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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Juego de alianzas

La política de alianzas no tiene ahora interés alguno para el PP, salvo en el País Vasco y en Canarias. Con la derecha unificada en su seno, y tras su ruptura con los nacionalistas vascos y catalanes, sólo tocará si las próximas legislativas le obligan. Mientras tanto, le conviene socavar esa política para legitimar al partido que llega en cabeza. Pero en ninguna parte está escrito que quien tiene más votos tenga que ser alcalde o presidente. Lo que los ciudadanos eligen son concejales y diputados. A éstos corresponde encontrar la mayoría para gobernar. Son las reglas del juego.

La izquierda no está unificada. Su pluralidad está basada en un PSOE mayoritario, que necesita a una Izquierda Unida minoritaria para gobernar donde no tiene mayoría absoluta. La colaboración en instancias municipales y autonómicas de estas dos fuerzas está suficientemente experimentada y sólo desde la demagogia puede presentarse como una amenaza. Las negociaciones coinciden con esta nueva fase del largo año electoral en que los socialistas tienen que seducir al electorado centrista para transformar su corta victoria de ahora en posible mayoría de Gobierno en la primavera próxima.

IU puede parecer un poco antigua a los ojos de las clases medias y profesionales urbanas, que son en este momento el punto débil del PSOE, y provocar reacciones de voto patriótico por sus alianzas en el País Vasco. Para el PSOE el pacto contra natura de la Izquierda Unida vasca con el PNV es un problema porque deja un flanco abierto a las críticas del PP, que ha hecho del frentismo antinacionalista su estrategia vasca, contando con sus réditos en el resto de España. Lo que sí es exigible en todo pacto es que nadie pierda el sentido de las fuerzas de cada uno. Y que el grupo minoritario no utilice con ventajismo la posición de fuerza que le da ser indispensable para gobernar.

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En Cataluña, después de las elecciones de octubre, la presidencia de la Generalitat pasará probablemente por un acuerdo con Esquerra Republicana, un partido que tiene el independentismo en su ideario, pero que ha dado pruebas de realismo y moderación. Su líder, Carod Rovira, reitera que ningún proyecto político, ni siquiera la independencia de Cataluña, merece una gota de sangre. Las hipotéticas alianzas de Maragall serán permanente motivo de ataque político a Zapatero. Curiosamente el PP perdonaría a CiU que se aliara con Esquerra para impedir que gobierne Maragall y, en cambio, España estaría amenazada, según los populares, si éste fuera presidente gracias al voto de los independentistas. ¿Se trata de trasladar a Cataluña el modelo frentista, tipo País Vasco?

El PS de Euskadi pide un cierto margen para definir sus alianzas. El PP quiere una propuesta global de desistimiento mutuo con el PSOE para quitar el máximo de instituciones posibles a los nacionalistas. Parece claro que hay algunas situaciones emblemáticas -el Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación de Álava, por ejemplo- que no tienen que ofrecer duda. Y es lógico que el PP sea prioritario en las alianzas del PSOE y viceversa. Sólo desde la tozudez se puede negar la evidencia de que el bloque nacionalista y el bloque constitucionalista en el País Vasco son dos cuerpos cerrados, de magnitud similar, con movimientos de votos internos a cada uno de ellos, pero con escaso traspaso de fronteras. Pero algún día tendrá que empezar el cruce de las barreras.

En el momento actual, con ETA más debilitada que nunca, y sin representación del entorno etarra en las instituciones como consecuencia de la ilegalización de Batasuna, no debería ser descalificable de principio cualquier acuerdo que en circunstancias muy concretas rompiera la rígida estructura frentista. Sin embargo, cualquier intento que los socialistas vascos pudieran esbozar en este sentido choca con la realidad del PNV. Los nacionalistas vascos podrían contribuir a normalizar las cosas si, atendiendo al empate permanente, hicieran el acto de realismo de retirar el inviable Plan de Ibarretxe. Las cosas no parecen ir en esta dirección. Por eso tiene razón Zapatero: "No hay margen ni horizonte para el acuerdo con el PNV".

Dejando aparte la dramática situación vasca, las alianzas hay que juzgarlas principalmente por los resultados. Donde han funcionado, el electorado las ha premiado (en Aragón, por ejemplo) y donde no, sus actores lo han pagado con la pérdida del poder (en Baleares). Es bueno que este país salga de las mayorías absolutas y vaya aprendiendo la cultura del pacto, a menudo menos agresiva que la frontal confrontación bipartidista. Eso sí, más compleja también, porque requiere mayores esfuerzos de comprensión, respeto y lealtad en la colaboración entre fuerzas políticas.

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