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Reportaje:

Diez años de Debates Urbanos

El club ha sido el principal ariete contra la oferta urbanística y estética del anterior alcalde de la capital

El Club de Debates Urbanos está de onomástica. Acaba de cumplir diez años. Lo ha festejado con su edición de un espléndido libro, A, ante, bajo, cabe... Madrid, que reúne por escrito sus mejores polémicas e iniciativas. Este foro, riguroso y festivo, ha agitado durante el decenio anterior la adormecida conciencia madrileña con algaradas civiles encaminadas a detener al brazo secular municipal en la perpetración de las que sus asociados consideran numerosas fechorías. Dos ejemplos: la instalación de los malhadados chirimbolos, polémica que conmovió a la ciudad, o el casticismo, en el sentido menos casto de la palabra, aplicado por los ediles.

Las perpetraciones impugnadas desde el Club lo fueron bajo el mandato del alcalde José María Álvarez del Manzano, al que Francisco Pol, hoy flamante presidente del foro urbano, define como sparring perpetuo. Álvarez del Manzano ha recibido del club numerosas pullas, algunas incluso sin fundamento, como la que le atribuía pésimo mal gusto por haber emplazado la estatua de La Violetera en la Gran Vía, decisión que, sin embargo, fue adoptada durante el mandato del alcalde Agustín Rodríguez Sahagún, ya fallecido.

Pero este "lugar de encuentro de ciudadanos y arquitectos", según bromea uno de sus miembros, se ha planteado como meta el desmenuzamiento de toda una red de decisiones administrativas, que ciñe la vida cotidiana de los moradores de la ciudad y que suelen convertirla en un calvario: el tráfico; las obras; el ruido; el mobiliario urbano; el precio de la vivienda; el feísmo disfrazado de colosalismo; la horterada entendida no en su dimensión social discriminante, sino en su vertiente estética agresiva.

Tal lid, según los fundadores del club, sigue adelante para hacer llevadera la vida en una ciudad como Madrid, a la que el caos municipal y muchas decisiones del Gobierno regional -cuando la participación y la crítica social se duermen- abisman en una infelicidad impropia de una ciudad luminosa y bella.

Personalidad central de este proceso por congraciar a los madrileños con el disfrute de su ciudad ha sido Ricardo Aroca, arquitecto murciano hoy decano del Colegio Oficial de Arquitectos. Juicioso y divertido, Aroca dotó al club de un tono que procuró a este foro el poder adentrarse en la trama de los grandes problemas urbanos con la mejor tarjeta de visita: la ironía.

Aroca y el Club de Debates Urbanos han allanado el camino para que la ciudadanía madrileña recupere ese criticismo ante asuntos que, pese a ser problemáticos, tienen solución. El escenario del Club ha sido el Círculo de Bellas Artes, otra de las instituciones que, con el Colegio de Arquitectos, mantiene el pulso de la conciencia cívica madrileña.

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