La 'llorona' contra el 'chotillo'
La rivalidad entre Louison Bobet y Jean Robic marcó los años cincuenta
"¡Vamos Robic!": en el otoño de 1955 esto es lo que los franceses gritan la mayoría de las veces al ciclista que pasa, sea una abuela o el cura del pueblo. Cuando este grito de ánimo va dirigido a Louison Bobet, mientras se entrena con su hermano Jean, cae muy mal. "Sabía perfectamente que estos '¡Vamos Robic' tenían la virtud de ponerle enormemente nervioso. Se le ponía la cara de los malos días. No comprendía", cuenta hoy Jean Bobet, burlándose con ternura de su hermano mayor. No, él, Bobet, tres veces vencedor del Tour de Francia, campeón del mundo, ganador de la mayoría de las clásicas, no comprendía por qué tenía, siempre, que apechugar con la popularidad de ese diablo de Robic, cuyo palmarés era muy escaso comparado con el suyo. Pero los franceses querían tanto a su chotillo, con su 1,61, su cara de gárgola, su coraje y sus declaraciones jactanciosas: "Si engancho un remolque a mi bicicleta y pongo en él a mi suegra, seguro que llego primero a la cumbre". ¿Cómo hubiese podido comprenderlo Bobet, todo elegancia y ponderación?
Bobet es un corredor elegante, quizás demasiado frágil para este deporte de tipos duros
La historia de una de las más célebres parejas del ciclismo francés empieza en junio de 1947. El primer Tour de Francia de la posguerra se disputa bajo un calor asfixiante. Hay un gran favorito: René Vietto, el rey René, que hizo llorar a Francia 13 años antes al sacrificarse por su capitán de equipo, Antonin Magne. Está al frente de la selección francesa, que cuenta con un joven de 22 años del que se habla muy bien: Louison Bobet. Nacido el 12 de marzo de 1925 en Saint-Méen-le-Grand, a 40 kilómetros de Rennes, este hijo de panadero es esbelto, fino y atento. Vietto no se preocupa por él, salvo para preguntar: "¿Quién es éste que se depila tan mal las piernas?". Bobet, asfixiado por el inicio de una carrera totalmente loca, descubre la sed, el desfallecimiento, los puertos interminables y la tentación obsesiva de poner pie en tierra. También descubre la dura ley de la carrera en equipo. En los Alpes, el director de la selección francesa le pide que espere a Vietto, que está en dificultades. Bobet primero se niega, amenaza con abandonar pero finalmente obedece. Rompe a llorar.
Ese mismo día, la etapa la gana un tal Jean Robic. Ya había ganado otra unos días antes y se empieza a reconocer su silueta, diferente a todas las demás, y su rostro, precozmente envejecido, metido dentro de un casco de cuero. Nacido el 10 de junio de 1921, es decir, cuatro años antes que Bobet, es originario del pueblo de Radenac, situado a unas decenas de kilómetros de Saint-Méen-le-Grand. No duda de nada. A su mujer, con la que se casó cuatro días antes del inicio del Tour, le ha dicho: "No tengo dote que ofrecerte porque soy pobre, pero dentro de un mes serás la mujer de un vencedor del Tour de Francia". Tras dominar en los Pirineos y aprovechar el desfallecimiento de Vietto en una contrarreloj, gana el Tour en la última etapa, sin haber llevado ni un solo día el maillot amarillo. Por su parte, Bobet ya ha regresado a Saint-Méen-le-Grand. En la novena etapa, se cayó en las gargantas de Guillestre. Cubierto de sangre, sube a la ambulancia. Vuelve a llorar.
El pelotón, nada cariñoso, apoda a Bobet la llorona o incluso Luisita Bombón. Los papeles han quedado repartidos. Robic es el pequeño y valiente que no duda en empujar a los grandes. Es cierto que Bobet es un corredor elegante, pero tal vez demasiado frágil para tener éxito en este deporte de tipos duros. A todas luces, la pelea entre estos dos campeones promete ser de una gran belleza. En realidad, el duelo no se produjo. Progresivamente, Bobet le va a ganar la partida a Robic. Al precio de un esfuerzo de titán, de un valor demostrado a diario, de una abnegación total, mejorará en todas las disciplinas de la carrera, mientras que Robic se quedará, debido a su físico de duendecillo, como un escalador excepcional. Los dos hombres no tienen la misma concepción del oficio. Antonin Rolland, uno de los compañeros de equipo más concienzudos de esta época, compartió habitación con los dos campeones. Afirma que "Robic era un poco irresponsable. Nunca volvía a la hora y prefería quedarse charlando hasta tarde. Nunca terminaba de hacer la maleta. En realidad, era totalmente irracional. Bobet era diferente. No quería dejar nada al azar, vigilaba todo lo que comía y bebía, mientras que Robic nunca se negaba a tomar un tinto o incluso a llevar aguardiente en su frasco, para darse valor en la montaña.
