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Reportaje:

"¿Sadam? Pregunte a los americanos"

Para la mayor parte de los iraquíes el problema no es dónde está el dictador, sino la presencia de las tropas o la falta de trabajo

Preguntar estos días en Bagdad dónde está Sadam o dónde se encuentran las armas de destrucción masiva sólo revela que quien pregunta es un recién llegado. A la primera interrogante la mayoría de los iraquíes responde que Estados Unidos sabrá, y a la segunda que nunca existieron. Sus preocupaciones se centran en otras cuestiones: ¿cuándo volveré a trabajar? ¿Cuándo cobraremos? ¿Cuándo se marcharán los norteamericanos? Sólo han pasado dos meses desde la caída del régimen, pero parecen haber sido muchos más. Hay una idea que comparten todos: el tirano se fue y nosotros permanecemos. Vivo o muerto el dictador, la situación política de Irak es ya irreversible.

La forma en que se desplomó el régimen baazista aquel lejano 9 de abril fomenta entre muchos iraquíes las sospechas de que hubo cierta complicidad entre el odiado dictador y los actuales ocupantes de Irak. Nadie defendió a Sadam. Se sabe que las tribus le traicionaron por dinero, que el Ejército se rindió sin luchar y que ni tan siquiera la Guardia Republicana, que mandaba su hijo menor Qusay, ofreció resistencia. Los teóricos de la conspiración y el hombre de la calle creen que en aquellos días, con Bagdad infestada de espías norteamericanos, corrieron los maletines, los sobornos y el comercio de garantías para la posguerra.

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Abdul Amir Ahmed, de 48 años, asegura: "Los americanos trajeron a Sadam y ellos se lo llevaron". Y el doctor Sadun al Dulaimi, un sociólogo que acaba de volver del exilio y coronel del Ejército iraquí condenado a muerte por Sadam en 1991, responde así cuando se le hace la pregunta del billón de dólares: "Eso hay que preguntárselo a Bremer

[el diplomático norteamericano que dirige la autoridad provisional en Irak]".

Los militares de EE UU insisten en que Sadam murió el pasado 7 de abril cuando arrojaron cuatro bombas antibúnker de 2.000 libras cada una contra una manzana del barrio de Al Mansur, donde está el restaurante en el que supuestamente cenaba esa noche con sus hijos y otros altos cargos del régimen. El lugar era el pasado sábado un espléndido solar perfectamente allanado. Desde el martes, una compañía de ingenieros del Ejército norteamericano había estado limpiando, noche y día, la zona de escombros y removiendo la tierra en busca de restos humanos. Las toneladas recogidas han sido llevadas en decenas de camiones a un lugar secreto para su análisis por un equipo de forenses, que pretende someterlos a la prueba de ADN por si hay suerte.

Tampoco se sabe mucho sobre el destino de sus hijos. De Qusay, casi nada. Y del mayor, Uday, un tipo perverso, odiado y temido, cuyos fedayin -reclutados entre lo peor del lumpen- al menos pelearon, los iraquíes apenas saben más que lo que cuenta la emisión en árabe de la BBC. Que está en Bagdad, que ha intentado negociar su salida con EE UU, que quiere entregarse en La Haya, pero nada más. Lo mismo ocurre con otros jerarcas del régimen como el ministro de Información durante la guerra, Mohamed Said al Sahaf, que se convirtió en su propio guiñol tanto en Occidente como en el mundo árabe cuando negaba que las tropas de EE UU avanzaban hacia Bagdad cuando éstas ya pisaban sus calles. El famoso ministro sin bigote vive actualmente en el barrio de Muhandiseen, en el centro de la capital iraquí, sometido a una extraña tortura psicológica: quiere entregarse, pero los norteamericanos no le hacen caso. La televisión libanesa LBC rueda una película sobre él y se dice que el ex ministro se querellará contra una empresa de juguetes norteamericana por usar su nombre.

El Gobierno estadounidense desea acabar con el fantasma de Sadam y atribuye a sus seguidores buena parte de los ataques sufridos por sus tropas en las últimas semanas, como el del jueves en Faluja, una población de 400.000 habitantes a unos 70 kilómetros al oeste de Bagdad, donde murió un soldado y otros cinco resultaron heridos. Pero tan cierto es que han sido detenidos numerosos fedayin, fácilmente reconocibles por sus tatuajes de "amor a Sadam", como que en Faluja vive una fuerte comunidad wahabí, la secta integrista suní que apoya Arabia Saudí y que es territorio de la tribu de los Al Duleimi, muy favorecidos por el régimen anterior.

¿Dónde está Sadam hoy para los iraquíes? Para algunos, en la nostalgia de la seguridad y del palo y tentetieso que proporcionan las dictaduras. Para todos, en unos mugrientos billetes que se deprecian cada día.

Expertos nucleares de Naciones Unidas inspeccionan un almacen cerca de Bagdad.
Expertos nucleares de Naciones Unidas inspeccionan un almacen cerca de Bagdad.REUTERS

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