El Athletic como orgullo
El breve periodo de Javier Uria al frente del Athletic no impide señalar los rasgos de su gestión, concretada en una época azarosa del club, siempre dominado por la paradoja de su extrema lealtad a unas tradiciones que, sin embargo, son objeto constante de debate en la hinchada y su entorno. A Uria ha correspondido enfrentarse al desánimo incubado en el Athletic por unos tiempos que parecen correr en su contra. Tiempos de Bosman, de mercados planetarios, de globalización imparable, de amenaza a un club orgullosamente adscrito a una política endogámica, familiar, antigua de 100 años, de una extravagancia maravillosa, si algo significa lo singular. No una singularidad cualquiera, sino el respeto a una señas que en el Athletic han funcionado como factor de cohesión social -algo extraordinario en una sociedad tan violentada- y como motor de un equipo que sabe muy bien lo que son los éxitos.
Pero los éxitos han faltado en los últimos 15 años y la sensación de soledad sólo ha sido comparable a la pesadumbre. Lo que una vez fue causa de orgullo y éxito, se convirtió a ojos de aficionados y directivos en el factor de la decadencia del Athletic. El precio, en definitiva, a una política que sólo permite nutrirse con jugadores procedentes de un ámbito de 20.000 kilómetros cuadrados -Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra- y apenas tres millones de personas. A Javier Uria le tocó presidir el club en unas circunstancias adversas. A las dificultades del equipo para manejarse con garantías en la Liga, se añadía una especie de política panvasquista que fundamentalmente consistía en parasitar las canteras de la Real y Osasuna. Política cara, nefasta para la raíz vizcaína del club y de resultados decepcionantes.
Uria consideraba que los problemas del Athletic no residían en sus señas de identidad. Creía que el club se había perdido en divagaciones, en la ausencia de actuaciones firmes y en el olvido de Lezama como factor fundamental del futuro del club, en la pérdida del orgullo de sus jugadores, dominados por un victimismo que les ha servido de coartada para descender cada año en la escala de la Liga. Uria creía que las causas difíciles son las que merecen la pena y que la causa del Athletic había sido defendida gloriosamente durante casi un siglo. Creía que no había que pedir perdón por jugar en el Athletic, sino todo lo contrario. Y creía también que siempre hubo un Di Stéfano, un Cruyff, un Maradona. Y que jamás el Athletic se había resignado frente a ellos. ¿Por qué resignarse ante Bosman y sus consecuencias? Ahora, al final de su mandato, coincidiendo con la fatalidad de su muerte, el Athletic comienza a explorar el ambicioso territorio que le mostró su presidente.
El domingo, en el vestuario del Bernabéu, sería bueno que alguien recordara las inmortales palabras de Knute Rockne a los jugadores de fútbol de la Universidad de Notre Dame en los años 20. Había muerto George Gipp, su jugador bandera, y se enfrentaban a un partido decisivo. El entrenador les reunió en el vestuario y finalmente les rogó con emoción: "Ganad este partido por Gipper". Quizás alguien transmita la misma emoción a los jugadores del Athletic el domingo y les diga: "Hacedlo por el presidente".
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