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Columna
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Verano

Pasaron las hogueras de San Juan y pasaron los Rolling Stones delante de la puerta de mi casa lo mismo que cadáveres (los vi entrar como espectros en la Catedral de San Mamés, en medio de una nube de excitados necrófilos). Han pasado más cosas esta última semana, pero lo sustancial es que ha pasado otra estación y estamos oficialmente en verano.

Desde el tiempo de Larra, el columnista sabe que el calendario manda. Sabe que, inevitablemente, el día de Difuntos narrará las visitas a los camposantos y a las sacramentales, alabará el sabor de los buñuelos y echará pestes de las calabazas que nos mandan de América del Norte. Sabe fehacientemente que a finales del mes de diciembre escribirá su artículo de Navidad tapizado de nieve y buenas intenciones, y que en febrero glosará el Carnaval, contará dominós y se demorará admirando colombinas. Luego llegará el tiempo de pasión y el columnista hablará de torrijas y de almendros floridos antes de que la tolvanera morada de Cuaresma arrase la pantalla de su ordenador.

El columnista sabe que con suerte (o con un buen padrino en un jurado) esos artículos pueden ser candidatos al Premio Mariano de Cavia o al González Ruano (algún día el columnista debería dedicar su columna al duro oficio de escribir por dinero). El columnista, en todo caso, sabe que tiene algo de modesta cámara fotográfica, y que sus fotos no son más que instantáneas como las que en verano sacan los padres de familia a sus retoños sobre los arenales. Poco más que retratos al minuto.

Lo de escribir sobre papel mojado es algo más que un tópico. El periodista sabe que el papel sobre el que escribe tiene una inexorable fecha de caducidad. Su medida es el tiempo presente (en el verano escribe, sin remedio, un artículo titulado Verano). No habla sobre el pasado prestigioso (para eso están los exitosos novelistas históricos, que venden como churros sus gloriosas historias improbables), ni sobre el porvenir que no conoce. No tiene más remedio que adaptarse al presente. Y el presente, como explica muy bien Iñaki Esteban en el ensayo con el que conseguido el Premio Miguel de Unamuno, tiene muy mala fama (lo corroboran Habermas y Weber). Los prejuicios contra el presente son también responsables de la feble y falible condición del escritor de prensa.

Y por si fuera poco, la propia actualidad imprevisible se ocupa en ocasiones de zancadillear al columnista. El artículo titulado Verano puede imprimirse en el momento exacto en el que un artefacto cargado de explosivo destroza un restaurante o acaba con la vida de un peatón que pasaba por allí (un peatón que, con mala fortuna, podría ser el mismo columnista que ha firmado el artículo titulado Verano para cumplir la vieja obligación del oficio).

Por eso el columnista le pide a este verano aburrimiento y tedio y conciertos de los Rolling Stones, que ya sólo consumen dinero y videojuegos. Lo que le gustaría al columnista es que los periodistas tuvieran que inventarse una de aquellas inocentes serpientes que emergían en las aguas de los viejos veranos tranquilos. Que este verano fuese un verano anormal, un verano plagado de serpientes (sin hachas) de verano, o sea, un verano en paz.

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