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Crónica:TOUR 2003 | Segunda etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El 'show' de Sedán

Un ciclista con collarín, otro con la clavícula fisurada y un tercero con fiebre protagonizan la etapa

Carlos Arribas

Pasen y vean. Esto es el Tour. Esto es un show permanente. Real como la vida misma. Y también exagerado, magnificado, dislocado. Triste, alegre y deprimente. Aquí hay de todo. No lo duden, asómense al Tour del Centenario. Esto es el verdadero deporte espectáculo, y no Beckham con sus pantalones rasgados y sus pies descalzos, como la condesa.

Tyler Hamilton, un americano de Colorado, bajito, menudo y pecoso, que había ayudado a Armstrong a ganar tres Tours antes de establecerse por su cuenta e intentar ganarlos él -como se recuerda desde el episodio de la biografía de Armstrong titulado algo así como la defección de mi mejor general- se cayó en la primera etapa y se dio duro en la clavícula izquierda, la misma que se había roto en el Giro de 2002.Le dolía y mucho. Fue rápido al hospital. Placas. Radiografía. La clavícula está rota, le dijeron. Deberás abandonar. Ni pensarlo, respondió él, antes quiero ver cómo paso la noche. Oh milagro. Hamilton se levantó ayer y aunque le seguía doliendo el hombre, notaba que algo había ocurrido. Y ocurrió. En realidad la clavícula no estaba rota, sino que sólo sufría una fisura. Dolorosa, sí, pero no incapacitante. Llegó Hamilton en el autobús de su equipo, el danés CSCD, a la salida de la etapa, y entonces comenzó el primer show del día. Una multitud de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión rodeaban el vehículo. Toda la publicidad para el CSC. Cualquier persona que bajara del autobús era asaltada. Salía Andrea Peron, su gregario italiano, y micrófono a la boca: "Va a intentar salir, pero no sé, no sé... Terminó el año pasado segundo el Giro con una fractura, pero era en un extremo del hueso, no en la mitad como ahora, no sé, no sé...". Salía Carlos Sastre, su colíder español, y micrófono a la boca. "No sé, no sé... No creo que dure mucho en el Tour, pero el hecho no cambia nada para mí. Yo venía con libertad de hacer mi carrera y así seguiré".

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Alrededor se oía también el revuelo de la gente hojeando las enciclopedias del ciclismo a toda velocidad. Oh, la, la. Qué valor. El ciclista heroico. El regreso a los tiempos de los pioneros, cuando se corría por rabia y por amor, cuando el Tour era más importante que la vida, cuando el ciclismo valía más que el dolor. Oh, la, la, como Honoré Barthélémy, que en 1919 sufrió una caída y se rompió la clavícula y no podía tirar del manillar con la mano y tenía que llevarlo atado, y así fue capaz de subir el Galibier, el Allos y otros puertos alpinos más. Cuentan que también tenía una herida en el ojo, que un trozo de sílex se le había clavado. Honoré perdió finalmente el ojo -le pusieron uno de cristal, del que dijo: "éste no se cansará"-, pero aquel Tour terminó quinto. Y, mientras un equipo de televisión americana -claqueta e iluminación profesional incluida- se preparaba para rodar la partida de Hamilton, para mayor alegría de su patrocinador, otros antiguos enseñan otra fotografía en blanco, la de Fiorenzo Magni, en la cronoescalada de San Luca, sobre Bolonia, en el Giro de 1956, doblado sobre la bicicleta, la mano derecha agarrando el manillar y la izquierda doblada en cabestrillo. Una punta de un trozo de tubular está atada al lado izquierdo del manillar, la otra punta la lleva entre los dientes el ciclista, la muerde con fuerza para tirar de la bici en la subida para soportar el dolor. Magni acabó segundo aquel Giro.

"Pero yo no sé si podré acabar el Tour", dijo Hamilton en la llegada -nueva sesión de rodaje estelar-. "He sufrido muchísimo [la etapa fue de 204 kilómetros, más de cinco horas sobre la bicicleta] y por eso decidiré día a día. Ahora mi máximo objetivo es poder llegar a la contrarreloj por equipos del miércoles para ayudar a Sastre". O para frenarle. Hamilton debió parar en el kilómetro 20 para que el médico del equipo le curara y poder seguir.

Tanto tumulto informativo, tanta cámara concentrada en Hamilton debió de despertar la envidia de otro equipo, del FDJeux.com, que también tiene su corazoncito y su corredor casi impedido. Jimmy Casper, un sprinter tipo bola, fornido y musculoso, fue el otro protagonista de la etapa, otro rival para los focos, ya que no se le ocurrió otra cosa que correrla con un collarín en el cuello, con la rigidez de una esfinge, con el peligro que eso supone. Mirando al frente, sin poder girar la cabeza, Casper, otro damnificado de la caída del primer día, viajó en bicicleta de La Ferté en Sedán, poniendo en peligro su integridad ya desintegrada y también la íntegra de sus colegas, que, respetuosos y temerosos de una caída en cualquier momento guardaron a su alrededor una distancia de seguridad de un metro. En esa burbuja viajó Casper, quien sólo desde la distancia -pues llegó a más de 10 minutos- pudo seguir la victoria en el sprint de su compañero de equipo australiano Baden Cooke, el niño malo del pelotón. El día malo del Rabobank, que no se sumó al show y retiró de la carrera a sus dos caídos del día anterior, Lotz y Leipheimer, fue el día perfecto para el equipo de Marc Madiot, el día simétrico: fue protagonista por delante, con Cooke, y por detrás del pelotón, con Casper.

Entre todos dejaron en segundo plano la cuestión deportiva, que, sin embargo, ofreció asuntos interesantes, como un demarraje del grillo Bettini en un repecho con Sedán a la vista, intento de ataque que fue proseguido por el despechado Millar. La cosa sonaba a importante, pero Lance Armstrong, que sigue jugando al escondite, no se mostró a la vista. Sí se vio a Beloki, fácil de pedal. Rápido.

Terminó la etapa, pero no se acabó el espectáculo. Doce minutos después del ganador cruzó la meta Paolo Fornaciari, un gigantón que llevaba a su rueda a un alicaído Danilo di Luca. La estrella italiana que debuta en el Tour está corriendo con fiebre y dolores. Otro tullido más, pero en Fornaciari tiene un amigo preocupado que, para intentar animarle, se soltó a voz en grito, y con la música de Guantanamera, y levantando los brazos para contagiar al personal, y dando palmas acompasadas, a cantar algo así como: "Forza Di Luca, Di Luca vince la tappa, vince la tappa, Di Luca vince la tappa...". Di Luca lo miraba, y hundía más la cabeza entre los hombros, si cabe.

Cooke, a la izquierda, Nazon, en el centro, y Kirsipuu, a la derecha, durante el sprint ganado por el primero.
Cooke, a la izquierda, Nazon, en el centro, y Kirsipuu, a la derecha, durante el sprint ganado por el primero.ASSOCIATED PRESS

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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