"Va por ti, mamá"
La vida de Juan Carlos Ferrero quedó marcada a sus 16 años por la muerte de su madre, Rosario
Lo hizo cuando ganó su primer título del circuito tenístico, en Palma de Mallorca, en 1999, y volvió a hacerlo ayer cuando se proclamó campeón de Roland Garros. En los grandes momentos de su carrera profesional, Juan Carlos Ferrero mira al cielo y, aunque a veces no pueda apreciarse, lanza un beso hacia él en recuerdo de su madre, Rosario, que falleció, víctima de un cáncer, cuando él apenas tenía 16 años. "Va por tí, mamá", parece querer decirle. "Le gustaba mucho verme en la pista. Si decidí seguir jugando al tenis fue básicamente por ella", confiesa ahora con emoción.
La vida de Ferrero quedó marcada por este hecho trágico que casi le llevó a abandonar el tenis. "Fue un momento muy penoso", explicó recientemente a la revista francesa Tennis Magazine; "acababa de celebrar mi cumpleaños [el 12 de febrero]. Ella falleció en marzo. Quedé anonadado. Siempre me llamaba a Villena [desde Ontinyent, el hogar familiar], donde me entrenaba. Me costó superar aquello. Pensé incluso en dejarlo todo. Pero hablé con mi padre, mi entrenador y mis amigos. Me convencieron de que a ella le habría gustado verme en la pista. Eso me ayudó a proseguir mi carrera".
"Quedé anonadado. Pero pensar que a ella le habría gustado verme en la pista me ayudó a seguir"
"Al saber que su madre estaba enferma", recuerda su padre, "rompió una puerta de un puñetazo"
Ferrero comenzó a jugar a los cuatro años, cuando cogió la raqueta de su padre, un tenista aficionado, y se lio a lanzar pelotas contra los enchufes de la fábrica de mantas que la familia tiene en Ontinyent. Aquél fue su primer contacto. Pero, aunque empezó a prepararse en el club Helios, del propio Ontinyent, las bases de su juego se las puso ya Antonio Martínez Cascales, su entrenador. Se conocieron en la escuela de Cascales en Villena. Tenía diez años cuando, aún con la oposición de su madre, fue allí a realizar una prueba acompañado de Eduardo Ferrero, su padre. "Le puse en una pista", explica Cascales, "y me dí cuenta enseguida de que tenía muy buenos golpes, pero que había que pulirle muchas cosas. Jugó un partido contra uno de mis alumnos más destacados, bastante mayor que él, y tuve que pararlo cuando ya le ganaba cómodamente".
La decisión fue fácil. Ferrero se instaló en Villena y mejoró de forma tan ostensible que rápidamente se convirtió en uno de los mejores jugadores de España de su categoría. A los 14 años acudió al torneo francés de Los Pequeños Ases, en Tarbes, una especia de campeonato mundial de la categoría, y se proclamó campeón. En la fiesta final le tocó bailar con la rusa Ana Kurnikova, la campeona femenina, y tuvo que hacerlo en chándal. Justamente al regresar fue cuando se enteró de la enfermedad de su madre. "Cuando se lo dije", recuerda su padre, "se rebeló contra la noticia y, de un puñetazo, rompió una puerta. Tuve que hablar mucho con él".
Con sus primeros buenos resultados le llegaron también ofertas importantes para desplazarse al Centro de Alto Rendimiento de San Cugat o a la escuela de Nick Bolletieri en Florida. "No había motivo para tenerlas en cuenta", recuerda Ferrero; "en Villena tenía todo lo que necesitaba. Las cosas ya me funcionaban". No se movió. Y siguió una marcha que le mantuvo siempre en la élite de cada categoría. La culminó con el subcampeonato júnior de Roland Garros, en 1998, el año en el que Carlos Moyà ganó a Àlex Corretja la final absoluta y Arantxa Sánchez Vicario la femenina.
A partir de ahí su ascensión fue meteórica. Acabó aquel curso siendo el 345º del mundo y en sólo un año escaló hasta el 43º puesto. Y cuando comenzó 1999 despejó ya cualquier duda. Debutó en el circuito en el torneo de Casablanca y llegó a la final, en la que cayó ante Alberto Martín. Y luego encadenó dos victorias y dos finales en torneos challengers, lo que le llevó a meterse entre los 100 mejores. El año lo acabó con una victoria sobre Corretja en la final de Palma de Mallorca. Entonces, el barcelonés lanzó su frase lapidaria: "Ha nacido una estrella".
Y fue cierto. Ferrero se clasificó ya en 2000 para las semifinales de Roland Garros y alcanzó los octavos de final del Open de Estados Unidos. Y no ha dejado de brillar. En 2002 perdió frente a Albert Costa la final de París, pero todo el mundo sabía que un día ganaría el torneo. "En realidad", asegura Cascales, "desde que el brasileño Gustavo Kuerten sufrió su lesión de cadera, hace un par de años, Juan Carlos es el mejor jugador del mundo en tierra batida". Ayer lo confirmó con su magnífica y rotunda victoria sobre el holandés Martin Verkerk.
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