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Columna
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Estío

El cerebro se espesa y la sensibilidad se desfibra. Así describía Josep Pla los efectos del verano, antes de apuntar que, en lugar de sol y calor, si pudiera, él buscaría dónde tener la posibilidad de dormir con una manta. Bajo el sol calcinante de una estación que ha adelantado su poder, reviven las viejas fórmulas que proclaman la blanda libertad estival. "Per mitigar l'enuig gran de l'estiu", que decía el poeta valenciano del siglo XV Bernat Fenollar, la gente afloja sus restricciones, baja la guardia y alienta el espejismo de que algo se desestructura. Hay una abundante parafernalia cultural que apuntala la idea. Desde la memoria oral ("vida sin amor, año sin verano"), a la literatura de Valle Inclán, súbitamente impregnada de exceso y de tropical fiebre amorosa en su Sonata de estío, pasando por la música, de Vivaldi a Caetano Veloso, de Joaquín Rodrigo y su Concierto de estío a la canción del verano, y por las artes plásticas (basta evocar el Sorolla de las escenas de baño en la Malva-rosa), el back ground veraniego invita a la mirada, la desenvoltura y las sensación. Hasta el estilizado Rohmer de Cuento de verano circula, con sutileza, por los caminos cinematográficos de los sentimientos y las relaciones más o menos amables. En el teatro de Shakespeare alcanzó, tal vez, esa consolidada tradición un punto culminante de brillantez con el travieso Puck de El sueño de una noche de verano, donde, sin embargo, todavía hay abismos porque, como le recrimina Titania a Oberon, "se alteran las estaciones" a causa de unos celos capaces de hacer que "la primavera, el verano, el otoño fecundo y el crudo invierno intercambien su habituales libreas". Tuvo que llegar la modernidad, en su expresión más sólida, para enmendar a la totalidad la evanescente reverberación acumulada en nuestra idiosincrasia. La novela de Faulkner Luz de agosto, por ejemplo, desde el coraje seco de su heroína, sola ante su destino, solapa la dureza de la vida con la de un verano que lleva dentro la melancolía de lo que ha de venir. Es un buen antídoto contra la pérdida de lucidez y la alteración de los sentidos que propicia, aún no estrenado julio, la amenaza abrumadora de un estío invencible.

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