El violín del viejo Mihalyi
El Festival de Ortigueira sigue gravitando en torno a las naciones celtas, pero la fascinación llegó el viernes con remite oriental. Nada más irrumpir en escena Mihalyi Sipos, un viejecillo algo encorvado de pelo y bigote encanecidos, quedó claro que nadie podría ya hacer sombra a uno de los violinistas más prodigiosos que ha asomado por estos confines coruñeses en el primer cuarto de siglo del evento. Sipos no figura con letras de molde en la cartelería: es sólo un integrante más de Muzsikas, el quinteto que ha abierto los ojos al mundo sobre las excelencias del folclore rural húngaro, un filón del que aún puede extraerse oro puro.
Muzsikas escolta a una de las gargantas más conmovedoras del planeta, Márta Sébestyén, pero la relación entre la cantante y sus músicos se rige por las leyes de la equidad. Sébestyén entra y sale del escenario con discreción, porque la exultancia instrumental de sus acompañantes anula cualquier tentación de divismo. E incluso un colaborador tan relevante como el violinista Alexander Balanescu asume sin complejos el papel de actor secundario.
No es de extrañar que este viaje musical por los parajes más recónditos de Moldavia, Transilvania o los Cárpatos se disponga a incendiar en fechas próximas -con las entradas ya agotadas- el Carnegie Hall. Harían bien alumnos y profesores de conservatorio en extraer alguna enseñanza de personajes como Sipos, que han absorbido al pie de las montañas toda esa palpitación que no se aprende en ninguna distinguida escuela.
Celtismo arrollador
El prodigio de Muzsikas relegó a un segundo plano otros manjares suculentos, como la exhibición de celtismo arrollador que proporcionaron los irlandeses Altan. Veinte años de magisterio continuado convierten a Mairéad ní Mhaonaigh y los suyos en un referente básico dentro del folk de filiación acústica y tradicional. Pocos grupos como éste permiten experimentar ese cosquilleo inigualable que las jigas, reels y demás bailes endemoniados provocan en la boca misma del estómago.
La representación española incluyó la presentación de SondeSeu, una prometedora orquesta folclórica que han constituido los alumnos más aventajados de Rodrigo Romaní, Anxo Pintos, Xosé Liz y Treixadura en Vigo. También compareció el siempre comercial y controvertido Hevia, un gaitero que ha definido un estilo discutible, pero coherente. Su discurso es apócrifo desde la misma distribución instrumental, con uno de esos violines eléctricos liofilizados, un bajo de cinco cuerdas, una guitarra de silueta heavy y, claro, esa tecnogaita tan alejada de la épica inherente al original.
Hevia maneja bien los resortes de la contundencia y sabe enhebrar melodías muy pegadizas. Sólo le pierden los excesos, como esa obcecación de su bajista con el slap, una técnica de cuerdas pellizcadas que acaso parezca resultona en manos de Stanley Jordan, Marcus Miller o Victor Wooten, pero que en este contexto étnico -ma non troppo- aburre y desespera como un mal dolor de muelas.
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