Once y siete años después
El año pasado, aunque no lo parezca, celebramos el décimo aniversario de una cosa que ocurrió en Sevilla y que parece, para algunos, demasiados, como si nunca hubiera existido.
A lo que me refiero se llamó Expo 92, fue una Exposición Universal y supuso un cambio radical, absoluto en y para esta ciudad en su globalidad, a pesar de esos mismos; y supuso también otro cambio, sustancial, también para esta región, en sus infraestructuras sobre todo, y también, cómo no, a pesar de ellos.
Y ¿quiénes son los mismos? Pues esos que usted, querido lector, entiende perfectamente a los que nos referimos, y que yo no los cito por ni tan siquiera así, hacerles publicidad gratuita. Todos los conocemos y ellos mismos saben que de ellos hablamos.
Y ahora quién repara, repone, reintegra, recupera la honradez, honorabilidad, dignidad, fama, buen nombre, integridad...
Esta reflexión me la he hecho al cabo de once y siete años, justo porque en estos días, ésos, los de antes, deben estar pasando un mal rato, una desilusión. Mira por dónde, once y siete años después, (¡luego dicen que los tribunales de justicia son lentos!), un Tribunal, el de Cuentas, y un Juez de Instrucción, Baltasar Garzón, han llegado a la conclusión de que los responsables directos de la gestión de la Muestra ni se lo llevaron, ni malversaron, ni falsearon documentos, ni "ná de ná".
Y, ...ahora ¿qué? Quién repara, repone, reintegra, recupera todo eso que tantos no conocen y otros sí tienen y se llaman honorabilidad, dignidad, fama, buen nombre, integridad, profesionalidad, honradez, decencia, y cuantas cosas más se nos ocurran de esas personas que se han visto (nos vimos) atacados, vilipendiados, malmirados, considerados delincuentes.
Demasiado se dijo, demasiado se ha tardado en, desde las instancias judiciales y contables del Estado, poner las cosas en su sitio. La pena de banquillo, de primera página de periódico, de ataque directo en lo personal, de denostación desde lo parlamentario, de maltrato en las tertulias, de todo eso que es la rápida, interesada y malévola condena social a los que no pueden defenderse y después devienen inocentes, ...ésa, ...ésa no la quita ya nadie a los que la han (la hemos) padecido.
Hay que reconocerles a esos magníficos discípulos de Goebbels (¡calumnia que algo queda!), que consiguieron crear una convicción más de lo deseable en la sociedad de que todos los que habían (habíamos) tenido alguna responsabilidad con la celebración de la muestra universal sevillana nos lo habíamos llevado calentito. (Cree el ladrón...)
Quienes consiguieron echar pellas de barro y más cosas sobre el buen nombre de quienes hicieron posible que esta ciudad, esta tierra tuviera una Exposición Universal con lo que supuso para ella y para la región que juntas se transformaron con el pretexto de la Expo '92 de Sevilla, merecerían (¡iluso de mí!) ser obligados a restituir lo que robaron a gente que no cometieron otro crimen que cumplir y cumplir dignamente y a satisfacción, con el trabajo que se les encomendó: hacer una Exposición Universal y que tuviéramos aquella inolvidable fiesta en paz. Esos personajes deberían devolver lo que ellos sí robaron o, (¡pobres!) creyeron podían robar: el honor de las personas decentes. Pues no. Al final, la verdad tenía que resplandecer y resplandeció; pero en el camino, alguna tristeza, algún jirón de pellejo, del pellejo del alma que a algunos es donde más nos duele, se ha ido quedando. Será que ellos ciertamente no tienen alma, o sea que son desalmados.
Por la dignidad de lo público, (que a tan pocos a veces parece interesar) entre todos los que tienen responsabilidades en la dirección, gestión y administración de la res pública, debieran medir con celo y escrupulosidad las afrentas que se hacen, sin reparar mientes, a lo que es de todos y a las personas que hoy administran y mañana no; ese papel está, en democracia, llamado a la alternancia, y siquiera por esa sola razón, ya algunos se deberían tentar la ropa antes de alegremente atacar y atacar a los que dicen llamar colegas, aunque adversarios de la litis política. Pero sobre todo por el respeto que debe merecer la gestión pública, es por lo que se debiera medir lo que se hace y a veces sobre todo, lo que se dice; aunque bien es cierto que eso no parece preocuparles en demasía a este conjunto de personajes, empeñados cada vez más en denostar lo público y en adelgazar el Estado.
En fin, que hoy, lo siento por ellos, y me alegro por nosotros. ¡Qué le vamos a hacer!
Alfonso Garrido Ávila fue Gobernador Civil de Sevilla y Delegado del Gobierno en Andalucía (1982-1993)
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