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Por la educación y los derechos humanos

Flor Alba Romero es Pedagoga en Derechos Humanos y profesora de la Universidad Nacional de Colombia.En 2000 recibió una Mención Honorífica de la UNESCO en derechos humanos y hoy es la cabeza visible en Colombia del área de capacitación del Programa Andino de Derechos Humanos de la Unión Europea

Han pasado ya casi tres décadas desde que Flor Alba Romero,Pedagoga en Derechos Humanos, fue invitada a trabajar en el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, que habían fundado en Colombia Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón y Carmen de Rodríguez.

Aquella mujer que ingresó como mecanógrafa en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia luego de haber permanecido cuatro años alfabetizando a niños y adultos con las herramientas pedagógicas de Paulo Freire en Puerto Lleras, un lejano poblado del departamento del Meta, donde ni siquiera había escuela y el único pago que ella recibía era la alimentación y el hospedaje que le brindaban sus habitantes; mantiene hoy intacto su papel de mediadora, de maestra, de mano amiga en el momento preciso.

Ese trabajo incansable de vivir y educar en el respeto a la dignidad de las personas, que la ocupa cada día desde muy temprano y hasta altas horas de la noche, llevó a que el director general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, le comunicara en el año 2000 que, por recomendación unánime de un jurado internacional, habían decidido otorgarle una Mención Honorífica del Premio UNESCO en Educación en Derechos Humanos.

Flor Alba Romero, profesora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y actual coordinadora del Grupo de Derechos Humanos de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), ha dedicado su vida a niños trabajadores, madres adolescentes que soportan la dura vida de la calle inhalando pegante, presos hacinados, familiares de desaparecidos y estudiantes, profesores y campesinos perseguidos por causas políticas.

Siendo mecanógrafa se propuso ir más allá en su formación profesional y logró un cupo para estudiar Antropología en la Universidad Nacional, donde obtuvo el noveno mejor puntaje en el examen de admisión, calificado como el más exigente de la Educación Superior colombiana. Luego hizo una especialización en Derechos Humanos en la ESAP y colaboró durante varios años con la Liga por los Derechos de los Pueblos, con el Tribunal Permanente de los Pueblos y con Defensa de los Niños Internacional.

Paralelo a ello, desde 1989 la Universidad Nacional le aprobó un curso en Derechos Humanos para estudiantes de Antropología, que luego se extendió a los de toda la Universidad, con un promedio de 240 alumnos cada año aprendiendo sobre normas nacionales e internacionales de protección de la dignidad de las personas.

Hoy es la cabeza visible en Colombia del área de capacitación del Programa Andino de Derechos Humanos de la Unión Europea, desde donde insiste en la necesidad de esa pedagogía y de construir una cultura de la paz basada en la recuperación de la comunicación y el respeto por el otro.

Pregunta.- ¿Existen estrategias pedagógicas para enseñar derechos humanos?

Respuesta.- Educar en derechos humanos no es fácil; conviene utilizar metodologías participativas y esperanzadoras. Los derechos humanos como categoría jurídica son herramientas para la acción. Los trabajamos como una propuesta ética de convivencia y tocamos problemas de intolerancia, discriminación, subvaloración, xenofobia. Hacemos mesas redondas, talleres, confrontamos a partir de la diversidad.

Hay estrategias interesantes como la construcción conjunta de cartografías sociales, de sensibilización en la enseñanza de las artes. Se trata de un trabajo integral, ya que la pedagogía en derechos humanos es transformadora; significa enseñar para la vida.

P.- ¿Cuál considera que es el grupo poblacional al que más se le violan los derechos humanos en Colombia?

R.- El grupo que está en la situación más crítica es el de los habitantes de la calle. Ya tenemos una tercera generación nacida en ella y no le prestamos el cuidado que requiere. Las respuestas institucionales no son suficientes. Un habitante de la calle tiene una lógica de vida distinta, su horario de sueño, de comida, todo se trastoca. Es inútil hablarles de derechos humanos cuando todo lo tienen negado; es terrible que haya colombianos que viven peor que los animales. La vida en la calle es dura, muy dura, sobre todo en climas fríos como Bogotá.

Se trata de personas que tienen una expectativa de vida de 28 años, que son producto de una injusticia social, y al final son colombianos que tienen el derecho de vivir dignamente. Hemos aprendido a verlos no como objetos de estudio sino como sujetos de derechos.

P.- ¿Cómo llevar a cabo procesos educativos con estas poblaciones?

R.- La tarea educativa es muy importante, porque toca lo cultural y nos enfrenta a esquemas mentales etnocentristas; creemos que tenemos la verdad, que el indígena es bruto, que el negro es perezoso. No puede ser que seamos tan intolerantes, que descalifiquemos a ciertos grupos poblacionales hasta el punto de pensar que no deberían existir.