Verdadera mala suerte o falsas conspiraciones: con Robic las cosas pasan de un modo diferente que con los demás. Vuelve a ponerse de manifiesto en 1953. Para el Tour del cincuentenario, ha vuelto a la selección del Oeste, mientras que Bobet es uno de los líderes de la selección francesa. Más molesto que nunca, Robic declara la guerra total a la banda de Bidot, el director de la selección nacional. Da un gran golpe ya en la primera etapa, tomando una ventaja de más de seis minutos a los demás favoritos. Está desatado, disputa todos los sprints, se mete en todas las escapadas... Dicta su ley en los Pirineos y conquista el maillot amarillo. En cuanto alguien le tiende un micrófono, se burla de la selección francesa. Pero el chotillo se pasa. Se jacta de sus esfuerzos. Y, sobre todo, ha herido a sus adversarios en su orgullo. Es Geminiani quien lanza la carga y más tarde quien grita victoria durante la etapa Albi-Béziers. Robic queda descolgado. Cuenta ya con siete minutos de retraso cuando sufre una dura caída en un descenso. Llega 45 minutos después que el pelotón. Por la noche, todos los compañeros de equipo van a verle a su habitación. Duerme agotado. Ninguno se atreve a despertarlo. Así que velan a este hombre con cuerpo de niño y rostro de anciano, envuelto en su sábana como en un sudario.
Bobet ganará el Tour de 1953, así como los dos siguientes, convirtiéndose en el primer corredor en lograr tres victorias consecutivas. Robic abandonará las tres veces. La mala suerte se ceba con él. Sin embargo, la víspera de su abandono en 1955, seguía metiéndose con Bobet: "¡Iremos a por él, mis bretones y yo! No es el más fuerte, ¡se lo voy a demostrar!". Poco importan sus desgracias y sus baladronadas. Al contrario, sigue siendo igual de popular. Además del afectuoso chotillo, también recibió numerosos apodos: siete vidas, atalidad, cabeza de cuero (debido a su casco), cabeza de madera (debido a su carácter), y cabeza de cristal (por sus numerosos accidentes). Ambos, que debutaron juntos en el Tour, lo abandonarán definitivamente el mismo año, en 1959. Cada cual a su manera. Enfermo en la 18ª etapa, entre Grenoble y Aosta, Bobet aguarda a subir la cumbre del Iseran, el puerto más alto de Europa con sus 2.800 metros, para poner pie a tierra. Y entrega su bicicleta a Gino Bartali, que había acudido como espectador. Dos días después, Robic llega fuera de control a Chalon-sur-Saône y es eliminado sin piedad. Una vez más, moviliza a la Francia más popular que considera la decisión totalmente injusta. ¿No se podría haber hecho una excepción con quien tanta fama había dado al Tour de Francia? Robic escribe a Jacques Goddet, el director del Tour. "Acaba usted de cometer una gran injusticia de la que deberá rendir cuentas en el juicio final. Yo he sido niño de coro, soy creyente y practico el perdón de las ofensas. Intercederé a su favor ante el juez supremo".
De vuelta a la vida civil, el abismo que se había establecido entre estos dos hombres se acentúa aún más. Hostelero, árbitro de lucha libre, montador de oficinas, repartidor de periódicos, Robic seguirá siendo el mismo personaje: magnífico y patético a la vez. Bernard Naudon, ex corredor aficionado, cuenta: "Prefería recorrer mil veces París en bicicleta antes que una sola vez en coche. Sabía que la gente lo reconocía. Quería seguir escuchando el homenaje sonoro que recibía en su época de gloria. Había que verlo junto a los semáforos, en equilibrio sobre la bicicleta, ajustar el manillar, apretar los calapiés y agarrarse a los frenos. Forzosamente, la gente le miraba. Entonces volaban los '¡Vamos Robic!' o le decían '¡Pero, si es el chotillo!".
El 6 de octubre de 1980, a primera hora de la mañana, Robic, que acaba de participar en una carrera de veteranos en Germigny l'Evêque y ha bebido mucho para celebrar el reencuentro, decide tomar el coche para volver a casa. "Yo estaba allí", cuenta Raymond Poulidor. "Hicimos todo lo posible para que descansase un poco antes de coger el volante. Incluso tratamos de esconderle las llaves. Pero no hubo forma". Robic sigue fanfarroneando. "Sois unas nenas, incapaces de beber un trago". Se sube al coche, más chotillo que nunca. Un poco más tarde, su coche se empotra en un camión parado al borde de la carretera. El hombre con la cabeza de cuero, "aquel que soplaba contra el viento", había dejado de existir.
Louison Bobet falleció tres años más tarde, víctima de un cáncer, como un hombre plenamente realizado. Adjunto al alcalde de Quiberon, había creado los primeros centros franceses de talasoterapia y se convirtió en un hombre de negocios sagaz, que pertenecía al comité central del RPR (Reunión Por la República). Unos días antes de su muerte, envió un telegrama de felicitación a Jacques Chaban-Delmas, que acababa de ser reelegido alcalde de Burdeos: "¡Bravo, campeón!".
Unos años antes, Jacques Anquetil, que le sucedió, y de qué forma, en la cima del ciclismo internacional, le hizo esta confidencia. "Ves, Louison, ya estoy un poco harto: cuando me entreno, yo que he ganado cinco Tours de Francia, siempre escucho a los niños gritarme: '¡Vamos Bobet!".
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