El Madrid de Floro
Florentino Pérez no me entendía. Cuando hace años le comentaba que me parecía intolerable que los jugadores del Real Madrid se subieran a la Cibeles, él me miraba como si hablara con un extraterrestre. "¿No te das cuenta", decía, "de que esa foto de los futbolistas encima del monumento la van a ver en todo el mundo y que es publicidad para Madrid?". El argumento en un principio me hizo dudar, pero enseguida reafirmé mis convicciones manifestándole que la imagen de unos deportistas pisando sin respeto alguno un conjunto escultórico realizado en el siglo XVIII no era precisamente lo mejor de Madrid que podíamos enseñar al mundo. Le añadí, además, que esa chulería con la que los muchachos del equipo actuaban como si con ellos no fueran las normas que el resto de los mortales debemos acatar resultaba antipedagógica para los chicos, que siempre tienden a emular a quienes admiran.
Recuerdo perfectamente que me dio una de sus cariñosas palmaditas en el hombro y puso esa cara que alguien te pone cuando piensa que estás en babia. Desde entonces siempre que nos vemos desliza algún comentario recriminatorio sobre mi supuesto antimadridismo. Al amigo Floro no consigo convencerle de que, aunque el fútbol me importa un pimiento, siempre prefiero que gane el Madrid, porque desde crío he vivido en las proximidades del Santiago Bernabéu y rodeado de madridistas. Soy, en consecuencia, capaz de participar de la alegría por los triunfos merengues sin haber visto un solo partido en toda la Liga y tampoco sienta por las estrellas del balompié mayor admiración de la que me suscitan esos campeones de sumo que idolatran en Extremo Oriente.
Así que la noche de la victoria blanca aguanté con paciencia y resignación cristiana el concierto de bocinas que se prolongó hasta altas horas de la madrugada, e incluso me contagie de la alegría merengue siguiendo por televisión el jolgorio en Cibeles. Ni que decir tiene que esperé con la mayor atención el momento en que los jugadores ascendían a la pasarela que el Ayuntamiento de Madrid había dispuesto en torno al monumento para que saludaran a su hinchada. Todos y cada uno de los miembros del equipo sabían que existía por parte del club el compromiso de no superar esa valla para encaramarse a la Cibeles. Todos lo sabían, a pesar de lo cual el hasta entonces capitán del conjunto, Fernando Hierro, con la mirada torva y el gesto bronco que le caracteriza, escudriñaba la estructura de metacrilato en el intento de encontrar la forma de asaltar a la diosa. Afortunadamente, no la halló. Tampoco la encontró su compañero y adepto Raúl, que dejó bien patente cómo tiene amueblada la cabeza. El ídolo de masas porfiaba con las fuerzas de seguridad empeñado en encaramarse a la Cibeles para colgarle una bufanda. Fue entonces cuando un policía que estaba allí aguantando el tipo con una paciencia franciscana, un funcionario que seguramente no ganará en toda su vida lo que el delantero madridista se embolsa en diez partidos, le espetó que allí no subía nadie porque lo había mandado el alcalde. Desconozco el nombre y los apellidos de ese agente del orden, pero desde aquella noche es mi héroe. Aquel policía procedió con Raúl de la misma forma que lo hubiera hecho con mi niña si le diera una ventolera y tratara de celebrar el sobresaliente en selectividad enroscándole a la Cibeles su banda de graduación. También el alcalde Ruiz-Gallardón se ganó esa noche una medalla. Gracias al impecable dispositivo montado contrarreloj por su concejal de Seguridad, Pedro Calvo, y al comportamiento ejemplar de los aficionados, quedó bien claro que nadie puede saltarse las normas que rigen para el resto de la ciudadanía. El reino de un futbolista es el terreno de juego, no el patrimonio cultural de la ciudad. Florentino Pérez, que es, por encima de madridista, un magnífico empresario, tuvo que sofocar la noche del triunfo el motín de los obstinados en asaltar la Cibeles. Hierro, que acaudillaba en las duchas al sector hooligan de la plantilla, no volverá a vestir la camiseta blanca. La próxima temporada, un icono llamado Beckham le dará un toque de glamour al equipo mientras el nuevo entrenador, Carlos Queiroz, proclama en su declaración de principios que "el fútbol debe ser un arte". El Real Madrid puede ahora dar a la ciudad la mejor imagen ante el mundo. Gloria al Campeón.
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