oportunismo del disimulo, se erigen en leyes universales. Italia es el país con más leyes urbanísticas del mundo y es también donde menos se cumplen y menos se exigen. Cada ley ofrece algún truco para desobedecer a las otras y sobre cada punto de una ciudad recaen más de una docena de planes contradictorios. Pero ni siquiera hace falta utilizar esos trucos: la mayoría de edificaciones se hacen sin permiso oficial, sin adecuación urbanística. El abusivismo es el camino eficaz para construir las pequeñas o las grandes miserias fuera de ordenanzas, en terrenos no urbanizables. Es cuestión de esperar y, al cabo de pocos años, llega el condono electoralista de cualquier Berlusconi. Y así, el abusivismo está creando las periferias y los suburbios más feos del mundo, alrededor de unos centros históricos que deben de ser los más bellos del mundo. En este desorden suburbial nadie se preocupa de la calidad de la arquitectura porque no hay lugar para ella. Es un campo habitualmente cedido a los geómetras. Según me informan, en Italia los arquitectos intervienen en menos del 10% de las obras.

Este último dato explicaría otra razón de la baja calidad, pero no me parece suficiente, como se demuestra en la selección para las medallas de oro, todas con autorías declaradas. Entre los seleccionados hay pocos arquitectos que presenten un especial interés, y los que admirábamos hace años ahora construyen más en el extranjero que en Italia. Esto quiere decir que, además de los problemas estructurales, hay también algún fallo en la formación, en la falta de ósmosis cultural o en la profesionalización de los arquitectos. Las facultades universitarias, las organizaciones educacionales y gremiales, los incentivos culturales no funcionan. Italia es el país con más legislación urbanística no utilizada, pero también el de más cantidad de textos sobre arquitectura con escasa influencia en la construcción de la ciudad. Un esfuerzo teórico que se pierde en abstracciones o en superficialidades de tono filosófico. Una barrera académica entre la teoría y la práctica que no existía en los años cincuenta y sesenta, en los que el discurso de los maestros de dos generaciones -Samonà, Rogers, Quaroni, Campos Venuti, Gardella, Gregotti, Rossi, etcétera- se traducía en ensayos de transformación auténtica. Ya hace tiempo que no vamos a Italia en peregrinaje a comprobar las excelencias de la nueva arquitectura. Los jóvenes estudiantes van directamente a una Centroeuropa civilizada en la que un cierto orden social e institucional -y una base económica más consistente- permite construir la nueva vanguardia.

Seguramente exagero. Algunas obras seleccionadas permiten mantener esperanzas. La medalla a la mejor obra ha correspondido a la industria naval Fincantieri (Castellamare di Stabia), del veterano Umberto Riva, que sin demasiado atrevimiento acredita la profesionalidad que se le supone, pero parece más sugestiva una obra finalista de Cino Zucchi en Venecia. Como siempre, los encargos públicos son mejores que los encargos privados, en contra de lo que creen los fundamentalistas del mercado. Se ha llevado la medalla al mejor encargo público el Auditorio de Roma de Renzo Piano, una obra importante -quizá el único monumento construido esos años-, aunque no tan satisfactoria como las que él mismo ha construido en el extranjero. El premio a la crítica ha recaído en los consabidos Nicolin (Lotus), Gregotti (La Repubblica) y Brandolini (La Reppublica delle Donne). Quizá el elenco con sorpresas más positivas sea el de las menciones honoríficas: la interesante biblioteca de Pesaro (Guerra), la fábrica Prada de Montegranaro (Canali y Caldarola), la torre de oficinas de Collegno (Frean, Jansen y Bagnasacco), la mediateca de Anzola dell'Emilia (Rota), etcétera.

Pero esperamos -con medallas o sin ellas- una próxima resurrección de Italia.

Oriol Bohigas es arquitecto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_