Armstrong, al pie del panteón
El norteamericano, con más dudas que otros años, ataca desde hoy en París la conquista de su quinto Tour consecutivo
La maldad de la raza humana no conoce límites. Ni la capacidad de degradación del hombre. Como dijo De Quincey, se empieza por matar al vecino y se termina por no ir a misa los domingos, o, lo que es peor, por desear que Lance Armstrong no gane su quinto Tour consecutivo. Pobre americano. Solo contra el mundo. Contra la historia.
Cuando Lance Armstrong ganó su primer Tour, allá por 1999, el mundo se regocijó. Una historia única. Un enfermo de cáncer supera la terrible enfermedad y lo hace de una manera tan tremenda que surge transformado y más fuerte. Cuando ganó su segundo Tour, al año siguiente, la alegría se mantuvo. Era el Tour de la confirmación, la respuesta a las dudas de quienes hablaban de fortuna el año anterior. El tercer Tour no molestó mucho al mundillo del ciclismo. El norteamericano era un nuevo dominador de la carrera francesa y tenía derecho a establecerse en el palmarés histórico y a igualar a su compatriota Greg LeMond. Además, al ciclismo no le venía mal una expansión por el gran mercado norteamericano. Su cuarta victoria se aceptó con resignación. Se aceptó que, como el Tour es único, Armstrong era un personaje absolutamente excepcional, un ser único por la dedicación de todas sus energías a una sola carrera, por su perfeccionismo, por su capacidad de ser mejor que todos los demás todos los días del año: cuando se entrenaba, cuando viajaba, cuando preparaba la bicicleta, la comida, las plantillas, las entrevistas, las relaciones con el género humano, cuando se reía y hasta cuando dormía. Pero en vísperas de su probable entronización a lo más alto, de su entrada en el panteón de los pentacampeones -Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Indurain- el run run que recorre el mundo ciclista es un tam tam de malas vibraciones y peores deseos. Acuden todos los rivales al oráculo y presentan ante la pitonisa todas las señales negativas que entienden supondrán el fin del insolente americano. Huele a cambio generacional en el aire. Ningún año se ha presentado Armstrong al examen de julio con tantas situaciones anómalas a sus espaldas, aseguran. Y esperan un "no" por respuesta a su única pregunta: ¿ganará Lance Armstrong también el Tour de 2003 después de haberlo hecho en 1999, en 2000, en 2001 y en 2002?
El tejano ha tenido problemas familiares y sufrió una aparatosa caída en la Dauphiné
Hasta Merckx, su padrino en los tiempos duros, ha criticado los errores tácticos del tetracampeón
Armstrong, por primera vez en su vida, duda, le dicen a quien conoce el Destino. Armstrong, el padre sonriente de un niño y dos gemelas, el marido ejemplar, ha vivido su primera crisis matrimonial, recuerdan. "Armstrong ha empezado a perder hoy el Tour", pronosticó un director deportivo rival a mediados de febrero cuando el norteamericano anunció su ruptura provisional con su esposa Kristin. "El problema familiar será un elemento perturbador en su preparación, en su concentración". Hace pocas semanas, sin embargo, la pareja anunció la reconciliación y Kristin y los niños esperarán en la casa de Girona que su marido y padre ejecute sus habituales maniobras veraniegas en Francia.
Pero no acaban ahí los presagios: en abril, Eddy Merckx, el padrino belga de Armstrong, su valedor en los tiempos duros, se atrevió a criticar al norteamericano por un error táctico (y por despecho de padre, también). Armstrong se equivocó en la Lieja-Bastogne-Lieja, la clásica que pensaba que ganaría con seguridad, y atacó de lejos cuando iba escapado Axel Merckx, el hijo del Caníbal. Llegado el momento decisivo, Armstrong, que se había exhibido a destiempo por primera vez en muchos años, se encontró sin capacidad de respuesta. Después, en junio, llegó la Dauphiné Libéré.
En la carrera francesa Armstrong se autoafirmó ante sí mismo, ante sus domésticos -su equipo devoto-, ante los rivales y ante la afición con un golpe de autoridad en la contrarreloj, el momento de la verdad, pero permitió que surgieran dudas cuando al día siguiente, en la Ramaz, que también subirá en el Tour, le tomaron tiempo Mancebo y Mayo. Y más aún cuando se cayó al día siguiente, saliendo de Morzine. Fue su primera caída en competición en ocho años, lo cual no debería significar nada, pero sí que se interpretó como signo de debilidad la furia exagerada con la que criticó al francés Patrice Halgand por atreverse a atacar cuando el líder estaba en el suelo. Armstrong pierde la cabeza en las situaciones límite, dijeron, y se frotaron las manos, algunos rivales. Todo consistirá en llevarle a ellas. Al día siguiente, en el gigante Galibier, Iban Mayo, de nuevo, le aisló y le atacó en la ascensión. En el descenso, Armstrong dejó alucinado a Francisco Mancebo, que iba a su rueda. "Entraba con él en las curvas y al salir me sacaba 10 metros", dijo el corredor de Navaluenga. "¡Cómo bajaba!". Otro hecho para ser interpretado negativamente: quien arriesga en los descensos lo hace porque no está fuerte en los ascensos, dice el dicho.
¿Dónde estará su Waterloo?, siguen preguntando los esperanzados rivales, los que desean el hundimiento del americano. Y recuerdan: Eddy Merckx tuvo su Pra Loup, aquel puerto de los Alpes al que llegó destacado después de un alucinante descenso del Allos para quedarse clavado literalmente y ver cómo le superaba el discreto francés Bernard Thévenet. Fue en 1975. Su sexto Tour se desvaneció en segundos. Indurain sufrió en 1996 su Les Arcs, otro puerto alpino: el navarro pensaba atacar a pie de puerto, pero terminó hundido y deshidratado, derrotado por, luego se sabría, Bjarne Riis. No habría sexto Tour de Indurain. LeMond no llegó al cuarto Tour: su calvario sucedió en los Pirineos, en los últimos metros del Tourmalet, en 1991, se hundía con los ojos en blanco en el momento en que nacía el mito Indurain. Cinco años antes, Bernard Hinault, que había lanzado un ataque tremendo para buscar su sexto Tour, chocó contra el destino en las empinadas pendientes de Superbagnères, en los Pirineos, donde Greg LeMond cimentó su primer Tour. Sólo Jacques Anquetil renunció a buscar el sexto Tour, se retiró antes de caer derrotado, fue el único tirano que no sufrió un cruento derrocamiento.
Pero, ¿dónde caerá Armstrong? Quizás en la Ramaz, el primer puerto del Tour 2003, o en Alpe d'Huez, al día siguiente, en el puerto en que cumplió su prestación más desorbitada. ¿O quizás no ocurrirá nada hasta los Pirineos, hasta el Tourmalet, Luz Ardiden o Soudet? ¿Y quién se aprovechará de su hundimiento? ¿Su gregario Heras? ¿Los otros españoles que suben, Aitor González, Joseba Beloki, Francisco Mancebo, Iban Mayo? ¿El colombiano Botero? ¿El revivido Ullrich? ¿El kazajo Vinókurov? ¿Hamilton, el otro americano? ¿Quién? ¿Quién?
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