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Nacer y morir en los tejados de Mozambique

Casi siempre, las tragedias se ceban con los más débiles. Las inundaciones en Mozambique, uno de los países más pobres de África en plena recuperación desde que terminó su sangrienta guerra civil, hace ocho años, han ahogado los esfuerzos del país por salir a flote. "Ni la guerra, durante 18 años, ha provocado tantas desgracias como el agua", se lamentaba ayer la religiosa española Ángela Rodríguez,

arrancada a la fuerza del hospital de Cholucuane, en el sur del país. "Hemos atendido dos partos en los últimos días; uno de ellos, en el tejado de una casa", explicaba, tiznada de barro, en el aeropuerto de Maputo. Ayer mismo fue rescatado un bebé nacido en la copa de un árbol. La hermana de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, la canaria Ángela Rodríguez, con 15 años en Mozambique, había llegado en la tarde de ayer al aeropuerto de Maputo. No quería abandonar a sus enfermos, entre ellos 20 niños con sus madres, un grupo de tuberculosos y enfermos de sida y 10 ancianos. "No pude resistirme más. Era la segunda vez que el helicóptero pasaba a buscarme", decía ayer aún emocionada. "En el tejado del hospital", explicaba al borde del llanto, "hemos dejado a cerca de 150 personas, y los equipos de rescate dicen que ahora no pueden volver a por ellos, al menos hasta mañana". Ángela Rodríguez no puede creer lo que ha visto en estos días: "En menos de cuatro horas, el agua subió dos metros. Hemos estado cocinando en el tejado para todas estas personas, y hemos dado a luz a dos niños, el primero en el gallinero, y el segundo, a las cuatro de la madrugada de ayer [por el martes], en el tejado". La misma religiosa se felicitaba poco después tras tener noticias del salvamento de un bebé recién nacido y de su madre, tras

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haber dado a luz en la copa de un árbol, en el sur de Mozambique. Un equipo de rescate surafricano logó evacuarlos desde su helicóptero. La madre se llama Sophia Pedro, de 22 años, según el relato de los hechos difundido por la agencia France Presse, y su bebé, Rositha. Todo ocurrió en la aldea de Mondiano, en la periferia de Chibuto, al norte de Maputo. Sophia llevaba más de cuatro días subida a un árbol para escapar de las inundaciones. El recién nacido y su madre pudieron ser izados a bordo del helicóptero una hora después del alumbramiento. Con el pelo corto y canoso, las gafas sobre la cabeza, la piel abrasada y un mandil a rayas, la hermana canaria sólo quiere darse un baño y regresar al aeropuerto para ir a buscar a sus enfermos. "Es

una deuda que tengo con ellos y no puedo abandonarlos". Ángela Rodríguez nunca había visto tantas estrellas. Pasó cuatro noches en el tejado esperando a los equipos de rescate y sus desheredados aún siguen allí. "La

gente está desilusionada", dice, "han visto pasar decenas de helicópteros y ninguno les recogía. Algunos me decían que sólo nos sacaban fotos para reírse de nosotros. Imagine cómo están. No sé qué vamos a hacer ahora. Habrá que volver a empezar, pero es muy duro". Resignada, como la mayoría de la población, la hermana española cree que todo esto es casi una maldición bíblica: "¿Qué quiere decir esto?, nos preguntábamos. Y yo creo que el hombre está haciendo mucho mal a la naturaleza. Las bombas, los misiles y todo eso. Esto es un castigo de la naturaleza". Las otras dos religiosas españolas, Elisa Verdú y María Suela, siguen incomunicadas en el hospital, en la desembocadura del río Limpopo, a unos 150 kilómetros al norte de Maputo, pero ayer hicieron llegar un estremecedor mensaje de auxilio al

embajador de España en Maputo, José Eugenio Salarich. Tampoco quieren abandonar a sus enfermos. Los equipos de rescate están desbordados. Sólo hay una docena de helicópteros de salvamento para todo el país. Muchos de los

rescatados dejan a sus padres o hermanos mayores entre las aguas. Hay centenares de familias divididas, y millares de personas sin comida ni agua y a merced de la malaria y el cólera. Los equipos de salvamento no sólo están desbordados. También sufren la desesperación de la impotencia. Uno de

los pilotos surafricanos comentaba ayer a este periódico en el aeropuerto de Maputo que a veces no pueden resistir la dimensión de la tragedia. "Recogemos a algunos y tenemos que dejar a otros esperando entre los árboles o en los tejados, no caben todos. Y cuando regresamos, la mayoría han desaparecido sin rastro". El agua es implacable. "¿A quién escoges?", se preguntaba el piloto. El embajador español guarda una imagen terrorífica de la tragedia: "Me contaron que una madre iba con su hijo a la espalda y se le

cayó entre las aguas, turbias y profundas. No pudo encontrarlo. Ésa es la imagen de todo Mozambique. Un niño que se ahoga sin remedio". El escritor mozambiqueño Mía Couto lo reflejaba también así: "No es sólo tristeza. Es un

enorme cansancio, el alma desiste. Es un profundo dolor por ver perdida la cosecha de la esperanza".

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