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Columna
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Teatro falaz

La falta de lealtad siempre estuvo mal vista. Los traidores, decían los clásicos, son detestados hasta por aquellos a quienes favorecen. La patética imagen de los díscolos madrileños Tamayo y Sáez parece confirmar el viejo aforismo. Nada más lastimoso que las vertiginosas entradas y salidas de los dos diputados en el parlamento de la región de Madrid; unas entradas y salidas acompañadas de un coro escénico que les grita sinvergüenzas, corruptos, delincuentes, vendidos, cabrones..., o les lanza a la cabeza céntimos de euro para mostrarles de forma plástica su felonía. El cómico grupo mixto del parlamento de Madrid, formado por Tamayo y Sáez, le recuerdan a uno el teatro falaz de representación engañosa.

Perora el actor Tamayo, para justificar la deslealtad al grupo socialista en cuyas lista fue elegido, que no hay que buscar fantasmas. Y los fantasmas son visiones quiméricas que se nos aparecen al atardecer, o muertos vivientes que redimen sus penas y nos quitan el sueño al apuntar las claras del día. Pero nadie busca fantasmas, sino los intereses y razones que motivaron la deslealtad. Ni las tragicómicas guerras civiles en el seno de la Federación Socialista Madrileña, que se dan en otras federaciones como la valenciana; ni los acuerdos del PSOE con Izquierda Unida para gobernar, anteriores a la cita electoral; ni el reparto de poder interno en el partido, suponen argumento alguno que justifique la trampa y la deslealtad. Todo ello era harto conocido antes de las elecciones y, antes de las elecciones, no empujó a Tamayo y Sáez a retirarse de la lista en la que los incluyeron. Falaz argumentación teatral en esa argumentación tragicómica de quien no sabe justificar su actitud.

Tan falaz y teatral como el tono colérico de quienes incluyeron al dúo en su lista electoral sin saber, que es malo, o ignorando, que todavía es peor, de quién se trataba. A quienes confeccionan, o confeccionaron, las listas electorales en la Federación del PSOE madrileño no se les puede exigir el escepticismo conservador y la desconfianza del político y orador Marco Tulio Cicerón. El Cicerón de nuestro bachillerato con latín escribió: "No hay nada tan inseguro como la gente, nada tan oscuro como la voluntad de los hombres, nada tan falaz como el resultado de los comicios". No, a los elaboradores de las listas electorales del PSOE no se les debe exigir el conservadurismo de un abogado romano que militaba en el partido de los patricios y aristócratas, hace más de dos mil años. Bastaba con unas dosis mesuradas de prudencia, convicción democrática y social, y olvido de intereses que no fueran los intereses de todos. Algo huele a podrido y políticamente erróneo en esta representación falaz por donde la Villa del oso y el madroño, que observamos aturdidos y acalorados. Porque bueno es que se le recuerde al actual ministro de Trabajo del gobierno Aznar de qué modo accedió a la alcaldía de Benidorm hace más de una década; pero sería peligroso olvidarse del cráneo privilegiado que colocó a una trotaconventos de la política, la famosa tránsfuga Maruja, en una lista electoral de la socialdemocracia del municipio turístico.

Y ahí está el núcleo o clímax de la acción teatral sobre el que se impone la reflexión y el cambio de costumbre, que no sólo de pelaje, en la socialdemocracia hispana, mayoritaria y necesaria en el ámbito de la izquierda. El episodio menor, si se conoce lo ocurrido en Madrid, de los llamados "ediles rebeldes valencianos" de L'Alacantí y la Vega Baja, urge esa reflexión y animan la escena.

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