_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Palabra de honor

Los lingüistas somos entomólogos de la lengua. Quiero decir que vamos por la vida con el cazamariposas lingüístico preparado: cada vez que nos topamos con una palabra o una expresión interesante, la cazamos al vuelo y al zurrón. Así trabaja Lázaro Carreter, según ha confesado muchas veces, para recoger material: sus célebres artículos en EL PAÍS bajo el título genérico de El dardo en la palabra se basan en expresiones que, insomne, toma de la radio por las noches. Salvando las distancias, todos los filólogos hacemos lo mismo y cada uno tiene sus preferencias para recoger muestras. Como yo estoy convencido de que las mujeres hablan, no sólo mejor, sino, además, más variado que los hombres, suelo prestar oído a las conversaciones femeninas y casi nunca dejo de pescar algo. El otro día me topé con un verdadero acierto. Estaban unas señoras admirando un traje de novia que llevaba puesto un maniquí y una de ellas ya anciana, agradable y dicharachera, dijo lo siguiente: "Lo que me gusta es que lleve tirantitos porque para boda un palabra de honor es demasiado" ¿Un palabra de honor? Mis lectoras saben de lo que estoy hablando, pero mis lectores lo dudo. ¡Resulta que palabra de honor puede ser masculino! Es como si nuestro entomólogo se enfrentase a un insecto volador que en vez de usar alas, como los aviones, emplease hélices, como los helicópteros.

La verdad es que esta exploración por la selva del lenguaje me cogió sensibilizado porque llevaba toda la semana asistiendo en los medios de comunicación al vodevil de la Asamblea de la Comunidad de Madrid y resulta que todos tienen honor, a todos se lo han mancillado y todos se empeñan en darnos su palabra de honor de que no hicieron lo que estamos viendo que han hecho. Cosas de la política que, de repente, adquiere un inconfundible color decimonónico: yo ya sabía que esa gente no tiene sentido del ridículo, pero lo que no sospechaba es que, además, les faltaran conocimientos de gramática. Igual que a mí, por desgracia: ¡mira que no saber qué es un "palabra de honor"! Bueno, pues por si no lo sabían: resulta que es un tipo de escote. Es ese escote con los hombros desnudos y sin tirantes que hoy llevan en verano casi todas las mujeres, pero que en otras épocas se asociaba más bien al mundo frívolo de la escena y de los music halls. ¿Qué por qué se llama así? Yo ni quito ni pongo, pero la señora en cuestión me lo explicó de esta manera: "porque cuando estos escotes se empezaron a hacer para las chicas decentes, las modistas les daban su palabra de honor de que no se caerían".

Miren por dónde ahora nos salen con que un escote tiene dimensión ontológica. Un escote palabra de honor es un artilugio (milagros de la sisa, del entalle y demás) que, aunque parece que se va a caer -lo cual lo convierte en una picardía-, está garantizado para que no se caiga nunca. Comoquiera que el término tiene validez general, no me resisto a emplearlo aplicándolo a un nuevo dominio. Por ejemplo, en relación con la temporada turística que se avecina en las costas valencianas. La verdad es que andábamos todos con la mosca detrás de la oreja y las últimas previsiones de reservas hoteleras y de alquiler de apartamentos nos han quitado un peso de encima: aunque los turistas extranjeros, por la crisis económica y la inseguridad del mundo actual, van a fallar, los españoles rellenarán el hueco precisamente por las mismas razones. ¡Uf! Se nos iba a caer la paraeta y resulta que teníamos un palabra de honor escondido en la manga.

Sin embargo no estará de más reflexionar sobre la naturaleza de dicho palabra de honor. Sobre todo porque, contra lo que parecen dar a entender algunas declaraciones triunfalistas que he leído u oído últimamente, no es que se nos haya aparecido la Virgen de Fátima y que luego todo vuelva a ser como antes. Al contrario: tengo la impresión de que el nuevo modelo turístico que se está perfilando no es coyuntural, sino estructural. Quiero decir que guerras del golfo sólo ha habido dos (aunque quién sabe: parece que el eje del mal acaba de recibir nuevos socios), pero la retracción del turismo extranjero en España es un hecho. Nos esperan tiempos de crisis, entrada de nuevos países competidores más pobres (y baratos) en la UE, los primeros signos del deterioro que la pobre calidad de muchas de nuestras instalaciones turísticas aún hará más evidente... Es lo que hay. Este panorama, que se viene criticando por todo el que tiene un poco de sentido común desde los años sesenta, es, sin embargo, irreversible. Ningún gobernante se atrevería a meter la piqueta en los kilómetros y kilómetros de horrible costa urbanizada que hay entre el Cènia y el Segura, entre otras razones porque muchas familias valencianas viven de esto. Hay que apechugar, pues, con lo que tenemos y hacer de la necesidad virtud. ¿Cómo? Reforzando el palabra de honor de dicho urbanismo. Si lo que va a predominar es el modelo segunda residencia de españoles del interior, habrá que ir pensando en escalonar sus periodos vacacionales, por un lado, y en fomentar el turismo familiar, por otro. En Francia o en Alemania las distintas regiones van tomando vacaciones estivales sucesivamente, con lo que el periodo de aprovechamiento turístico se extiende de junio a septiembre. Es evidente que en España, con el calor atroz que caracteriza nuestro verano, algo parecido no sólo es imprescindible, sino que incluso podría alargarse un mes más como mínimo.

Y luego está lo del modelo turístico: ¿hasta cuándo se persistirá en la absurda idea de que los turistas que nos interesan son jóvenes nórdicos que vienen aquí a emborracharse de noche, a no dejar pegar ojo a nadie y a quemarse en la playa durante el día? Las familias necesitan dar satisfacción a todos sus miembros, a los niños que juegan, a los jóvenes que bailan, a los adultos que hacen tertulia y a los mayores que toman la fresca en un parque, sobre todo si venir a la playa pasa a ser para ellas algo habitual en todos los periodos vacacionales e incluso en los fines de semana. No se equivoquen: cuando estalle la burbuja inmobiliaria, los precios caerán (pasó en los ochenta) y la Comunidad Valenciana no es el único destino atractivo para comprar o alquilar una segunda residencia. Si queremos que nos elijan, más vale que nos vayamos haciendo cuanto antes con unas infraestructuras estables, con un palabra de honor. Nos jugamos mucho en el empeño, sobre todo los habitantes de los pueblos costeros, los cuales, cuando se acaben las ayudas de Bruselas, ya no podrán vivir ni de la pesca ni de la naranja ni todos de empresas industriales basadas en salarios competitivos.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_