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Columna
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La amígdala

José Luis Ferris

Uno de los rasgos que mejor define la personalidad de cada cual es, sin duda, el temperamento. Hay quienes emplean ante los demás un carácter cordial o cuanto menos transigente y tolerante; otros, sin embargo, convierten la convivencia en una aventura incómoda para cualquiera. Según el último número de la revista Science, éstas y otras diferencias en el comportamiento humano no se deben a factores sociales, sino a la morfología cerebral con la que nace cada uno de nosotros. Al parecer, hay una parte del cerebro denominada amígdala que, en determinados seres, muestra un nivel de actividad demasiado elevado. La emoción o la respuesta ante la novedad tiene mucho que ver con esta estructura grisácea que, entre otras cualidades, es capaz de marcar fronteras entre individuos extrovertidos y personas sencillamente tímidas. Uno de los autores de este estudio, el doctor Carl Schwartz, no sólo insinúa que con el temperamento se nace sino que, además, es para toda la vida. Los inhibidos o desinhibidos se enfrentan a personas, situaciones u objetos nuevos según dicte la actividad de la amígdala que tienen alojada en su mecanismo cerebral. Otra cosa es el modo en que un tímido mitigue su problema o lo maquille con tal de salir a flote en una sociedad depredadora. He visto a oradores y políticos de verbo implacable apabullando a las masas desde una mesa mientras la mano que sostenía los folios les temblaba a trote libre. También conozco a actores que antes de salir a escena se encomiendan a la madre que los parió y van un par de veces al retrete. Parece mentira, pero los tímidos de atar son los que mayores zapatiestas han armado en la Historia. Franco, por ejemplo, se enfrentó a su timidez trepando si entrañas por la jerarquía militar, dirigiendo una guerra civil y vengándose el resto de su vida de los desinhibidos que no tuvieron, como él, una infancia triste.

Yo también soy un tímido, pero me las apaño a solas porque nadie tiene culpa de mi excesivo respeto a lo desconocido. Me enfrento a lo que venga, eso sí, pero el sudor de mi nuca o el temblor de mis manos me recuerda que tengo una amígdala hiperactiva en el sistema funcional y eso, al parecer, no hay dios que lo remedie.

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