El poder de las imágenes
El control de las imágenes se pierde en la noche de los tiempos. Todas las religiones han ejercido su poder por medio del uso de imágenes. A través de ellas han difundido su fe y han velado sus misterios. El poder político no ha quedado a la zaga utilizando las artes visuales como vehículo de propaganda, como elemento de agitación o como agente de represión. Cualquiera puede encontrar innumerables ejemplos en la antigüedad clásica, en el barroco o en la época de las vanguardias, pero no ha sido hasta hace muy pocos años cuando el control político de la imagen ha llegado a ser total y sus efectos aniquiladores.
El mundo de la imagen reclama constantemente reflexiones artísticas y políticas pero muy pocas veces las obras y los ensayos que tratan sobre la imagen pasan de ser mera retórica sobre algún aspecto parcial del tema, por eso cada nueva obra de Jaar es esperada con expectación. Este artista chileno, afincado en Nueva York, ha hecho de las imágenes fotográficas su medio de expresión artística y su arma política de denuncia de situaciones tales como la represión de la inmigración en la frontera de Río Grande, la situación de los campos de refugiados vietnamitas en Hong Kong o el genocidio de Ruanda. Su procedimiento es sencillo: busca un soporte estético para mostrar unas imágenes contundentes que, sin necesidad de alteración, denuncian situaciones que todos quisiéramos ignorar. Sus imágenes se aproximan al reportaje periodístico, sin embargo la manera en que se componen como obra de arte y la forma discursiva que adoptan presuponen la existencia de un hálito poético y de una reflexión filosófica y ética.
ALFREDO JAAR
Galería Oliva Arauna
Claudio Coello, 19. Madrid
Hasta el 31 de julio
En la obra que ahora presenta en Madrid, titulada El lamento de las imágenes, estas condiciones poéticas y filosóficas llegan a un alto grado de sublimación al presentar dos enormes mesas de luz que se enfrentan verticalmente. Sobre las mesas no hay nada, sólo una luz cegadora que emana de ellas. Periódicamente la mesa que cuelga del techo se aproxima a la otra silenciosa y lentamente, como si fuera una máquina de tortura, provocando el efecto de la compresión de la luz, que cobra la apariencia de un volumen sólido. Al llegar a quedar las dos mesas muy próximas, la luz que proyecta una sobre la otra es retenida entre ambas, generándose una dolorosa penumbra. Este juego mecánico, de una simplicidad conmovedora, es la metáfora más contundente que se puede crear sobre la paradoja que supone el que una vez cegados de imágenes por el poder, éste sea capaz de sustraer ahora todas las imágenes para sumirnos en el estado de suprema ceguera en el que comenzamos a vivir.
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