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Columna
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El humanitarismo a debate

No hay proceso carismático sin rutinización (Weber). No hay Estado naciente sin institucionalización (Alberoni). No hay revolución científica sin normalización (Kuhn). Desde perspectivas distintas, la reflexión sociológica ha desarrollado su propia teoría de los ciclos. Las instituciones, como las ideas, se ven confrontadas consigo mismas a lo largo de su desarrollo histórico: confrontadas con su espíritu fundacional, con su horizonte utópico, con sus promesas, con sus esperanzas. Lo que hoy de hecho somos se contrasta con lo que éramos ayer, o, más bien, con lo que ayer creíamos o pretendíamos ser. Y en esta confrontación, instituciones e ideas siempre salen mal paradas.

Los años setenta son (con la excepción de Oxfam, fundada en 1942) el momento de la aparición de las grandes ONG humanitarias, tales como Human Rights Watch, Médicos Sin Fronteras, Ayuda en Acción. Pues bien: el humanitarismo, tanto la idea como la acción, se encuentra hoy sometido a un fuerte debate. El origen del debate tiene que ver, en primer lugar, con una sensación generalizada de agotamiento del proyecto humanitario. La idea de una acción ciudadana, independiente, capaz de intervenir eficazmente a favor de las víctimas de catástrofes naturales, de conflictos bélicos o de regímenes totalitario -una intervención sin fronteras, que actúa allí donde los estados miran hacia otra parte- está hoy en crisis, crisis que puede resumirse así: no hay solución humanitaria a las denominadas situaciones de emergencia humanitaria. Porque no hay intervención puntual (y la intervención humanitaria lo es), por más amplia y coordinada que se pretenda, que pueda resolver problemas cuyo carácter es estructural.

De ahí la gran cuestión en debate: ¿qué hacer? ¿Asumir la relativa impotencia del humanitarismo clásico, reconocer la modestia de sus resultados y, aún así, valorar su capacidad de salvar, al menos, algunas vidas? ¿O replantearse la tradición humanitaria desde sus cimientos y desarrollar un nuevo humanitarismo con un carácter eminentemente político? El dilema ha sido planteado así por David Rieff en su libro Una cama por una noche: "El personal humanitario ha ido aceptando cada vez más la idea de que su trabajo también tiene que ser político, abandonando así el concepto de un humanitarismo opuesto a la política en pos de una política del humanitarismo". Este debate está en el origen de la ruptura de Médicos sin Fronteras y la aparición de Médicos del Mundo (con Bernard Kouchner al frente). Frente a la tesis fundacional de la absoluta independencia gubernamental de las organizaciones humanitarias, el nuevo proyecto de Kouchner es vincular humanitarismo y defensa de los derechos humanos obligando a los estados a "ser humanitaristas". Kouchner caracteriza así la diferencia entre ambas perspectivas: "El humanitarismo clásico protege a las víctimas y acepta las masacres como una realidad. El humanitarismo moderno no acepta tal cosa. Su ambición es evitar tales masacres".

El minimalismo humanitario tiene, sin duda un riesgo: el riesgo de la frustración. Frustración que se deriva de saber que hoy se actúa en Afganistán, pero que mañana habrá que hacerlo en Irak y pasado en el Congo. La frustración de saber que se salvan unos cientos de vidas de entre miles de vidas perdidas. Por su parte, la nueva política del humanitarismo también tiene sus riesgos: el mayor de ellos, el de acabar convertido en humanitarismo de Estado o, incluso, en humanitarismo armado, sirviendo así de legitimación a una nueva doctrina de la intervención humanitaria -civil y/o militar, según sea el caso- al servicio de los cambalaches geopolíticos de las grandes potencias, o incluso de las pequeñas. Si ayer las Fuerzas Armadas españolas se publicitaban agitando el señuelo del empleo, hoy lo hacen con anuncios en los que las imágenes humanitarias se aproximan más a la publicidad de una ONG que a la de un ejército. Se ha desarrollado así un paradójico humanitarismo militar, coartada perfecta para unos estados que, en realidad, no desean otra intervención que no sea aquella que se realiza desde sus intereses. El debate está servido. Es de esperar que su resolución no nos lleve, como tantas veces, a arrojar por el fregadero, además del agua sucia, el niño.

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