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Columna
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Ley del ladrillo

"La tierra es la tierra y nosotros mismos", afirma el personaje de un relato de los sesenta, cuando unos promotores inmobiliarios y sus socios extranjeros lo tientan con unos cientos de duros, y los abogados tratan de confundirlo con artimañas y supuestas irregularidades en las escrituras, para que les venda unas tahúllas, cercadas ya de urbanizaciones en construcción, y próximas a una playa todavía solitaria y radiante en su soledad. "El suelo rústico es el suelo rústico, y su recalificación", sentencia un especulador sin escrúpulos, años más tarde, mientras modela en dineros conciencias y voluntades de ediles, constructores y arquitectos, para que le diseñen y redacten, a la medida de su caja acorazada, el Plan General de Ordenación Urbana.

En la ficción narrativa, que suele ser el linde por donde se encrespa y hasta se subvierte la realidad, el viejo agricultor insiste en que la tierra no se vende, y la ve, en su inducido desvarío, fertilizada y rebosante de hortalizas y frutales, tras la pertinaz sequía, en tanto el especulador sin escrúpulos, que es la realidad en su más obscena mentira, piensa que no hay más épica que la que se escribe en un talonario de cheques, y observa, con avidez, cómo en aquellos terrenos se levantan miles de viviendas de precio libre. Qué de caudales. Pero es el progreso, advierte a sus cómplices, para que el soborno adquiera así acento y protagonismo de un episodio intrépido.

Y como la hegemonía social es cosa del poder; y el poder, un juego de quita y pon del pastón, el modesto y obstinado agricultor del relato tuvo que resolverse en desarmada metáfora literaria, mientras el especulador sin escrúpulos se resuelve en un billón de viejas pesetas. Cantidad más que bastante, para hacer el paripé en un plenario de mayorías, y darle vuelo en boletines y diarios oficiales a la ley del ladrillo: ese becerro que pone en pie y hasta genuflexos, a usuarios de varas, medallones y togas. No es una ley cruenta: nada de ojo por ojo; ojo al parche, por blanqueo; silencio, por votos como euros. Véanlos por do se cuelan.

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