Ángel y demonio
Lo más emotivo de la tarde lo protagonizó Robleño, que demostró que es un jabato con una espada traicionera. Pero el premio gordo de la lotería le tocó, una vez más, a El Cid.
El Cid parece llevar con él un ángel y un demonio. El primero le pone delante de los mejores toros; el otro, envidioso y vengativo, le hace perder oportunidades de oro y convierte el triunfo en un desencanto. El Cid brindó al respetable el primero de su lote a sabiendas que desarrollaría movilidad y nobleza, como ya se había comprobado. Pero brindó tímidamente, desde los medios y no desde el centro del anillo, como hacen los toreros convencidos de su triunfo. Tímidamente lo había recibido con el capote, y sólo dibujó una verónica y media. Brindó al público, como se ha dicho, y el toro comenzó a embestir con tanta clase y codicia como para haberle formado un auténtico lío. Esa era la labor del ángel. El Cid tiene planta de torero artista y sus pases son largos y hondos, pero fue brevísimo todo, casi como un suspiro: dos redondos, tres a lo sumo, y el de pecho. Hondos y bellos, pero con escaso sabor. La película continuó con la mano zurda: largos naturales, dos no más, y a huir que no me aguantan las piernas. En una de éstas el torero se quedó al descubierto y el toro le recetó una espectacular voltereta que, por fortuna, sólo le dejó el cuerpo dolorido. Otras dos tandas brevísimas y se prepara para matar. ¿Qué ha pasado? Que ha dejado la miel en los labios y una duda en el ambiente: ¿Tiene este torero capacidad para poner la plaza boca abajo? Permanece la duda. Entra a matar y cobra un bajonazo escandaloso. Sin duda, todo ha sido obra del demonio. Otra ocasión perdida. Otro toro noble que se va con las orejas. En honor a la verdad, había que haberle cortado una oreja a El Cid para que el victorino se la llevara como trofeo. Porque el verdadero triunfador, por si no ha quedado claro, fue el toro.
Martín / Esplá, El Cid, Robleño
Toros de Victorino Martín (uno rechazado en el reconocimiento), desiguales de presentación (muy justos 1º y 3º), blandos y mansos; nobles 2º, 4º y 5º; encastado el 6º; soso el 1º y deslucido el 3º. AL final de la corrida saludó el mayoral de la ganadería. Luis Francisco Esplá: pinchazo y casi entera tendida y contraria (división de opiniones); casi entera recibiendo -aviso- y dos descabellos (oreja). El Cid: bajonazo (ovación); estocada que hace guardia (aviso) y tres descabellos (ovación). Fernando Robleño: pinchazo y estocada (ovación); cinco pinchazos (aviso) un pinchazo y un descabello (ovación). Plaza de las Ventas. 7 de junio. 25ª y última corrida de feria. Lleno.
Si había duda sobre la existencia del ángel, el cuarto la disipó. Otro bombón para El Cid. Y lo toreó a medio gas siempre, con profundidad y con inconmensurables pases de pecho. Metió el pico alguna vez, pero sobresalió el toreo de verdad. Fue una faena a medias, sin el peso necesario, pero propia de un artista. Se perfila para matar y aparece el demonio: un feo espadazo que asoma por los costillares. El Cid necesita cuanto antes un exorcismo.
Si El Cid tiene suerte, Esplá se la busca. Al margen de sus condiciones toreras, Esplá es un magnífico actor. Domina la escena madrileña como nadie, y la técnica le da un magnífico resultado: ayer le concedieron una oreja por cuatro buenos naturales y un ligado pase de pecho, que no es que no merecieran el trofeo, pero quede constancia que sólo fueron cuatro en el contexto de una faena larga de siete tandas por ambas manos.
Todo ocurrió en el cuarto, un toro que llegó a la muleta sin claridad, al que Esplá tardó una eternidad en cogerle el aire en medios pases, siempre a merced del toro y con la muleta retrasada. Lo vistió bien, pero era un toreo de mentira hasta que, de verdad, citó por naturales y dibujó esos cuatro que valieron la oreja. A la defensiva, muy vulgar, sin mando y sin orden se mostró en su primero, que iba y venía para que un torero de su contrastada maestría hubiera dado menos pases sin sustancia y alguno hubiera dejado para el recuerdo.
Y Fernanando Robleño se las vio con un primer toro muy violento, corto de embestida, soso e inservible, que tiraba gañazones al aire con intenciones nada recomendables. El torero, como siempre, muy valiente, salió del paso con enorme dignidad. En el sexto plantó cara al destino ante el toro mejor presentado de la tarde, encastado y violento, ante el que dio toda una lección de arrojo y deseos de triunfo. A base de cercanías tragó, impávido, derrotes imprevisibles y llevó la emoción a los tendidos. Toda su meritísima faena la tiró al cubo de la basura con un pésimo manejo de la espada. Fue una auténtica pena para quien se jugó la vida en busca del triunfo verdadero, ante un toro que le sacaba dos cuartas y que vendió muy cara su muerte.
Al final, saludó el mayoral de la ganadería, y el respetable se divirtió, que no es poco, aunque no hubo puerta grande como mandaba la lógica, ni se redimió la fiesta de los toros con esta corrida en la que hubo de todo, aunque no invalidez ni falta de casta. Lo que sí hubo de verdad fue un ángel y un demonio, un torero actor y un valiente pinchauvas.
Ocho orejas
Ocho orejas en 22 corridas de toros es el corto y triste balance de una muy larga Feria de San Isidro en la que el espectáculo taurino ha tocado fondo con la degradación absoluta de la ganadería brava y el fracaso de las grandes figuras. Fernando Robleño, Serafín Marín, Iván García, Uceda Leal, El Juli y Esplá pasearon un trofeo cada uno, y El Califa que cortó dos orejas, fue el único torero que abrió la puerta grande de Las Ventas. El novillero Luis Bolívar cortó otro apéndice y dejó una magnífica impresión, y los rejorneadores Luis Domeq, Hermoso de Mendoza y Andy Cartagena cortaron una oreja cada uno, y dos Sergio Galán.
En el apartado ganadero sólo se recuerda el cuarto toro de la corrida de Cuadri. El toro cantinero , de El Ventorrillo, al que se le dió la vuelta al ruedo, y la novillada de Fuente Ymbro, que supuso un solitario hito en el triunfo de la casta brava.
Babelia
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