Las luces y los palos
Las mañanas de las noches de fuegos artificiales suelen estar sembradas de cilindros de cartón y de palos. Un poco como los días que siguen a unas elecciones; se van acallando los cohetes, apagando los brillos, y en el suelo político se cimientan los nuevos repartos y se abandonan las carcasas chamuscadas que ya no sirven. Sucede en todos los ámbitos, pero es en las cuestiones de género donde resulta más visible la enorme diferencia entre el firmamento de promesas y colores de la campaña, y el cielo desapacible y bajo de la cruda realidad; donde más rápidamente se pasa de las luces a los palos.
En los días previos al 25-M una mujer fue asesinada por su marido en la Puebla de Híjar -Teruel también existe en todo-. La noticia alborotó un poco más que de costumbre porque la víctima encabezaba la lista municipal del Partido Popular. Sólo un poquito más; nada desde luego ni remotísimamente comparable a la atención mediática, la implicación política o la reacción social que hubiera tenido el asesinato en campaña de un candidato del PP por parte del terrorismo etarra. E insisto en que en ese trecho de (in)diferencia se contiene entero el drama presente de la violencia contra las mujeres, y el mal presagio de su porvenir.
En cualquier caso, el titular más aparatoso dedicado al tema, el de cuerpo más legible, apareció en un periódico el mismo día de las elecciones: "Los padres de la muerta perdonan al yerno". Enunciado que sin subtítulos no hay quien lo entienda cabalmente, porque la muerta es una asesinada y el yerno el criminal en cuestión. En cuanto al perdón, no diré yo que sea mala cosa, sino que tengo serias dudas de que merezca componer la noticia frente a hechos tan graves como el citado.
Dudas que se convierten en certezas indignadas y en protesta formal cuando veo la manera en que la televisión se ocupa del terrorismo doméstico. El jueves de esta misma semana -ya sabemos que es un suma y sigue que no falla- una mujer fue asesinada a tiros por su marido en un pueblo de Pontevedra. El telediario de la noche de la primera cadena pública se sintió en la obligación de aplicar varias veces la palabra "presunto" al asesino (que tras matar a su mujer se había suicidado) y de incluir testimonios de vecinos de este tenor: "Era un buen muchacho", "un muchacho maravilloso". De ella los presuntos informadores no nos dijeron nada, ni siquiera que menos presuntamente muerta no podía estar.
"Un muchacho maravilloso", sin duda; el yerno que cualquiera de nosotros/as querría para sí. Y me imagino también al primer telediario del país difundiendo equivalentes alabanzas de un terrorista después de un atentado -en esta diferencia cabe entera la clave de la perpetuación de la violencia de género-, y las consiguientes reacciones, incluidas la colaboración con banda armada y la apología.
De apología de la violación se ha calificado también durante la campaña electoral un cuento de cuyo nombre no quiero acordarme para no contribuir a su inmerecida fama. En lo que sí quiero insistir es que la confusión, en este caso, de ficción literaria y realidad; la atribución de delitos a personajes de papel; la apología de la censura; la banalización de la responsabilidad editorial, en nombre de la dignidad de las mujeres es otro de los ejemplos del tratamiento delirante y/o irresponsable y/o demagógico que siguen recibiendo en este país algunas de las cuestiones más graves de la discriminación de género.
Pero acaban las campañas, sus cohetes y sus luces y sólo van quedando los cascotes del artificio y los palos. La segunda edición de ese libro absurdamente subrayado, por ejemplo. Y sobre todo los funerales. En cinco meses, veintisiete funerales por otras tantas mujeres asesinadas en su propia casa. Funerales sin telediarios ni banderas ni autoridades. Sólo las muertas y el dolor.
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