Kubrick y la obsesión antiamericana
Creía que, como decía Luther King, tenía un sueño. Pero no, ni soñaba ni estaba bajo los efectos de ningún alucinógeno. Créanselo, en la página 48 de EL PAÍS (4 de julio, quizás por causalidad) un titular de una entrevista con un productor amigo de Stanley Kubrick reza: "El productor (Harlan) presenta un documental sobre el genio británico, es decir Stanley Kubrick (sic)".
Pensé, es una errata. Kubrick era tan británico como Hemingway español, Scott Fitzgerald francés, Shakespeare danés o Calderón de la Barca polaco. Pues no, por increíble que parezca, dos veces más a lo largo de la noticia su autor insiste en hacer ciudadano del Imperio Británico al director neoyorquino. Tres erratas, como tres llamadas telefónicas, no pueden ser una coincidencia, sino prueba evidente de una conspiración o, en este caso, de una obsesión. No es que tenga importancia estética alguna, salvo para un nacionalista que Kubrick fuera americano, o, pongamos por caso, iraquí, pero hay que tener una ingenuidad infinita para creer que el autor del artículo, experto en Kubrick, no conozca el origen del autor de 2001, a no ser, claro está, que su ordenador esté tan averiado como el de la nave de 2001.
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