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EL TERRORISMO VUELVE A GOLPEAR
Columna
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La política y el terror

Antonio Elorza

Cada atentado mortal de ETA sugiere dos niveles de lectura que no es pertinente disociar. El primero concierne a la tragedia humana, a la supresión por el acto terrorista de la vida de uno o de varios inocentes, a la mutilación de otros. El dolor y la condena son sus dos facetas insoslayables. El segundo es el político, no menos necesario porque el terrorismo etarra es político en sus fines y se desarrolla dentro de un marco sociopolítico determinado. Únicamente a partir del análisis de este nivel resulta posible alcanzar una evaluación del significado y del alcance de la ekintza, y preparar en consecuencia una respuesta capaz de hacer pagar a ETA y a su entorno el coste de la barbarie. A estas alturas de la historia, sabemos que la negativa a dar el segundo paso demuestra la falsedad del primero. Los lamentos de determinados políticos vascos ante los crímenes son sólo un ritual de autojustificación que se convierte en simple coartada y en signo de complicidad con los criminales, dado que al gesto de dolor no sigue una actuación política consecuente. Más bien lo contrario.

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Lamentablemente, tal es el caso de los dirigentes del nacionalismo democrático. Los hechos son incuestionables. Un ejemplo entre mil: tersa y frescachona como siempre, Begoña Errazti, presidenta de EA, condena ante las cámaras de televisión el atentado de Sangüesa, reafirma su oposición y la del Gobierno vasco a la violencia y califica a ETA de "enemigo principal del pueblo vasco". Estupendo. Sólo que unas horas antes Errazti se ha opuesto a la simple inclusión de un anuncio de Víctimas del Terrorismo en la televisión vasca, y ayer y hoy, lo mismo que sus socios de Gobierno, de Ibarretxe a Madrazo, lucha con todas sus fuerzas por mantener hasta el último reducto de legalidad de ese "enemigo principal del pueblo vasco". Los nacionalistas "moderados" han elegido esa vía, ya que para ellos lo que cuentan son los fines. No les gustan los medios sanguinarios, pero el verdadero enemigo es Madrid. El resultado se verá de inmediato: los muertos al hoyo y la palabra sagrada del "hombre de honor" Atutxa, antes hombre honorable (y blanco de ETA), al servicio político de Josu Ternera y de Otegi. Claro que la siniestra confrontación, animada desde las instituciones vascas, hace avanzar en la opinión el respaldo al plan Ibarretxe, como se ha visto el 25-M. ETA tiene todo el interés en aportar sus dosis de muerte para acelerar la ruptura.

Ante este panorama, hablar de alianzas transversales en el PSOE, por poco que guste el PP, equivale a sancionar esa deriva del Gobierno Ibarretxe y de PNV-EA hacia una fractura de incalculables consecuencias. No es cosa de "frentismos", ni de política urbana, sino de coherencia con la toma de partido por la democracia y contra quienes amparan hoy por hoy a los portavoces legales del terror. En el resto de España hay un sistema democrático donde tienen cabida los más ásperos enfrentamientos -aunque Aznar y Felipe González harían bien en callarse más de una vez-, pero en Euskadi se da un régimen de excepción provocado por el terrorismo. La única prioridad es la defensa de esa democracia. Debiera recordarlo Javier Rojo, teniendo en cuenta, en primer lugar, la norma habitual en España de que en coalición gobierne el partido más votado, y sobre todo que en su caso, habiendo sido hace tres años quien pronunció el elogio fúnebre de Fernando Buesa en la manifestación de duelo tras su asesinato por ETA, resultaría injustificable la concesión por iniciativa suya del poder en Álava a quienes profanaron la memoria de su compañero en aquella triste jornada al grito de ¡Lehendakari aurrera!.

En la misma línea, no es fácil entender que el PSOE olvide a la hora de pactar con IU lo que la política de la IU vasca representa. Llamazares propone en Sangüesa la unión de los demócratas contra el terrorismo, pero sólo unas horas antes Madrazo, defensor de la legalidad de Batasuna y servidor eficaz del PNV, vota en contra del simple anuncio de Víctimas del Terrorismo en las mismas pantallas donde hace unas semanas los encapuchados anunciaron el regreso de la muerte. Por muy federal que se pretenda, la coalición no puede actuar como si fuera una versión política del ejército de Pancho Villa, donde cada cual hace lo que le viene en gana. Sería útil que la dirección del PSOE lo tuviera en cuenta, tanto en su estrategia de alianzas como en el imprescindible trazado de una política para Euskadi.

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