Igual ocurre con los habitantes de la calle, reconociendo que ellos invaden el espacio público, que para subsistir roban, que agreden a los transeúntes. No tiene ningún sentido conseguirles ropa o un albergue si no hay un proceso educativo que les brinde un compromiso de vida y las herramientas para salir adelante.

P.- ¿Qué tipo de respuestas encuentran en estos grupos?

R.- Son pocas. En la calle se evidencian situaciones graves. Por ejemplo, la mujer es minoría, es objeto de disputa sexual. Hicimos talleres de derechos de la mujer y no hubo uno solo donde no encontráramos a alguna de ellas muy golpeada. Las mujeres, que representan más o menos el 25% de esta población, viven en condiciones realmente difíciles porque tienen que procrear y porque están expuestas a múltiples enfermedades.

El machismo allá es muy fuerte. Al igual que en otros espacios también hay expresiones de intolerancia; esa intolerancia que no nos permite entender que hay personas que pueden pensar distinto y no por eso deben dejar de existir.

P.-¿Y el trabajo educativo en defensa de los derechos de los niños?

R.- Ese es otro tema y nos enfrenta a una situación muy complicada, como es el caso del desplazamiento. La Universidad Nacional, a través del Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia de la División de Extensión, además de propiciar que los estudiantes hagan trabajos de investigación sobre menores desplazados, ha hecho prácticas en las que se ha acercado a niños que no vivían en extrema pobreza, pero que por situaciones de violencia se ven obligados a engrosar los cinturones de miseria de las ciudades.

Son niños con traumas sicológicos, testigos de masacres en las que su mamá o su papá han sido asesinados delante de ellos. Nuestro esfuerzo, además, es darle a los maestros herramientas pedagógicas desde los derechos humanos, derechos de la niñez y estrategias interdisciplinarias que faciliten su trabajo. Es tratar de lograr que en medio de las dificultades, de la crisis familiar, del problema económico y de la guerra, haya escuelas que tengan una propuesta que atraiga a los niños y les permita recobrar la esperanza. Es contribuir a asumir y manejar el duelo, a brindar herramientas para fortalecerse frente al miedo, a crear redes de apoyo y lazos de afecto que den nuevos sentidos a la vida.

P.-Después de haber dedicado tantos años a estos temas, ¿por qué cree que en Colombia todavía se mata tan fácil?

R.- Son varias las causas. Primero, los conflictos sociales no se han resuelto integralmente. Segundo, el narcotráfico hizo mucho daño con sus ejércitos privados, que llevaron a que mucha gente se armara. No existe cosa más peligrosa que una persona sin criterio con un arma. Y tercero, culturalmente no tenemos la paciencia de escuchar al contrario y de saber vivir en la diversidad.

P.- ¿Piensa que la ingerencia de otros países sobre el conflicto colombiano pueda ayuda a encontrar salidas?

R.- Sí, pues compromete a los actores armados. Aquí los mojones se perdieron hace tiempo, ha habido una barbarie. Una cosa es matar a una persona de un tiro y otra picarla en pedazos con una motosierra o, en el caso de las mujeres, abrirles el vientre, cortarles los senos.

El texto de la antropóloga María Victoria Uribe, ?Matar, rematar y contramatar?, dice mucho sobre el tema. Son asuntos que tienen que ver con la salud mental y con un acumulado de violencia, de agresión y de resentimiento que no se ha procesado. Por eso se van heredando odios, intolerancia, incomprensión.

P.- Si tuviera que darle un discurso a los violadores de derechos humanos en este país, ¿qué mensaje les transmitiría?

R.- Un principio elemental es que hay que respetar la dignidad de la persona sin importar quién sea. No podemos hablar de derechos sólo para unos. Les diría que hace falta volver a cada uno de nosotros. No podemos dar lo que no tenemos. La violencia intrafamiliar es un motor que se repite y hace que se multipliquen las agresiones en el macroespacio de la sociedad.

Por eso creo tanto en la educación. Las personas que han llegado a ese nivel no tienen otros referentes ni conocen una vida distinta a la agresión, ahí es donde la pedagogía en derechos humanos es fundamental para la convivencia pacífica, no pasiva, porque se puede exigir, pero con reglas mínimas de respeto.

Entre sus clases de francés y de cocina, el coro del que hace parte y sus ejercicios de yoga, Flor Alba Romero le apuesta tercamente a la vida. Concentra los esfuerzos que considera necesarios, pues cree que cualquier exceso lastima, en escribir un Manual de Pedagogía en Derechos Humanos; una autobiografía en la que narra un sinnúmero de experiencias vividas en esta trasegar por los caminos de la convivencia pacífica, y en una sistematización de la experiencia del Curso de Contexto de la Universidad Nacional que será socializado a los demás paìses de América Latina.

Marisol Cano Busquets

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