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Tribuna:ECONOMÍA INTERNACIONAL
Tribuna
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América Latina en la encrucijada de caminos

El autor perfila un panorama no demasiado optimista sobre la realidad económica y social de Latinoamérica y aboga por la búsqueda de las claves para reducir las diferencias.

América Latina enfrenta 2003 desde la encrucijada de caminos, a pesar de enfilar con el mayor empeño en la pasada década la realización de cambios estructurales de orden económico, institucional y político, que la proyectaban como una región revitalizada, pujante y dispuesta a afrontar los retos de la modernización y del progreso. Transcurridas las reformas, el balance es realmente menos optimista que el proyectado; en verdad, se trata de otro de los tantos episodios de la historia latinoamericana, donde la economía y la política ha sido sobrepasada por la dinámica de los hechos. La situación en estos ámbitos ha respondido justamente a esa brecha creciente entre realidades económicas y expectativas de mayor bienestar social.

Realidades que demuestran, desde la crisis asiática y rusa, que la inversión extranjera directa (IED) se retrae en beneficio de países más estables y con gran potencial de crecimiento como China, que superó en 2002 los 50.000 millones de dólares, desbancando a EE UU como mayor país receptor, aunque también India, el sureste asiático y otros países como Irlanda y Hungría. En los últimos cinco años, América Latina ha pasado de una entrada de capitales de 40.000 millones de dólares de promedio anual a los 20.000 en 2002. La IED se ha resentido considerablemente, pues desde una media anual en el periodo 1995-1999 de 35.278 millones de dólares ha pasado a los casi 19.000 del periodo 2000-2002. Son señales inequívocas, de que las cosas no avanzan en estos momentos de necesidad de financiación externa para compensar el bajo ahorro interno, situado en el 17% frente al 35%-40% del sureste asiático. Según los últimos datos de CEPAL, los recursos financieros (capital nuevo y préstamos menos amortizaciones, intereses y dividendos) desde 1999 han descendido en 2001 un 0,3% del PIB, y durante 2002, el 0,4%. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de este alto repentino? (término acuñado por Rudi Dornbusch: "no es la velocidad lo que mata, sino el alto repentino") cuando los inversionistas comienzan a temer que los prestatarios no puedan cubrir sus obligaciones y entonces cunde el pánico y se agrava la crisis, como puede ser la situación actual de esta "encrucijada de caminos" para la IED latinoamericana.

Respecto a las expectativas de mayor bienestar social, en el World Economic Forum de noviembre 2002 en Río de Janeiro, fueron abordadas por el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, quien proclamó la muerte del Consenso de Washington. Dijo: "No se puede juzgar a los países sólo por sus indicadores económicos, sino también por los sociales". Las interpretaciones adoptadas en las propuestas del Consenso han demostrado en gran parte su incapacidad para resolver los problemas económicos y sociales del continente, de modo que es necesario emprender una nueva senda, basada en reducir la gran inestabilidad que impide la confianza de los mercados financieros y limita y obstruye las posibilidades de mejora.

Los mercados financieros, como medio para conseguir crecimiento y bienestar social, es uno de los diez puntos recogidos en el Consenso de Washington. El ejemplo más representativo es Chile, que lo aplicó desde su heterodoxia obteniendo importantes enseñanzas: la práctica de una política de excedentes fiscales con restricciones a entradas de capitales en los ciclos expansivos, y la estricta reglamentación bancaria junto a una política monetaria más discrecional, en vez de una basada en rígidas reglas. Como dice Ricardo Hausmann, estas políticas son la segunda mejor opción, pues dan por sentado los defectos del mundo e intentan hacerle frente, mientras que una política más ambiciosa sería la que se concentrase en atacar estos defectos del mundo para vencerles, más allá de fortalecer sus políticas macroeconómicas e institucionales. Hausmann, Eichengreen y Panizza han diseñado una estrategia que posibilite la confianza de los mercados, con la creación de una unidad contable: el índice EM, basado en un conjunto diversificado de monedas de mercados emergentes y países en desarrollo.

Esta unidad representa las demandas de una economía más diversificada y, por lo tanto, será más estable, ya que impactos como cambios en los precios de las exportaciones que son positivos para algunas economías serán negativos para otras. Para que el incentivo no devalúe la moneda de los deudores en moneda local, la unidad debería referenciarse a un índice ajustado al nivel de los precios al consumo de cada país. En términos históricos, esta unidad tiene excelentes propiedades de diversificación del riesgo para los inversionistas de países desarrollados: baja volatilidad, evaluación de las tendencias y correlación negativa con el consumo privado. Esto es importante, pues desde los puntos del Consenso no se preparaba a un país para sobrevivir a un alto repentino de los flujos de los mercados financieros. Desde los buenos tiempos, las políticas recomendadas propician mayores entradas de capitales y mayores déficit de cuenta corriente, que reflejan la confianza que ponen los mercados en el futuro.

En contraste, en los periodos de un alto repentino en los flujos, lo que importa es la capacidad de generar excedentes en la cuenta corriente sin hundir la economía. Las políticas del Consenso suponían que los flujos de capital serían dirigidos principalmente por la calidad de las políticas internas: los mercados financieros se veían como la mano infalible de Dios en la Tierra, que premiaba a los virtuosos y castigaba a los desobedientes. Los altos repentinos, si existían, se consideraban acontecimientos nacionales provocados únicamente por las ineficiencias internas, no contemplando qué ocurriría ante un frenazo general. Por lo tanto, no se preparó a los países para enfrentarse a un mundo con flujos de capital poco "confiables". América Latina no puede permitirse continuar ante esta dilatada "encrucijada de caminos". Debe, por el contrario, potenciar su economía y recuperar su bienestar social. Dice W. Easterley que el tema es antiguo, pues hace 50 años comenzó la tarea de dar con las claves para que los países pobres pudiesen ser tan prósperos como Europa y América del Norte, y que si este ambicioso hallazgo acabase teniendo éxito, sería uno de los triunfos intelectuales más grandes de la humanidad.

Ramón Casilda Béjar es autor del libro La década dorada. Economía e inversiones españolas en América Latina 1990-2000.

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