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Columna
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El zoco

Esto está que arde. Es un zoco, con sacamuelas y encantadores de serpientes. Me parece estar recorriendo la plaza de La Jemá, en Marrakech. Se compra y se vende el voto, el plato de lentejas, la dipu de Cádiz, el eterno sillón de Pacheco (hay que jubilar a Pedro, se oye) y la poltrona de Patricio González (Patricio no vale una misa, una alcaldía, se oye). Y los buitres se reparten los despojos del GIL Dicen que casi dos centenares de municipios andaluces están necesitados de pactos. Es la hora de la verdad. Bien es cierto que hay negociaciones serias, fundadas que buscan la gobernabilidad. Y negociadores a los que les salieron las muelas en estos menesteres, a todas luces necesarios.

Pero habrá hasta quien renuncie de su madre política. El circo, además, está amenizado por autocomplacientes analistas políticos, pintureros ellos, que se conchaban para escribir en la misma dirección, con los mismos tonos, idénticos registros, iguales partituras y similares conclusiones.

Especialistas en lapidar a quienes no comulgan con sus ruedas de molino y capaces de excomulgar urbi et orbe a quienes no se dejan chantajear. Desde sus atalayas mediáticas ponen a su servicio hasta al oráculo de Delfos, que ya es manipular. Esto huele mal. ¡Qué le vamos a hacer!

Es sabido que cuando no se alcanza la mayoría para gobernar, el camino es el pacto, el requiebro, el guiño de amor o de odio; del navajazo trapero o del torniquete. Lo que más me gusta es cuando se lo montan en trío. Se garantiza una noche eterna jaleada por los viciosos de la política, capaces de perder la virginidad por tal de tocar pelo (o sea, poder). Y hay quien se la coge con papel de fumar. Dos ganadores socialistas, Monteseirín y Bustinduy, son enviados a galeras y se bendice a Torres Hurtado (Granada), cuando ya le han cogido en su primera mentira, apoyado, por cierto, por Javier Arenas. Por eso nada hay que reprochar si Antonio Sanz, con la bendición de Teófila, cierra pactos con los comunistas, con los rojos, con los radicales, con los masones.

Y si Aznar se desgañita diciendo que a los radicales hay que negarles el pan y la sal, pues por aquí no pasa nada. Todo sea por la poltrona.

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