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A pie de obra | TEATRO
Columna
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Fin de temporada (notas de diario)

Marcos Ordóñez

Uno. L'École des femmes, un Molière pocas veces representado aquí, ahora en el Nacional de Barcelona, en notable traducción de Esteve Miralles. Dudas de método: ¿he de hablar de un montaje que no me ha gustado, en el que la mayoría de los actores me parecen mal enfocados, mal dirigidos (por Carles Alfaro) pero en el que destella una actriz, una sola, Cristina Plazas, en el rol de Agnès? Nada hay más odioso para un actor que las comparaciones, sobre todo dentro de un mismo reparto, pero no quiero ni debo olvidarme del trabajo de esta joven gran actriz valenciana. Hay en el escenario una serie de actores espléndidos (Joan Carreras, que hace Horace; Francesc Albiol, que interpreta a Chrysalde), y Homar, desde luego, en el grand rôle de Arnolphe, comportándose como estereotipos, como si no les hubieran dejado insuflar vida a sus personajes, cuando a ellos les sobra, por los cuatro costados. Entonces... ¿por qué Cristina Plazas consigue escapar de esa malla negra? Misterios del teatro. Y muchas preguntas ante este montaje. Quizá buena parte de la irritación que me provocó venía de su "concepto": la casa (rural, ruralísima) donde Arnolphe tiene encerrada a Agnès se ha convertido en una especie de pedrusco iridiscente, como aquellos horribles joyeros de madreperla que se vendían en las tiendas de souvenirs de los pueblos de playa. ¿Por qué ese miedo, en tantos directores, a una escenografía "normal", sensata? Es muy difícil que un conflicto "humano" pueda brotar y desarrollarse en torno a ese fistro cúbico; es imposible que nadie pueda vivir ahí, dentro y alrededor. Más preguntas: Homar como Arnolphe. Tampoco podía creerme lo que veían mis ojos. ¿Ha elegido sobreactuar de esa manera o se lo han impuesto? Hace Arnolphe como una supermarioneta exasperada o un caso clínico, casi parece una parodia de Harpagon. Sólo le falta colgarse un cartel en el que se lea "celoso". Dan ganas de decirle: "No se esfuerce tanto, ya lo descubriremos por el texto". La frase de Jouvet durante los ensayos del Tartuffe: "No quiero que me digáis 'voy a interpretar a un hipócrita' sino 'voy a interpretar a un hombre". ¿Por qué hay esa tendencia en ciertos actores, al llegar a cierta edad, a escoger siempre les grands rôles, cuando brillan infinitamente más en otros papeles? Homar hubiera podido ser un Claudio impresionante, pero eligió hacer el Hamlet. Como si no pudieran "permitirse" a sí mismos situarse "por debajo" (o a un lado) de lo que creen que es su perfil. Olvidé aquel Hamlet como olvidaré este Arnolphe, pero no creo que olvide nunca a Homar haciendo el Térazene de la Fedra, la temporada anterior, guiado por Ollé, con la mirada enturbiada por el dolor, sin apenas moverse, aquel monólogo que hacía pensar, escribí, "en un corrido mexicano recitado por un monje budista con mucho mezcal (helado) entre pecho y espalda, evocando a un amigo muerto, al amanecer, desde una cantina de Parián". Pero al público del Nacional le encanta el trabajo de Homar como Arnolphe, le ríe todas las gracias, todos los excesos, le aplaude como a un divo de la Comédie. Por eso puedo decir todo esto: la mía es una sola voz discordante en el unánime coro de alabanzas. Recuerdo aquel Tèrazene, aquel grandioso Solness, sobrio, contenido, para hablar sólo de montajes recientes, o su vena cómica, en la estela de Frasier, en el Taurons (Speed the plow) de Mamet. Recordaré, de La escola de les dones, a Cristina Plazas, no sólo por la dicción, ni la elegancia de movimientos: era la única que exhalaba humanidad, vulnerabilidad, de todo el reparto. Lo mismo que sentí y pensé viendo a Carlos Hipólito en El misántropo, de Marsillach: "Debe de sentirse muy solo ahí arriba".

A propósito de las obras L'École des femmes, Historia de Adán y Eva y Bésame mucho

Dos. Historia de Adán y Eva, en el Bellas Artes. Un monstruo infrecuente en nuestros escenarios, más conocido en el cine: Miguel Ángel Solá. Solá ha armado el espectáculo junto a Blanca Oteyza, su compañera española, y el director, argentino como él, Manuel González Gil. Es una obra actual, pero parece escrita por Edgar Neville. Una historia de amor en dos tiempos y dos textos: el Diario de Adán y Eva, y lo que pasa durante y después de su representación radiofónica. Años cincuenta: un actor uruguayo y una actriz española, Dalmacio (Solá) y Eloísa (Oteyza), interpretan la obra de Mark Twain en la última emisión de su programa, devorado por un concurso trivial. Treinta o cuarenta años después, la hija de Eloísa, Eva (Blanca Oteyza bis) regresa a Montevideo para entrevistar al viejo Dalmacio (Solá bis, y vuelta al ruedo), solo y olvidado. Los dos segmentos temporales se entretejen y descubrimos, poco a poco, la gran historia de amor que no pudo ser. El flash-back que da título al espectáculo es brillante, entretenido, pero el relato de Twain se hace demasiado largo. El premio, el gran premio, es el "retorno" de Dalmacio y su juego de fintas y seducción con la hija de su amor perdido: tan sólo con esa entrevista "ya teníamos" obra. Un Solá conmovedor, extraordinario, que recrea a ese actor de coraza sarcástica y corazón sangrante con un poder que te imanta a la butaca, sin el menor recurso de "composición". Blanca Oteyza combina el aplomo y la ternura, pero su mayor logro es que el monstruo Solá no la devore, que sigamos recordándola al acabar el espectáculo.

Tres. Festival de Sitges. Una gran función, un gran montaje -Bésame mucho, de ese otro monstruo argentino, Javier Daulte- que, cuando lean estas líneas, ya estará (eso sí que es buen juego de piernas de los productores) en el Principal de Barcelona. Una soberbia e inquietante comedia negra, con 11 intérpretes que te llevan por donde quieren. Sólo, atención, hasta el 29 de junio: no se la pierdan, por la gloria de mi madre. Hablaremos de Bésame mucho, y de las otras piezas de Daulte que esperan turno: el retorno de Gore, en el Grec, y el estreno, en otoño, en el Lliure, de 4D Óptico.

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