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Reportaje:

Salimata Sangare ya tiene tarjeta

Interior admite a trámite la solicitud de asilo de la inmigrante que sobrevivió tras 14 días en alta mar sin comida ni bebida

El jueves por la mañana, una joven africana de 22 años, con trenzas, embutida en un mono vaquero de mangas recortadas entraba indecisa en la comisaría de Las Palmas de Gran Canaria. La frágil silueta de Salimata Sangare caminaba indecisa. Nadie percibía la pesada carga que llevaba a sus espaldas, la dramática historia de su viaje hacia España: un tiroteo en el mercado donde Salimata vendía cosméticos traídos de Ghana, un vuelo desde su Costa de Marfil natal hasta Rabat, un mes en el desierto saharaui viviendo en una tienda hecha con remiendos de tela, con bocadillos de sardinas, Coca-cola y poca agua para sobrevivir

Salimata embarcó en la patera con su amiga Aminata Banba y 17 hombres más, algunos todavía niños. A las pocas horas, el motor se paró. Los cuatro patrones marroquíes saltaron a otra embarcación, tiraron el motor al mar y los dejaron allí, en mitad del océano, sin comida ni agua, ni ayuda. Una llamada de móvil, cuya batería languidecía, alertó a los servicios de emergencia.

Cien personas los buscaron sin resultados. Durante 14 días a la deriva, sus compañeros van muriendo. El primero, de nombre Vatoma, se apoyó sobre las rodillas de la joven y nunca más levantó la cabeza. A lo lejos escucharon pasar aviones y helicópteros y vieron hasta 20 barcos. Su miedo era que "los grandes peces" que rodeaban la barca terminaran por volcarla.

Catorce días después de que dejaran el desierto, el pesquero gallego Naboeiro los localizó a 220 millas al sur de Tenerife, cuando la corriente los arrastraba irremisiblemente hacia el interior del Atlántico. El helicóptero que acudió a la llamada del Naboeiro sólo halló seis despojos humanos, llenos de erupciones, deshidratados, con la ropa fundida con la piel. Sólo unas horas antes habían muerto siete jóvenes, entre ellos, Aminata, su amiga.

Los médicos de los hospitales de La Candelaria y Universitario de Canarias (ambos en la isla de Tenerife) lograron salvar sus vidas. Los cinco hombres se recuperaron pronto y fueron trasladados al centro de retención de Barranco Seco, en Gran Canaria; cumplidos los cuarenta días legales, son llevados al centro de acogida Udjiama, gestionado por Cruz Roja. "Llegar de esta manera a España es muy duro, muy peligroso y muy triste; que nadie venga en patera; mejor intentar otro trabajo allí que morir sin haber hecho nada", confiesa Bubakare Magasa, el panadero malinés que sobrevivió a su destino, en su primera noche de libertad.

Un fuerte shock mantuvo en el hospital a Salimata Sangare. Tardó dos meses en recuperar la sonrisa y aprender a no pensar, a olvidar, a no recordar. Su caso despertó la sensibilidad de todo el mundo, también del Ayuntamiento de La Laguna. Su alcaldesa la empadronó para bloquear el expediente de expulsión. Al recibir el alta, Sangare salió con dos maletas de ropa y regalos rumbo al centro de CEAR en Vecindario (Gran Canaria).

El viernes, ella era la joven del mono vaquero que había subido a la línea 44 hasta Las Palmas para cruzar el umbral de la comisaría e intercambiar su pasaporte por un folio amarillo, donde la Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior le comunicaba que ha admitido su solicitud de asilo. Su expediente se resolverá en seis o nueve meses, estima Quimi Iglesias, la abogada de CEAR que la defiende.

CEAR le ha informado de este primer éxito, pero también de que, de cada cien solicitudes, sólo se aceptan unas pocas. Sali no pierde la sonrisa. El 3 de julio cumplirá 23 años. Por las mañanas acude a un curso de agricultura en Gáldar. Sus largos y finos dedos se entierran en el suelo para cultivar tomates, berenjenas, habichuelas y patatas. De siete a ocho, aprende español. Por las noches sueña con quedarse.

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